Los humanos llevamos 2.500 años criando pollos por sus huevos


ROSA M. TRISTÁN

Si hay una especie que hemos logrado criar en números estratosféricos son los pollos. Consumidos prácticamente en cada rincón de este planeta, en 2020 la FAO calculaba que había 33.000 millones vivos, casi cuatro veces más que seres humanos. Pero ¿cuándo se hizo este alimento tan popular, por su carne y por sus huevos? Aunque está claro cuando comenzó el Neolítico, hasta ahora no se sabía bien cómo había logrado su dispersión por el mundo, algo que, según nos descubren en una reciente investigación, tuvo lugar hace unos 2.5000 años y que tuvo que ver con la expansión de imperios como el persa, el macedonio o el romano.

La investigación, publicada hoy en Nature por científicos coordinados desde el Instituto Max Planck de Alemania, se adentra en una parte de la historia poco conocida pese a que hoy matamos hasta 4.000 millones de pollos al año. Y si se trata del consumo de huevos, hay que multiplicar esa cifra por varios dígitos. Fuentes históricas indican que había gallinas en el sur de Europa (incluida la península ibérica) y en el suroeste de Asia en los últimos siglos antes del presente. En Asia Central, hasta se representaban en el arte y formaban parte de sus rituales.

Los especialistas coinciden en que los rasgos típicos de las especies domesticadas que todos conocemos evolucionaron en una población insular de aves de la jungla del sur de Asia, probablemente del ave de la jungla roja ( G. gallus ssp. spadiceus ) y que este hecho ocurrió en algún lugar de su extensa área de distribución, desde Tailandia hasta la India. Pero también es cierto que sus frágiles huesos no son fáciles de encontrar y que se pueden confundir fácilmente con especies que eran cazadas (como los faisanes o los gansos) pero que eran silvestres.

Ahora, nuevas técnicas arqueológicas y biomoleculares han llevado a este equipo internacional de arqueólogos, historiadores y científicos a recabar las primeras pruebas claras de la cría de gallinas cuyo fin era la producción de huevos. Sostienen que la pérdida de la puesta estacional de huevos de estas aves fue el principal impulsor de la dispersión de su domesticación. ¿Y qué pruebas son éstas? Según explican a lo largo de fructíferas campañas han recogido decenas de miles de fragmentos de cáscaras de huevo en 12 yacimientos arqueológicos que abarcan 1.500 años de historia. Con ello demuestran que ya se criaban muchas gallinas en Asia Central entre el año 400 a. C. y finales del primer milenio de nuestra era. También aseguran que su dispersión tuvo que ver con el recorrido de la antigua Ruta de la Seda. Tal abundancia de cáscaras les sugiere que pertenecían a puestas de aves hechas fuera de la temporada habitual (la primavera) lo que hacía que esas gallinas fueran muy atractivas para los pueblos antiguos, que se garantizaban la ingesta de proteínas.

Fragmento de cáscara de huevo de pollo doméstico de hace 2.500 años.

Para llegar a estas conclusiones, esos fragmentos de cáscaras encontrados en el corredor comercial fueron analizados con un método genético, el ZooMS, que es capaz de identificar especies a partir de restos de animales (como huesos, piel y caparazones) y se basa en señales de proteínas, en lugar de hacerlo en el ADN. «Este estudio muestra el potencial de ZooMS para arrojar luz sobre las interacciones entre humanos y animales en el pasado», apunta la investigadora Carli Peters, de Geoantropología en el Max Plank, y primera autora de este trabajo. Peters señala que había tantos restos de huevos en los sedimientos que analizaron que estaba claro que no podía ser que correspondieran a unas aves que hacían una puesta al año y de poco más de media docena de huevos. «Esta es la evidencia más temprana encontrada hasta ahora de la pérdida de la puesta estacional ien el registro arqueológico», añade en un comunicado Robert Spengler, líder del grupo de investigación de Domesticación y Evolución Antropógena e investigador principal . «Es una pista importante para comprender mejor las relaciones entre humanos y animales que dieron lugar a la domesticación», asegura.

Los datos provienen en parte del yacimiento Bash Tepa, un yacimiento fortificado aqueménida (imperio persa fundado por Ciro II) que estaba situado al borde del Oasis de Bukhara (ocupado entre el año 400 a. C. y el año 100), de capas de ocupación en Paykend del período helenístico (siglos IV-II a. C.) y de cuidades medievales como Kafir Kala (siglos IV-XII d.C.), Bukhara (siglos X-XI d.C.), Afrasiab (siglos X-XII d.C.), entre otros enclaves.

Lo cierto es que al asunto del huevo y la gallina lleva tiempo siendo objeto de debate. Los genetistas defienden que en su domesticación hubo “programas intensivos de reproducción y selección” en busca de mayor producción, lo que se hacía seleccionando las mejores aves, mientras que muchos otros investigadores hablan de hibridaciones. También hay historiadores y arqueólogos que sugieren que el pollo fue domesticado inicialmente como deporte, para rituales o por sus plumas ornamentales y no como alimento.

Tampoco las fechas están claras. Huesos de aves que se creían que eran de pollos domesticados resultaron ser de otras especies. De hecho, el estudio genético más reciente apunta que a la mencionada ave roja de la selva ( Gallus gallus ssp. spadiceus ) como principal progenitor. Pero aún hay un trabajo más actual, que abarca 89 países, que indica que la domesticación tuvo lugar en el centro de Tailandia entre el año 1650 y el 1250 a. C., expandiéndose hacia Europa desde el año 800 a.C. Por su parte, en 2014 investigadores chinos dijeron haber recuperado ADN mitocondrial de gallinas domésticas de hace 10.000 años. Fue un estudio que levantó mucho revuelo y después fue desmentido.

Lo que si parece claro es que en el Mediterráneo el pollo era ya comercializado desde el siglo VIII a. C. y que era importante en la economía a partir del siglo IV, como se constata en el yacimiento israelí de Maresha. Al parecer, la cría de gallinas para huevos se extendió rápidamente por el Mediterráneo oriental poco después de ese siglo IV a.C. Hay huesos en yacimientos anteriores e incluso cerámicas en las que aparece su imagen, pero parece probable que en esas fechas previas se criaban con fines cárnicos, deportivos, rituales o como artículos exóticos de prestigio, no para poner huevos.

Curiosamente, tras su expansión por toda Eurasia, en Europa no continuó su cría tras el período romano y esta actividad no resucitó hasta principios del siglo XIX. En la Europa medieval, se consideraba un animnal carroñero y solo lo consumían los más pobres. A principios del siglo XIX, sin embargo, su importancia volvió a aumentar y se desarrollaron granjas avícolas especializadas.

La situación en Asia central y sudoccidental fue muy diferente: allí no perdió importancia en ningún momento. De hecho, el gallo ocupa un lugar destacado en la imaginería zoroástrica. Además, aunque no es necesariamente un huevo de gallina, el mito del huevo mundial es una característica destacada en la creencia zoroástrica, al igual que en otras tradiciones protoindoeuropeas.


La inesperada migración africana del buitre negro ‘Ramón’


ROSA M. TRISTÁN

Hay un punto en Rascafría donde, si el tiempo lo permite, es posible ver varios nidos de buitre negro entre los árboles sin necesidad casi de moverse, y con necesidad de un ornitólogo de SEO/Birdlife y un buen telescopio cerca. De esa sierra madrileña salió ‘Ramón’, uno de los ejemplares que, como se ha descubierto ahora, viajan hasta África en una ‘tribu’ distinta a la suya, confundidos entre los buitres leonados que habitualmente si cruzan el Estrecho. Este comportamiento viajero es una de las peculiaridades que han descubierto científicos de la Universidad de Alicante, en colaboración con la ONG conservacionista.

El trabajo, dentro del programa Migres, forma parte de las monografías que la organización publica sobre diferentes especies de aves, en los que se recoge cómo cada una de ellas utiliza el territorio nacional, en qué zonas se mueve y por qué las elige. Y hay mucho que contar. De hecho, lo primero sería distinguirlos en el cielo. “Mira, los que tienen las alas más rectangulares son los negros”, explica Blas Molina, también de SEO/Birdlife señalando la silueta de un ave entre los pinos. Y es que, con ser cada vez más, aún los negros son minoría cuando levantamos la vista para toparnos con grandes grupos en el cielo, cuando hay comida, o parejas de exploración cuando van rastreando en su búsqueda con su afilada vista.

En 2017, en toda España se calcula que había 2.600 parejas de buitre negro en 43 colonias. Solo en Rascafría, se han identificado 181 parejas, de las que se puede ver un nido en directo gracias a la cámara instalada por SEO/Birdlife, en pocos días ya incubando; en el Parque Nacional de Monfragüe, hay 350. Incluso hay una colonia en Baleares, adonde llegaron arrastrados por una tormenta para quedarse.

De todos ello, los científicos Vicente Urios y Jorge García decidieron hacer el seguimiento de 52 de Madrid, Cataluña y la burgalesa Sierra de la Demanda, donde han sido reintroducidos. Para ello contaron con los marcajes de seguimiento remoto por GPS que algunos ya tenían instalados desde hacía 20 años. En realidad, como es un ave muy sedentaria en Europa, no esperaban que hicieran grandes viajes.

Lo primero que les llamó la atención es que los que tenían más de cinco años, ya adultos, se movían por un extenso territorio para obtener la carroña de su comida, recorriendo hasta 2.246 kms mensuales (un viaje Madrid-Oslo) y cuando tenían pollos que criar incluso esa área de campeo se extendía a los 6.540 kms2, con algún caso que llegaba a los 30.000 kms2.  ¿Y los juveniles? Pues esos aún más. Su afán exploratorio les llevaba hasta tierras tan lejanas como Italia, el sur de Francia e incluso Alemania. Ese afán de conocer y volar, comprobaron que iba disminuyendo a medida que se hacían mayores, cuando preferían quedarse más cerca del hogar-nido. Como si de humanos se tratara, también entre ellos había excepciones a esa norma y algunos son ‘ala inquieta’ toda la vida. No cumplen, sin embargo, la creencia de que entre las personas son los machos más aventureros. No. En el caso del buitre negro las hembras son las que se van más lejos en busca de alimento para los polluelos.

Y luego está el caso de ‘Ramón’ y algunos otros ejemplares que salieron de la península y, curiosamente, fueron localizados en el mismo punto de Senegal, en la desembocadura del rio Saloum, un delta que es parque nacional en el país africano.


“Nos llamó tanto la atención que fui hasta allí a intentar localizarlo. Es una zona seca, donde hay mucho ganado y también buitres africanos y leonados”, explica Urios, que fue quien viajó en busca de estas inesperadas aves migrantes. Sin embargo, no pudo llegar hasta ‘Ramón’, cuya señal ya no se movía, de lo que se dedujo que estaba muerto. Ese delta es una zona muy pantanosa, un entramado de canales y áreas de inundación de difícil acceso que, por cierto, son Patrimonio de la Humanidad por su riqueza espectacular en avifauna. “La conclusión a la que llegamos es que los buitres negros, los dos que volaron hasta el Sahbel, lo hicieron durante la migración de los leonados, confundidos entre ellos”, concluyó el investigador. Al final, el otro tampoco volvió a su hogar: se quedó en la zona de Cádiz y por Extremadura.

Carlos Marti, de SEO/Birdlife, destacó lo importante que es el conocimiento para la conservación de las especies. Sobre todos saber por dónde se mueven, ahora que hay tantos peligros que les acechan. En este sentido destacó que “la necesaria implantación de las energías renovables precisa de muy buena información para que sea responsable”.

Mientras hablaba, una pareja de buitres negros cruzaba el aire. Como si adivinaran que estaban siendo objeto de la conversación. Y es que la especie -ya sabemos: alas más rectangulares, más oscura y más grande que la de los leonados- están en aumento pero requiere medidas de apoyo, como la puesta en marcha en el Pinar de los Belgas, comprado por el Parque Nacional de Guadarrama, donde se tiene en cuenta su presencia a la hora de explotar la madera, dejando zonas para que puedan anidar. “Son aves que pesan entre siete y nueve kilos y ponen los nidos en árboles específicos, grandes y que están por encima de otros, en zonas abiertas que les permitan despegar. Son criterios de conservación que, por desgracia, no se siguen en todas las zonas de explotación de madera, y lo mismo pasa con el periodo de incubación y cría, que puede durar seis o siete meses”, señala Juan Carlos del Moral, coordinador de ciencia ciudadana en SEO/Birdlife.

OTRA HISTORIA DE BUITRES EN LABORATORIO PARA SAPIENS, UNA BACANAL

#DíaMundialDeLosHumedales en Doñana: de 80.000 a 4.200 ánsares en 20 años


Foto cedida por Carlos Romero, premiado fotógrafo de Doñana y alrededores.

ROSA M. TRISTÁN

Doñana se vacía. El análisis anual sobre el estado de su biodiversidad, presentado en Sevilla por los responsables científicos de esta reserva biológica única en el mundo, son esclarecedores: de los 80.000 ánsares comunes invernantes que llegó a haber en los inviernos de primeros de siglo, los datos provisionales para 2024 indican que ya solo regresan 4.200. El año pasado fueron 9.500. La sequía, que es crónica en los últimos años, y la gestión del agua en actividades humanas son, según los investigadores, las causas que están llevando este humedal a una situación que aún no se sabe qué impactos tendrá en su futuro.

Así lo ha explicado Eloy Revilla, director de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSCIC) al presentar los datos de un año, el 2023, que se ha caracterizado en ese emblemático espacio natural, no solo por tener un 20% menos de precipitaciones que en sus datos  históricos, sino por una temperatura media de casi 20º C (19,32º exactamente) y con 14 días en los que se superaron los 40ºC. “La diferencia con las sequías que hubo en los años 90 es que aquellas seguían el patrón del clima mediterráneo, pero ahora son más intensas y prolongadas porque tienen que ver con el cambio climático. Ya estamos en los 1,4ºC de subida global de la media de temperatura y vamos hacia los 2º. Eso no sólo afectará a Doñana, sino también a la agricultura, el turismo o la industria, y a una velocidad mayor de lo indicaban los modelos climáticos”, ha alertado el científico.

En el balance para esta reserva natural, que acoge en su entorno al parque nacional y que es Patrimonio de la Humanidad, la palabra que más se repite es “declive”. En primer lugar, desaparece el agua en superficie: según un estudio realizado en la EBD, de los 4.000 cuerpos de agua que había hace 20 años ya no existen el 59%.  Ahora están cubiertos de matorral, pinos o pastos, también secos, sobre todo los que estaban más en el interior. Incluso lagunas permanentes, como la grande de Santa Olalla, se quedaron sin una gota el pasado verano, lo que no había ocurrido hasta entonces.

Sin agua, los primeros afectados son los peces. El vicedirector de la EBD, Javier Bustamante, destacaba que en 2023 ya no se vio ni una anguila en todo Doñana, mientras que aumentan especies exóticas como la gambusia o la carpa en alguna laguna (Los Mimbrales), además del cangrejo americano. Es algo que también han detectado en la flora: la escasez de humedad afecta a un matorral que siempre fue dominante, el jaguarzo o monte blanco, mientras aumentan invasoras como la Oxalis pes-caprae, una herbácea originaria de Sudáfrica difícil de eliminar.

LAS AVES HUYEN DE LA FALTA DE AGUA, ¿VOLVERÁN?

Pero son las aves invernantes con las que más se visibilizan los cambios. El informe de 2023 señala que se censaron 206.800 (cuando en 20024 fueron casi el doble). Los datos provisionales para este 2024 indican que han descendido hasta los 120.649. Es decir, un 58% menos en solo 12 meses. A los investigadores les preocupa mucho el declive de las migrantes pequeñas (como el mosquitero musical, la curruca o el papamoscas), pero también que cada vez hay menos rapaces como el milano real, el aguilucho lagunero o el halcón peregrino.  Con todo, el caso de las anátidas es el más llamativo, pues fueron ellas las que impulsaron la compra de la finca que dio origen a crear la Reserva Biológica en la década de 1960, hoy rodeada por el parque nacional. Además de menos ánsares, han comprobado que el ánade silbón y la cerceta común están en disminución. En general, son menos muchas las que deciden que Doñana es un buen lugar para reproducirse: en solo una década, un 79% han optado por hacer sus nidos en otra parte.

Este cambio en el ecosistema afecta a todo, que es lo que llevó a la UICN (Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza) a sacar a este enclave de su Lista Verde el pasado mes de diciembre, donde espera poder regresar. También la fauna acuática y terrestre refleja un gran deterioro. Los continuos muestreos sobre el terreno, detectaron en 2023 descensos de macrovertebrados acuáticos en toda la marisma. Si que observaron más libélulas y escarabajos en las lagunas, pero hubo uno de los censos más bajos en 30 años de mariposas, muy afectadas por el calor; entre los anfibios, ni siquiera se localizó un solo sapo común y de otra decena de especies de anfibios, nueve no estaban en la mitad de las localizaciones donde habitaban en el pasado. Aunque lo buscaron, tampoco se ve ya al lagarto ocelado, que era abundante en los años 80. Incluso hay menos largartijas y salamanquesas, aunque son especies adaptadas a entornos áridos.

Por el contrario, a los ciervos parece que les va bien el cambio, dado que aumentan en número, pero las poblaciones de ginetas y linces siguen teniendo altibajos, quizás en este último caso porque cada vez se ven menos conejos, su comida favorita. “Mientras en otras zonas de la península se ha recuperado, aquí tenemos 0,55 conejos por kilómetro cuadrado, al estar afectados por la falta de lluvias y la presión de sus depredadores”, ha dicho Bustamante. Tampoco hay buenos datos para la liebre.

¿Significa todo esto que Doñana ha llegado a un punto de no retorno? “Lo que está claro es que hay cambios muy importantes en riqueza de especies; el impacto a largo plazo aún no lo sabemos, pero lo habrá”, comentó Eloy Revilla. “El acuerdo entre el Gobierno y la Junta de Andalucía para su conservación es un punto de inflexión importante porque mejorará la gestión de los recursos hídricos y apuesta por la legalidad; esto abre la puerta a revertir la situación, pero los resultados los veremos en el futuro”, ha señalado.

Revilla no ha olvidado recordar que este deterioro de Doñana que está haciendo caer las poblaciones de aves y aumentar las especies invasoras, no sólo es culpa del cambio climático: “En la zona se ha sobreexplotado el agua desde hace décadas y eso no es sostenible. Con ello,  no solo se daña a Doñana, sino que todo el sistema socio-económico que se ha creado tendrá problemas para mantenerse, como ya ocurre, si no se adapta a la nueva situación, lo que significa no solo mejorar la eficiencia en el consumo de agua, sino reducir la demanda”.

Amenaza climática: el hielo ártico se funde un 20% más de lo que se pensaba


Imagen del satélite Sentinel-1 del glaciar de Kangerlussuaq en Groenlandia. En rojo, deshielo. @ESA

ROSA M. TRISTÁN

Hace unos días, el explorador polar Ramón Larramendi comentaba que en el norte de Groenlandia su población inuit está recibiendo ayuda porque ha disminuido la pesca tras las anomalías climáticas del pasado otoño. Son pueblos de cazadores que aún salen de expedición con sus trineos de perro para conseguir algunas focas y peces con los que pasar el invierno. Y viven sobre un territorio que ha perdido sólo en 40 años, 5.091 kms cuadrados de hielo. Es un 20% más de lo que hasta ahora estimaba la ciencia. El deshielo Larramendi lo comprueba visualmente cuando cada año visita la isla, pero que alcanza su verdadera dimensión en estudios como el que ha publicado la revista científica Nature, que preocupan no solo porque las casas de los groenlandeses se tambaleen sino porque, como señalan los científicos del Jet Propulsor Laboratory de California  (EEUU), tan tremenda cantidad de agua dulce fría puede afectar a la circulación oceánica global, que distribuye la energía térmica, o lo que es lo mismo el calor, por el planeta Tierra como si de una cinta transportadora se tratara.

El trabajo, bajo la dirección del glaciólogo de la NASA Chad Greene, no está hecho sobre el terreno que recorren los inuit, cada día con más grietas y lagunas, sino con datos de satélites. En total, el equipo de Greene combinó 236.328 datos, procesados con inteligencia artificial, sobre las observaciones que han llegado de las posiciones terminales de los glaciares entre 1985 y 2022, creando una cartografía con una resolución de 120 metros de las variaciones, mes a mes, de toda la capa de hielo de Groenlandia durante esas cuatro décadas. Es al final de la lengua de los glaciares donde se producen los grandes desprendimientos de hielo, causados por rupturas que, en parte, genera un agua oceánica más cálida, que los va socavando, mientras en la superficie actúan las temperaturas atmosféricas, que en esta isla ártica han llegado a ser de 24,8º C en verano (2016). De media, una investigación de hace un año ya confirmó que había aumentado 1,5º C, el límite marcado en el Acuerdo de Paris en 2015. Nunca en mil años hubo tanto calor en esa zona ártica, como también publicaba Nature a principios de 2023.

Toda esa superficie que ha desaparecido equivale aproximadamente a 1.034 gigatoneladas de hielo (una gigatonelada son 1.000 millones de toneladas). Al año, afirman los datos de este análisis, esa capa blanca, que además refleja la luz del sol, se ha reducido 218 kms2 desde que comenzó este siglo. Una de las conclusiones tiene que ver con las diferencias entre lo que avanzan los  glaciares árticos en invierno y retroceden en verano. Destacan dos casos en los que esas diferencias son mayores: el de glaciar Jakobshavn  (en el fiordo de Ilulissat) y el Zachariæ (al noreste, uno de los mayores que hay en esta isla). Son los que más hielo han perdido desde 1985, así que esa variabilidad estacional, señalan, podría predecir el retroceso a largo plazo .Si en  Zachariæ la pérdida es gigantesca, en el fiordo de Kangerlussuaq muestra también una importante retirada de hielo.

Expedición científica española del Trineo de Viento a Groenlandia en 2018. @RamonLarramendi

Esas mil gitatoneladas de hielo que sale por los fiordos en forma de icebergs, en un 90% ocurre por debajo de la superficie y ha sido reemplazada, señalan los científicos, por agua de mar y, por lo tanto, no se puede detectar por los satélites y no aumenta tanto el nivel del mar como podría esperarse porque ocupa un espacio en el que había hielo. Si lo hace el otro 10% restante, que equivale a 0,33 milímetros de aumento del nivel del mar global.

Ese 20% más de hielo perdido desde 1985 que no se conocía supone que cada año han desaparecido 43 gigatoneladas más de las 221 estimadas, que no sólo han aumentado las corrientes costeras en Groenlandia, afectando a su vida marina, sino que están desestabilizando la Corriente Circular del Atlántico (AMOC), una parte de la corriente oceánica termohalina que lleva al norte las aguas cálidas y al sur las aguas frías (a más profundidad). Con el deshielo, el agua ártica es menos salada y tiende a hundirse menos, evitando su desplazamiento hacia el sur y frenando esa corriente. Ya el verano pasado se publicó una investigación en la que se concluía que se estaba frenando y podía llegar a un punto de inflexión entre 2025 y 2095, incluso llegar a colapsar. Si esto sucediera, alertan de que se alterarían los patrones climáticos globales, afectando a los ecosistemas  y la seguridad alimentaria global. No sería la primera vez que ocurre en la historia terrestre. Ya sucedió hace unos 120.000 años, desencadenándose la Edad de Hielo, pero entonces era un planeta casi sin humanos y pudieron migrar sin fronteras ni ejércitos que les impidieran moverse a zonas habitables.

En definitiva, los resultados de esta investigación ponen de manifiesto que se ha subestimado el impacto del cambio climático, que sería mucho mayor en el Ártico del que el diagnóstico previo señalaba y ha servido de base para alcanzar acuerdos globales que puedan frenarlo.

La ciudad perdida de la Amazonía, hallada 2.500 años después


Rostain y Dorison. Imagen LIDAR de la ciudad milenaria

ROSA M. TRISTÁN

Que la Amazonía fue colonizada por el ser humano hace miles de años, no es nada nuevo. Pero que hubiera en algunas zonas hoy cubiertas de masa forestal un entramado de asentamientos humanos, con rectos caminos que los unían, da idea de una civilización, previa a la llegada de los hispanos, que no sólo existía en Centroamérica sino que había sido capaz de desarrollarse en un extenso territorio de esa selva tropical mucho mayor que lo que se pensaba. Así se ha descubierto en Ecuador, en concreto en el valle del río Upano, al sur del país, ya en zona de la alta Amazonía, donde desde hace más de 20 años un grupo de investigadores de varios países han estado trabajando en desentrañar los misterios de las estructuras que parecían adivinarse bajo el bosque de arrayanes.

Los resultados de ese intenso trabajo nos descubren que hace 2.500 años, unos dos milenios antes de que la llegada de los españoles a América, en esa zona en torno al Upano habitaban poblaciones agrarias no muy distintas de las mayas que hubo más al norte, en Guatemala o México. Bajo la dirección del arqueólogo francés Stéphen Rostain, que ha dedicado media vida a la Amazonía para desmontar los mitos sobre un pasado de poblamientos dispersos y sin organización alguna, el trabajo publicado en Science revela más de 6.000 plataformas de tierra rectangulares que solo pueden haber sido hechas por humanos, pero también estructuras que son plazas conectadas con senderos y caminos, las zonas agrícolas en las que tendrían sus cultivos y canales y drenajes en ríos cuyas aguas utilizarían. No se sabe si fueron decenas de miles o unos miles, pero nada que ver con la imagen de selva virgen que se imaginaba.

Bajo la cobertura forestal, gracias a la tecnología láser del sistema LIDAR (un dispositivo que permite determinar la distancia desde un emisor láser a un objeto o superficie), científicos franceses y ecuatorianos, pudieron mapear más de 600 kilómetros cuadrados y solo en 300 kms2 encontraron que hubo 15 lugares de asentamiento diferentes, conectados entre sí por una compleja red de vías, además de calles interiores. Fueron ocupados entre el año 500 a.C. y el siglo VI de nuestra era. En todo ese tiempo, Rostain y su equipo señalan que hubo dos culturas distintas, la Kilamope y la Upano, siendo los de esta última la más grande jamás encontrados en la región. “Tal descubrimiento es otro claro ejemplo de la subestimación del doble patrimonio de la Amazonia: está el ambiental pero también cultural y, por lo tanto, indígena”, señala Rostain.  “Creemos que es crucial revisar a fondo nuestras ideas preconcebidas sobre el mundo amazónico y, al hacerlo, reinterpretar los contextos y conceptos a la luz de una ciencia más inclusiva y participativa”, añaden, en un claro mensaje sobre la imperiosa necesidad de proteger un territorio, compartido entre ocho países, que no sólo contiene una riqueza en biodiversidad sin también un pasado en el que durante un milenio pueblos amerindios habitaron allí sin dejar prácticamente huella ambiental de su paso.

En realidad, recuerdan, ya el explorador extremeño Francisco de Orellana dijo que a las orillas del Amazonas, no lejos de los Andes, había visto grandes ciudades en su primer viaje, pero entonces se le tachó de fabulador y la cuestión no se consideró hasta que en la década de 1980 empezaron a encontrarse estructuras en Bolivia o Venezuela que tenían poco que ver con la lógica de la naturaleza. En Ecuador, el primer asentamiento que se localizó en la zona investigada fue Sangay, a finales de los años 70, pero no sería hasta 1990 que se organizó un proyecto de investigación de entidad.

Hoy, los arqueólogos nos muestran mapas y gráficos donde se observan plataformas situadas en terrazas a alturas de entre 70 y 100 metros del río, además de lugares de residencia, con agujeros para poner postes, escondites, fosas, hogares, tinajas grandes ozonas de molienda de grano y semillas quemadas. Para su construcción, cortaban la pendiente natural y hacían una base sobre la que levantaban la plataforma. Cuando las dos culturas que hubo -la kilamope y la upano- desaparecieron, otras posteriores ocuparon esos lugares, al menos hasta el siglo XIII. Eran pueblos agrícolas, sedentarios y que encontraron en su suelo volcánico un lugar fértil (aún tienen tres cosechas al año) donde establecerse. Se sabe que cultivaban maíz, fríjol, mandioca, batatas… Incluso hay rastro de que producían algo parecido a la cerveza. También tenían una cerámica propia, que también se ha encontrado más al norte, cerca de la ciudad ecuatoriana de Cuenca, lo que indica que había comercio entre las zonas.

Fue en 2015 cuando se hizo el estudio con láser desde el alto Upano al río Pastaza, con 300 kms2 analizados con una resolución de un metro. En años anteriores, ya habían recabado información sobre los asentamientos, así que se centraron en lo que había entre ellos, descubriendo una sorprendente red de carreteras entre ellos. También descubrieron las más de 6.000 plataformas de 20 por 10 metros, casi todas residenciales, en grupos de tres a seis unidades en torno a plazas en cuyo centro hay otra más grande, que podría ser en unos casos para vivirt y en otros dedicada a eventos rituales. En la zona de Sangay hay más de 125 plataformas por km2, situadas en lo alto de un acantilado desde el que se domina el valle. Es la zona de más densidad. Pero hay asentamientos más pequeños como los llamados Junguna y Kunguints (también para vivir) o Kilamope y Copueno (destinados a grandes actos cívico-ceremoniales). Todos tienen zanjas, caminos obstruidos o construcciones que indican que sufrían amenazas externas, quizás guerras, y se protegían. Muchas están en colinas cuyas cumbres fueron  aplanadas por aquellos pueblos para asentarse.

Respecto a los caminos,  rectilíneos pese a las dificultades del terreno, eran excavados con una anchura de entre dos y cinco metros de espacio transitable. Uno de ellos tiene   25 kilómetros de longitud, aunque podrían ser más. También se encontró una red de canales de drenaje del agua que se acumulaba en las tierras, que a menudo se confunden con los caminos. Es una técnica que aún utilizan los karinya del Orinoco para el cultivo y está relacionada con el cultivo en suelos aterrazados en los barrancos, lo que aún es tan habitual en esta zona del continente americano.

Todo ello indica que aquel valle del norte amazónico estaba densamente poblado al inicio de nuestra era, cuando se desarrolló un “urbanismo verde” en el que había un estrecho vínculo entre las zonas residenciales y agrícolas, facilitando así su suministro de alimentos. Pero también había intercambio comercial entre lugares que debieron ser contemporáneos gracias a sus carreteras, además de un entramado de canales en torno a esas vías que apuntan a la existencia de zonas de cultivo. En definitiva, una Amazonía en la que no todo era un bosque primario y sin intervención humana.

Los investigadores no creen que hubiera detrás un poder autoritario como encargado de organizar la mano de obra de forma más o menos coercitiva. Más bien apuntan que las relaciones de filiación entre los grupos y la solidaridad reforzada por intercambios ceremoniales pudieron ser suficientes para asegurar la cohesión y la coordinación precisa para lograr una organización estructurada. Destacan también que los yacimientos del valle ecuatoriano de Upano son muy diferentes a otros de la Amazonia, todos más recientes, mucho menos densos y, hasta que se demuestre lo contrario, sin una red de comunicación tan vasta. De momento, no hay pistas de la influencia de estas culturas en zonas andinas, aunque señalan que no hay razones para pensar que fuera un desarrollo endógeno. Tampoco se ha encontrado nada parecido aún en zonas como el Alto Xingú, en Brasil, pero Rostain y sus colegas están convencidos de que la Amazonía, bajo esa masa forestal, oculta más sorpresas como la de este valle, en tamaño como el Yucatán de México, que pudo estar tan poblado o más que como hoy. Y puestos a hacer comparaciones, indican que fue similar en extensión a la cultura de Teotihuacán en México o de la meseta egipcia de Giza.  

Artículo completo en Science.

Las riquezas de un África que se seca, se ahoga y adelgaza


ROSA M. TRISTÁN

En la última Feria del Libro Antiguo en la que estuve compré un libro esclarecedor.
Se llama “Las Riquezas de la Tierra “y lo escribió en 1936 el historiador y escritor
ruso, además de colaborador del Tercer Reich, Juri Semjonow. Todo un análisis de
los recursos naturales de este planeta, cuando aún África era una “provincia
económica de Europa” cargada de recursos a exportar y el “comercio universal” un
sueño en el epílogo del autor. Hoy, ese expolio continúa, pero el sueño de
Semjonow es realidad. Es la cara más amarga de la ‘globalización’ , que ha llevado
aparejada un exacerbado consumo y, con él, una emergencia climática planetaria
de origen humano que no tiene precedentes. No han pasado ni cien años pero
aquella África de ricas tierras ignotas, para Occidente, se seca, se ahoga y adelgaza
por hambre mientras de ella se sigue ‘succionando’ su naturaleza para alimentar la
maquinaria del norte.

Las últimas noticias que llegan del continente vecino no solo nos hablan de
modelos científicos y de previsiones de futuro. Nos cuenta que hoy, mientras
celebramos el Día de África, millones de personas desde Somalia a Senegal están
padeciendo sequías que, en plena guerra entre los proveedores de cereales y
fertilizantes, Ucrania y Rusia, acabarán en una terrible hambruna. Lo alertan ya
desde la FAO, el Programa Mundial de Alimentos y hasta el Banco Mundial. Y lo
recogen informes como el elaborado por Alianza por la Solidaridad-ActionAid
sobre lo ocurrido en amplias zonas del continente estas últimas semanas: los
combustibles han aumentado un 253% su precio, los fertilizantes un 196% y 163%
una hogaza de pan. “Ni podemos acceder al agua, porque necesitamos pone en
marcha las bombas de combustible para extraerla de pozos cada vez más
profundos”, señala Maryan Muhumed Hudhun, una campesina de Somalilandia, en
declaraciones a un equipo de ActionAid.

La última gran amenaza que se cierne sobre el continente es la desaparición de la
ganadería. No la intensiva, que es el modelo imperante en España, sino la que
permite salir adelante a casi 800 millones de pequeños agricultores y ganaderos
africanos para quienes los animales son su única cuenta bancaria. Dos estudios
cintíficos recientes ponían este riesgo sobre la mesa: el cambio climático
arramblará con 370 millones de cabeza de ganado en el mundo en menos de tres
décadas, casi todas en los países tropicales, muchos africanos, donde los pastos
desaparecen al mismo ritmo que aumentan las emisiones contaminantes globales.
“Mi familia –aseguraba hace unos días Sagal, otra mujer y madre en una
comunidad del Cuerno de África- poseía 100 animales y gracias a su leche
teníamos una vida próspera. Pero todo el ganado ha desaparecido. Cada mañana
fuimos viendo cómo morían entre cinco y 10 animales, hasta que no quedó
ninguno”. A su alrededor, en el testimonio recogido, sólo se ve tierra reseca.

A la vez, desde el sur de África, las novedades son muy distintas: países como
Sudáfrica, Madagascar o Malaui han sufrido inundaciones desde que comenzó el
año por tres ciclones y dos grandes tormentas tropicales que han desplazado ya a
un millón de personas y causado al menos 400 muertes, según datos oficiales. Las
pérdidas en medios de vida aún se están calculando, pero ya hay investigaciones
de la Universidad de Ciudad del Cabo que nos explican que la virulencia de estas
tormentas tiene que mucho que ver con el cambio climático de origen humano.
Diríase que ante tamaña crisis humanitaria en el horizonte africano, el mundo se
está movilizando con tanta rapidez como si de una invasión se tratara… Pero no.

De momento, hay pocos visos en el horizonte de que algo se mueva. Estos días, en
Davos, el Fondo Económico Mundial, que reúne a los 2.500 políticos y empresarios
más poderosos del planeta -salvo este año a Vladimir Putin y demás oligarcas
rusos-, se busca justamente “salvar la globalización” , que se considera amenazada
Tras la pandemia del COVID19 y la guerra. Apuntan que hay que evitar la llamada
“fragmentación geoeconómica” porque sólo la cooperación hará posible el
crecimiento. Y también mencionan el cambio climático, que parece ya una ‘coletilla’
en estos eventos en los que se promueve justo lo contrario que ‘recetan’ los
científicos: decrecimiento, consumo local y soluciones basadas en la naturaleza. La
crisis en África, no estaba entre las prioridades de la agenda.

Por otro lado, no deja de ser irónico que entre las riquezas más demandadas en la
actualidad del continente que nos ocupan estén precisamente los combustibles
fósiles que cavan sus tumbas. No me refiero ya al más codiciado en activo, el gas de
Argelia, sino a los otros proyectos que están ya en marcha, o a punto de iniciarse,
de lo que enumero unos cuantos: el proyecto para extraer ingentes cantidades de
gas de la costa frente a Senegal y Mauritania, que España ya piensa importar vía
Canarias; el petróleo bajo las dunas del Sáhara en este último país; nuevos
yacimientos encontrados en el sobreexplotado Delta del Níger; la exploración
petrolífera en las proximidades del Delta del Okavango; las grandes bolsas de gas
en la costa de Mozambique, de momento paradas por los ataques islamistas; y la
que hay la costa de Tanzania… Las inversiones para ponerlos en marcha,
multimillonarias, siempre tienen detrás una gran compañía internacional.

África se seca, se ahoga y adelgaza hasta que morirse de hambre. De la visión que
nos daba aquel libro de 1936 en el que se consideraba una gigantesca provincia a
nuestra disposición cargada de riquezas, no ha cambiado casi nada.

(Artículo publicado en PÚBLICO.ES en mayo de 2022 y desaparecido de su web tras el pirateo)

Un ‘basta ya’ a las empresas que expolian territorios indígenas


Hidroelécrica de ACS en Río Cahabon © Pedro Armestre/ Alianza por la Solidaridad

ROSA M. TRISTÁN

La primera vez que escuché hablar de Responsabilidad Social Corporativa fue hace
más de 25 años. Estábamos entonces en plena vorágine de crecimiento económico
y hablar de límites planetarios, de cambio climático, incluso de derechos humanos
ligados al medio ambiente, era casi una excentricidad. Un cuarto de siglo después,
el comercio global que ya despuntaba, se ha convertido en un sistema global, según
el cual todo viaja de un lado a otro del globo terráqueo sin más límites que el que
se pone a los pobres. Movemos la tierra y el agua, en forma de frutos o carne,
peces, combustibles, minerales, arena… Cambiamos el curso de los ríos y acabamos
con cualquier ser vivo que se oponga a nuestros deseos.

Todo ello se hace, mayoritariamente, gracias a la acción de empresas que en forma
de grandes compañías acuden a los foros globales cargadas de discursos, mientras
siguen aumentando sus cuentas de beneficios, ya nos caiga encima una pandemia o
una guerra. Aquella RSC que hace décadas nos presentaban hoy se ha convertido,
en la mayoría de los casos, en un ‘lavado de cara’ que tiene más que ver con el
marketing que con un compromiso real con los derechos humanos y ambientales.
Estos días de atrás, el grupo de expertos independientes InfluenceMap revelaba
que sólo 11 de las 30 entidades financieras más importantes han tomado medidas
que favorezcan reducir emisiones de efecto invernadero para 2030, pese a que se
comprometieron a ello en la Cumbre del Clima de Glasgow, el pasado año.

Pero no todo es cambio climático, que también, sino que esta forma de dar la vuelta
a las condiciones de la atmósfera en la que evolucionó la vida y aumentó en
número la especie humana, es como la puntilla de un baño ácido que recubre
infinidad de proyectos ‘de desarrollo’ hoy en marcha, algunos seguramente
financiados por esos mismos bancos, que llegan a los territorios más desprotegidos
del mundo y se hacen fuertes a base de corruptelas y leyes que en Europa serían
impensables. En España tenemos un buen ‘puñado’ de casos, investigados
exhaustivamente por ONG como Alianza por la Solidaridad-ActionAid, Greenpeace
y otras, que nos dicen que la cacareada RSC no siempre es como nos la pintan.
Casos en los que comunidades indígenas y campesinas se ven impotentes para
reclamar daños y perjuicios por un derrame, una hidroeléctrica que les deja sin río,
un monocultivo que arrambla con su agua potable, una pesquería que acapara su
alimento…. Eso si, todo con el beneplácito del gobierno de turno, sea éste de
Guatemala, México, Honduras o, hasta ahora, Colombia. Y son ejemplos de
América Latina, donde nuestro país es el segundo inversor del mundo, después de
Estados Unidos, pero los hay de otros continentes.

Ante esta situación de despojo, que además genera cientos de víctimas mortales
entre las personas defensoras de sus derechos -227 en 2020- , y miles de
detenciones y decenas de miles de amenazas y acosos que no saldrán nunca en
ninguna noticia, toma especial relevancia la iniciativa lanzada hace unos días por la Plataforma por las Empresas Responsables, que representa a más de 530
organizaciones de la sociedad civil española. Se trata de la campaña «Apoya una Ley
Made in Spain» y busca que con nuestras firmas, las de cientos de miles de
personas, se exija al Gobierno una ley que ponga fin a esos abusos empresariales
que hoy quedan impunes dentro de nuestras fronteras, pero mucho más fuera.
Si es verdad que tampoco es que en España sean todas responsables socialmente.
No hay más que ver lo que pasa con las compañías eléctricas, la falta de consenso
para instalar polígonos de renovables, las expropiaciones mal hechas, su maltrato a
los clientes y a quienes les proveen de sus recursos… pero los impactos se tornan
cuestión de vida o muerte cuando se trata de estados en los que los y las pobres no
figuran en ningún epígrafe de gobiernos de cuestionable ética.

Por ello, es urgente que España apruebe una ley que garantice justicia para las
personas y el medioambiente frente a estas empresas transnacionales, una
normativa que especifique requisitos claros, sólidos y exigibles para que todas
respeten obligatoriamente derechos humanos y ambientales tanto en sus negocios
concretos como en toda su cadena de valor, a la vez que se garantice acceso a la
justicia para las víctimas de sus desmanes. Y con sanciones si no se cumple, ya sea
en forma de multas económicas o excluyéndoles de los jugosos concursos públicos.
La UE ya ha dado un primer paso con una propuesta de directiva sobre debida
diligencia de las empresas en materia de sostenibilidad. Pero como señala Amaya
Acero, del Observatorio de RSC y coordinadora de la Plataforma por las Empresas
Responsables, “pese a ser un paso fundamental hacia la rendición de cuentas, la
conducta empresarial responsable y el acceso a la justicia, contiene ciertas fallas
que podrían hacer que la futura ley no sea realmente efectiva”. El poder de los
‘lobbies’ en Bruselas tiene la mano muy larga.
Peo no es algo nuevo. Cuando hace unos días se presentó la campaña, se dieron a
conocer los pormenores de legislaciones similares que ya existen en Francia,
desde 2017 y que en Alemania y Noruega se aprobaron en 2021. En Francia, hoy
las personas afectadas por los abusos de empresas francesas en terceros países
(como el caso del polígono eólico de EDF en México que afecta a los zapotecas o de
los supermercados Casino, que compran carne procedente de la Amazonía) pueden
ya reclamar justicia ante los tribunales franceses, y lo hacen, aunque algunos
jueces aún desconocen que ya no se trata de un asunto comercial, sino de justicia
penal. El testimonio del mexicano Eduardo Villarrea, de la ONG ProDESC , nos dejó
claro que sin esa ley, los campesinos no hubieran podido reclamar contra EDF,
como si hicieron . Al final, el Gobierno quitó la licencia y se salvaron miles de
hectáreas de territorio en Oaxaca.

En el caso de Alemania Franziska Humbert, de Oxfam, explicaba como en este país
ley, aún pendiente de entrar en vigor, ha contado con un amplio apoyo ciudadano,
pero también empresarial, sobre todo de las compañías que ya hacen bien las
cosas de forma voluntaria y se encuentran en desventaja competitiva porque sus
costes son más altos que si arramblaran sin miramientos con todo. “Hay más de
mil grandes empresas que apoyan esta normativa y, además, conseguimos 220.000
firmas ciudadanas. Un gran éxito”, señalaba Humbert.

¿Y en España cómo va el asunto? De momento, sigue en capilla. Enrique Santiago,
secretario de Estado de la Agenda 2030 anunció una iniciativa al respecto, que se
ha incluido en la planificación anual de leyes a aprobar, y en abril hubo una
consulta pública de un anteproyecto de Ley. “Pero ahora necesitamos que se haga
realidad y llegue al Congreso para ser votada en esta legislatura. Los derechos
humanos y las víctimas no pueden esperar más” , insiste Almudena Moreno, de
Alianza por la Solidaridad-ActionAid. “Los límites de la voluntariedad se han
quedado obsoletos y mientras no tengamos esta ley, muchas comunidades verán
hipotecado su futuro. Y deberá ser una ley que no sólo permita acceder a una
reparación a las víctimas, sino que prevenga los impactos porque obligue a tener
planes de debida diligencia transparentes e independientes. Ya somos 530
organizaciones sociales pidiéndolo, pero necesitamos que la ciudadanía nos apoye
para lograrlo”, añade. De momento, mientras que nuestra ley nacional y la directiva europea no existen
seamos conscientes de que la respuesta a los desmanes de nuestras empresas
estará únicamente en sus propias manos o el quehacer de Estados que ponen el
desarrollismo por encima de lo demás. Hoy, incluso una vez contrastado que han
actuado contra la legislación internacional en derechos humanos o contra el medio
ambiente, desde España no tienen más reprimenda que las “recomendaciones” que
se les hacen desde un organismo llamado Punto Nacional de Contacto, que como
tales pueden no cumplir. Eso es lo que ocurre. Pero se merecen nuestro “¡Basta
ya!”.

(Artículo publicado en PÚBLICO.ES en junio de 2022, desaparecido tras pirateo web del medio)

Migrantes y clima: más allá del pánico


Inundaciones en Guatemala, 2022…

ROSA M. TRISTÁN

Nadie sabe cuántos son y pocos por dónde se mueven… Oficialmente, no existen
pero están y algunos, cada vez más en esta Europa del siglo XXI, sólo se les
representa como una amenaza a la que buscan hacer frente votando a partidos de
una derecha extremista y xenófoba que ni les reconoce ni les quiere. Son las
personas a las que se llama “migrantes climáticos” o “refugiados climáticos”, que
en solo 10 años ya superan los 260 millones, según la Organización Mundial de
Migraciones, pero que serán muchos más a lo largo de esta década porque la causa
principal está en ese fenómeno que transforma el clima planetario, y con él los
océanos y tierras de cultivo, que sigue imparable: el aumento de las emisiones
contaminantes de origen humano.
Un informe elaborado por investigadores de la Universidad de Bolonia en
colaboración en el marco del programa europeo Climat Of Change, con la
participación de 15 ONG, entre ellas Alianza por la Solidaridad-ActionAid, destaca
las dificultades para poder discernir en las actuales migraciones humanas el factor
del clima. Es evidente que inundaciones como la que este verano ha afectado a 30
millones de personas en Pakistán implica a su vez millones de desplazamientos,
casi siempre a lugares cercanos y puntuales, aunque también las hay permanentes.
Pero luego está ese flujo menos abrupto y más constante que sequías, cambios del
ciclo de las lluvias, aumentos del nivel del mar u olas de calor que tienen lugar en
países donde buena parte de la población está sometida, además, a otros procesos
que la emergencia global de clima potencia y que afectan a su economía de
subsistencia, situándoles en un escenario de vulnerabilidad extrema.

¿Son entonces migrantes del clima o no lo son? Esta cuestión se aborda en el
informe “¿Más allá del pánico?” a través del análisis de los desplazamientos
climáticos en cuatro países -Senegal, Guatemala, Camboya y Kenia- recoge
testimonios de afectados, como el resultado de grupos de discusión con
especialistas, diarios climáticos, entrevistas en profundidad y encuestas a la
población en los tres continentes.

Uno de sus resultados es que las personas de los países con menos recursos tienen
una probabilidad seis veces mayor que las de las naciones ricas de sufrir lesiones,
perder sus hogares, ser desplazadas o evacuadas o necesitar ayuda de emergencia
por catástrofes ambientales, pero casi nadie se reconoce como “migrante
climático”. Si les preguntan, aducen otros motivos políticos, económicos, sociales o
demográficos, aunque a menudo tienen detrás impactos calentamiento global,
como es la carestía de agua o la escasez tierras de cultivo.

La cuestión es que cuando se ven impelidos a migrar para sobrevivir, el panorama
al que se enfrentan tiene muy poco que ver con el que había en cambios climáticos
del pasado remoto, cuando los humanos, ancestros y de nuestra especie, se movían por el planeta: chocan con las fronteras y los visados. Hoy, la desigualdad de acceso
a la movilidad condenan a buena parte de la Humanidad a no poder escapar de una
crisis. Un ejemplo es clarificador: si una persona de España tiene ‘visa libre’ para
entrar en 117 países; una de Senegal sólo puede hacerlo en 30, la mayoría
africanos.

Veamos cómo se vive en este país africano, que hoy es lugar de origen y de tránsito
para muchos de los migrantes que llegan a Europa. Tal como señala la
investigación de Bolonia, el 65% de la población de Senegal vive su costa, pero es
el octavo país del mundo con más riesgo por aumento del nivel del mar. Hay aldeas
cercanas a la ciudad de Sant Louis, en la Langue Barberie, que ya están bajo las
aguas y se calcula que en 60 años lo estará el 80% de esa ciudad, Patrimonio de la
Humanidad, de la que tendrán que salir 150.000 de sus habitantes . ¿Hacia dónde?
Pero Senegal no sólo se enfrenta a los impactos del nuevo clima. También a un
desarrollo urbanístico caótico y muy rápido, que aumenta al albur de los
desplazamientos desde el interior rural y a un grave deterioro de las pesquerías,
de las que viven unas 600.000 personas (el 15% de la población activa).

En parte, este deterioro es debido a que el calentamiento global genera cambios de las
corrientes oceánicas, afectando a las migraciones de los peces, pero también a que
grandes buques industriales acaparan y explotan sus caladeros, debido a
convenios internacionales, abocando a muchos pescadores a emigrar rumbo a
Europa: el convenio entre la UE y Senegal firmado en pasado señala que barcos
europeos pueden pescar 14.000 toneladas de peces; entre otros, 23 atuneros, cinco
palagraneros y dos grandes buques arrastreros de merluza con bandera de España.
La situación de las ‘migraciones climáticas’ en un país como Guatemala tiene otros
condicionantes. En el llamado Corredor Seco, el país es de los 10 más vulnerables
del mundo al cambio climático, al que se enfrenta con un 70% de su población por
debajo del índice de pobreza y unas élites políticas y económicas muy corruptas.
Zonas como las de Totonicapán, son especialmente vulnerables a fenómenos
extremos como olas de calor, sequías y trombas de agua, que se suceden donde
está asentada una actividad minera y agroindustrias que acaparan el agua: en
Totonicapán seis de cada 10 libros de agua se destinan a grandes plantaciones de
caña de azúcar, aceita de palma y plataneras. El último desastre ha sido el huracán
Julia, que ha inundado el municipio tras desbordar el río. Se calcula que a su paso
ha el Julia ha dejado en el país 463.000 personas afectadas, 13 personas fallecidas
y 500 casas destruidas.

El clima afecta pero ¿Y la deforestación desatada para promover monocultivos en
lugares donde más del 40% de la población (casi todos indígenas) no tiene
tuberías de agua potable en sus viviendas? ¿Se enfrentarían mejor a las catástrofes
con políticas que impidieran el acaparamiento del agua? Lo que se sabe es que, a
falta de trabajo, se calcula que un 10% de la población de Totonicapán tiene que
migrar temporalmente a lo largo del año y que el 22.5% lo hacen al extranjero,
para lo cual se endeudan en créditos que les atrapan de por vida por las continuas
devoluciones en las fronteras del norte (Estados Unidos, principalmente.
Battambang está al norte de Camboya, no lejos de la frontera con Tailandia. Hace

15 años, cuando visité la zona, me sorprendió la cantidad de selva que caía a
machete y fuego en la zona para crear tierras de cultivo. No me sorprende leer en
esta investigacion que sólo entre 2010 y 2016 la cubierta vegetal del país perdió
más de un 10% (ya es sólo el 46%, en un país tropical). A estos problemas de
deforestación, en gran medida ilegal y sin control, se añaden unas lluvias erráticas,
efecto del calentamiento global.

En esta zona, son muchos los que viven del lago y el río Tonle Sap, único del mundo
con un flujo bidireccional en función de la estación: cuando llega el monzón, las
lluvias intensas revierten su flujo y envían el agua, los peces y sus huevos desde el
sistema del río Mekong al lago, mientras que durante la estación seca y el Tonle
Sap vierte en el río. Es un delicado equilibrio, pero está en crisis por la
construcción de presas, la explotación maderera irregular y, ahora también, el
cambio climático. Los bosques inundables ya no se inundan y la pesca baja. Muchas
familias están vendiendo sus pequeñas tierras o pidiendo microcréditos para
pagarse el coste de migrar temporalmente a Tailandia. Al final, las malas cosechas,
de arroz fundamentalmente, se repiten y el retorno es en forma de divisas, no de
personas.

En recorrido acaba en Kenia, noticia cada día más frecuente por la continuidad de
las sequías o las inundaciones. Desde tiempos remotos ha habido pastoreo nómada
en Kenia, pero es que ahora están aumentando los desplazamientos y los pastores
no tienen donde ir. En algunos lugares, proyectos de protección de la fauna salvaje
les afectan y lugares a los que iban, como el Condado de Isolo, ya no tiene
capacidad para acogerles. Allí, la sequía y las lluvias impredecibles han afectado
negativamente a las cosechas y han aumentado la mortalidad de las
reses. Los conflictos por los recursos son continuos y a más violencia, más
inseguridad alimentaria. Muchos son los que se quejan de que su Gobierno no esté
implementando medidas para paliar los impactos del cambio climático y en las
encuestas aseguran que migrarían fuera si pudieran para aprender técnicas con las
que adaptarse a las nuevas circunstancias.


El informe “¿Más allá del pánico?” incluye recomendaciones a nivel internacional, nacional y local en torno a migraciones que, indudablemente, están afectadas por el clima, pero no solamente.
Una de ellas es mejorar las rutas migratorias y el derecho a la movilidad de las
personas (recordemos en España tenemos casi medio millón de personas
migrantes sin regularizar), pero también hay que mejorar y compartir las
tecnologías de adaptación a nuevo clima. Es evidente que los estados que más han
contribuido a estas situaciones, tienen que asumir su responsabilidad, pero no sólo
por el haber trastocado la vida en toda la Tierra en apenas unas décadas, sino
porque esa acción humana ha sido acompañada de otras igualmente perniciosas,
como es modificar el curso de los ríos, destruir los bosques para monocultivos,
contaminar los flujos de agua, cavar minas y generar cuantiosos beneficios.

La guerra del agua está aquí: ¿trasvases en un país reseco?


Embalse de Linares (Burgos), en municipio de Maderuelo.

ROSA M. TRISTÁN

Si en algo hay unanimidad hable con quien hable del mundo de la ciencia climática,
geológica o ambiental es en que de toda la Tierra, la zona mediterránea es de las
que más van a padecer los estragos del cambio climático, no tanto en muertes,
dado que la situación de partida es mucho peor en África subsahariana o
Centroamérica, pero si por la carestía de agua potable, en exceso de sequías y en
apabullante llegada de inundaciones costeras y lluvias torrenciales. Se sabe, se
están cumpliendo las previsiones hechas ya hace muchos años y, sin embargo, se
siguen escuchando declaraciones, peticiones e incluso exigencias que parecen
sacadas, no del diagnóstico real de la situación, sino del cuento de las Mil y una
noches, donde basta que aparezca un mago para que, de repente, los embalses se
llenen y los caudales de los ríos fluyan portentosos y cantarines.

España se seca, por más que durante unos pocos días llueva y nieve, así que la
economía basada en el agua, como la de la nieve, parece que tiene los días
contados, tal como se diseñó cuando ya había señales de que no tenía futuro.
España se seca mientras en zonas del Levante, en aras de una solidaridad, por otra
parte muy interesada, exigen que se la de quien ya no la tiene, para seguir
‘rentabilizándola’ en una Europa mucho más verde que nuestra tierra en forma de
frutas y hortalizas, de hecho hasta el 70% de la producción se va fuera.
Todo ello viene al hilo de las exigencias de travases desde el famélico río Tajo hacia
la cuenca del Segura. De momento, el Consejo de Estado lo ha recortado, no sin
enfrentamientos políticos incluso entre socios de gobierno y, como no, con la
oposición en la zona levantina. Todos aducen que sin agua se ponen en riesgo ni
más ni menos que 100.000 empleos –no se si incluyen los de migrantes explotados
de mala manera, sin contratos ni derechos, como se puede constatarse en zonas de
Níjar (Almería), Cartagena (Murcia) o Elche (Alicante)- y que se hundirán un buen
número de negocios, muchos de ellos grandes empresas, por cierto, que crecieron
de forma desorbitada reverdeciendo lo que era un desierto. Aducen que ellos
aprovechan muy bien “cada gota de agua”, mejor que los del interior, en cuyos
montes nacen los ríos, su argumento estrella para que cumplan sus demandas.
Pero resulta que donde no hay, no se puede dar, y menos para que acabe
contaminada de fitosanitarios agrícolas que arramblan con zonas como el Mar
Menor. Además, conviene olvidar que nuestros ríos no son solo tomates de
exportación, porque resulta que tienen vida, la de sus aguas y la de sus orillas, y
hay que preservarles un caudal ecológico mínimo para que sigan vivos.

Recientemente, en un acto sobre transición energética, convocado por la
Fundación Espacio Público y Público, el físico Pedro Arrojo, actual relator de la
ONU sobre el derecho al agua, lo decía muy claramente: “Cuando se necesita un
trasvase es cuando hay sequía y si la hay en toda la cuenca Mediterránea, también
la hay en el Tajo y en el Ebro. En el Plan Hidrológico Nacional que se aprobó en su
día ya decía que los trasvases no se utilizarían en época de sequía. Tratar de
resolver las sequías asociadas al cambio climático, no es lo más razonable”.

A simple vista, no parece lo más adecuado que zona de El Ejido (Almería) , con
mínimos de 286 mm anuales de lluvias, sea hoy la ‘huerta de Europa’ gracias a un
agua que antes si caía en el norte de una península , pero que en donde en 2022
llovió un 16% menos y tuvo 1,7°C más de temperatura que sus medias históricas,
superando el límite de los 1,5° C más del que nos habla el Acuerdo de Paris.
Tampoco parece acertado que la Comunidad Valenciana reclame ese agua del Tajo
a la vez que su presidente anuncia en Fitur que espera este año 30 millones de
turistas, como si les sobrara el agua que exigen. Y como si hubiera tantos
dispuestos a achicharrarse en un verano como el pasado.

A ello se suma el tema acuíferos, como mencionaba también Arrojo: “Los acuíferos
es la parte que no vemos. Debajo de nosotros hay 20 veces más de agua dulce que
en superficie. Y como es buen negocio sacarla, la sobreexplotamos… y a la siguiente
sequía estamos muertos. Hay que recuperar esos pulmones hídricos naturales para
que sean piezas claves, depósitos estratégicos en ciclos sequía. No podemos tener
un millón de pozos ilegales. Es un crimen y hay que pararlo”. Si a los pozos ilegales
sumamos las macrogranjas de cerdos, que crecen como setas por el territorio y
dejan sin agua de beber a tantos pueblos, el panorama es patético.

Algunos insisten estos días en la cuestión de solidaridad, de que repartir es lo
progresista -lo que sorprende es quien lo defiende-, y que el norte verde (que
vimos arder el pasado verano) deber compartir este bien natural con el sur seco,
pero lleno de invernaderos, piscinas y campos de golf. Señalan que ya están las
infraestructuras hechas para trasvasar de un cauce a otro, así que sale barato.
Pero ¿qué pasa si los embalses no tienen agua? Porque es que ya no se llenan y es
algo que no va a mejorar porque seguimos llenando la atmósfera de CO2, como
señalaba en el mismo evento el físico Antonio Turiel, que llegó a recomendar dejar
desde hoy los combustibles fósiles aparcados. Ni coches ni fábricas. Kaput.

Es la guerra del agua en su apogeo, título de una ponencia que ya ofrecí en la
Exposición Internacional de Zaragoza en 2008, así que es evidente que hay que
buscar alternativas factibles y que, de momento, las desaladoras movidas por
energías renovables, son la mejor opción para que el sureste y el sur reseco tengan
en el futuro, pero no para malgastarla, contaminarla o exportarla en productos
cultivados en un semi-desierto, sino para usarla con raciocinio y empezar a
cambiar el rumbo de una agroindustria que debiera adaptarse mejor a su
ecosistema. Así evolucionó el ser humano: adaptándose biológica y
tecnológicamente al medio ambiente en el que habitaba. Además, ¿no es lo mismo
que se pide para África subsahariana?: cultivos resistentes al cambio climático,
como opción para su supervivencia antes de tener que migrar al norte. ¿Qué
diríamos si nos pidieran a los europeos un trasvase de agua para cultivar en el
Sahel? A fin de cuentas, el calentamiento global es más culpa nuestra que suya.
Turiel comentaba también cómo la ciencia apunta soluciones, pero recordaba el
riesgo de sacralizar aquellas tecno-científicas mientras no se promueven a la vez
cambios sociales, “a la vez hay una tendencia creciente a ridiculizar a la ciencia por
intereses espúreos”. El científico defiende que lo importante es cambiar el sistema
económico global, pero parece que no vamos por ahí cuando el próximo presidente

de la Cumbre del Clima, la COP28 en Emiratos Árabes Unidos, será el director de la
petrolera National Oil Company en ese país.
Arrojo, por su parte, recordaba que “son precisos modelos de gobernanza
democrática del agua, porque es un recurso que debe ser accesible para todos pero
no apropiable como bien comercial”. Quede esa frase como epílogo de lo
importante.

(Artículo publicado en PUBLICO.ES en enero de 2023, irrecuperable en ese medio tras pirateo de su página web)

El cambio climático y la roca que nos ciega


(Artículo publicado en Ecologismo de Emergencia (Público.es) y desaparecido tras el pirateo de este medio)

ROSA M. TRISTÁN

El científico Fernando Valladares hablaba recientemente de “la roca que nos ciega”,
la que no nos permite ver ya más allá de nuestros pies, aunque ya nos esté
comenzando a aplastar las uñas. Él hacía la metáfora al hilo del empeño del
socialismo aragonés en invertir una millonada en negocios del esquí en los
Pirineos, destrozando un paraje natural como es Canal Roya e hipotecando fondos
destinados a “futuras generaciones” (de hecho, se llaman Next Generation). Horas
después, el resumen de los informes de los últimos años del panel de expertos
climáticos de la ONU (el llamado IPCC), nos ha puesto tales datos sobre la mesa y la
necesidad de una urgencia para actuar que quienes, contra toda lógica racional, se
empeñan en tener rocas delante parece que viven en otro mundo.


En realidad, el resumen del VI informe del IPCC, que se inició en 2018, no nos
descubre nada nuevo. Pero si nos alerta: reaccionamos ya y con cambios drásticos
o lo vamos a pasar muy mal. Para empezar, los expertos nos dicen que el
calentamiento global actual de 1,1 °C por encima de temperaturas preindustriales
será 1,5 ° a mediados de siglo porque no hemos hecho nada, o casi nada, por
evitarlo. Pese a que en 2015, en el Acuerdo de Paris, con el funesto diagnóstico
científico anterior, los líderes del mundo se comprometieron a tomar medidas con
plazos y cifras, la situación ha empeorado. El pasado año, sin ir más lejos, las
emisiones de efecto invernadero globales, lejos de disminuir, aumentaron un 1% .
Y seguimos sacando combustibles fósiles de bajo tierra para ponerlos en la
atmósfera, pero sin en ‘recapturarlos’ a gran escala para que el perjuicio sea
menor, ya sea con más vegetación o tecnologías que no acaban de funcionar.


El rapapolvo tras el diagnóstico científico vino de nuevo del secretario general de
la ONU, Antonio Guterres, que ya no sabe qué decir para que los líderes, políticos y
económicos, se quiten la roca que tienen delante y que mata, eso es verdad, más a
unos más que otros: si naciste en un país en desarrollo y vulnerable al cambio
climático, tu probabilidad de supervivencia es menor. Pero esa ‘bomba climática’
de las que les alerta no les inmuta: Biden abre Alaska a la extracción de petróleo;
Xi Jinping, que preside la fábrica del mundo, ha aumentado los proyectos de carbón
de China casi un 50 % en los últimos seis meses de 2022; y en la UE seguimos
gastando más en armas para Ucrania que en políticas climáticas que no sean las de
una transición energética que se está dejando en manos de las misma
multinacionales, generando con su forma de actuar un rechazo social en los
territorios donde se implantan que es creciente y puede acabar generando
indeseables negacionismos.


Cuenta el IPCC que se ha confirmado que el cambio climático exacerba fenómenos
tan dañinos como sequías, inundaciones, huracanes u olas de calor, y que vamos a
pasar hambre (inseguridad alimentaria, se llama) y sed (estrés hídrico) sobre todo
en las regiones más vulnerables del planeta, como lo es España si no esperamos

más para hacer algo, pero no sobre el papel sino de verdad. Explica también que no
es algo que vaya a impactar en unos pocos, sino que somos entre 3.300 y 3.600
millones de humanos habitando en zonas de riesgo y que en sólo 10 años ya ha
habido 15 veces más víctimas en esos lugares vulnerables que en áreas menos
afectadas. Y añade que si no queremos subir la temperatura más de ese 1,5 °C
apenas tenemos siete años por delante, hasta 2030, para rebajar las emisiones
contaminantes a la mitad.


Poco margen parece si miramos para atrás y comprobamos que la primera alarma
científica sobre el calentamiento causado por el ser humano saltó hace medio siglo
y que, desde entonces, hemos seguido como si no pasara nada mientras el pequeño
grupo que conforman las gentes de la investigación iban comprobando la infinidad
de impactos asociados que estábamos generando. Hoy se sabe, por ejemplo, que la
contaminación tiene una inercia que durará cientos o quizá miles de años aunque
la frenemos ya, que océanos y tierra van reduciendo su capacidad de captar CO2,
que el deshielo de glaciares y polos es hoy irreversible salvo a muy largo plazo.
Los expertos, en la rueda de prensa internacional, querían dar un mensaje de
esperanza (‘hope’ ha sido de las palabras más repetidas) y han vuelto a insistir en
la necesidad de transformar la industria y el transporte, y mejorar la eficiencia
energética , y cambiar el sistema de alimentación. Han insistido en el necesario
desarrollo de energías renovables, sin profundizar en cómo se puede hacer a nivel
global con materias primas finitas para ello, y han dicho que con apoyos
financieros y de políticas “cada comunidad puede reducir o evitar el consumo con
altas emisiones de carbono” además de pedir más fondos para adaptarse a los
riesgo que ya no son evitables.


Una de las autoras de este informe del IPCC, la chilena Paulina Alduce, me comenta
en conversación telefónica que “esa esperanza está asociada a que se tomen
decisiones de manera ambiciosa y urgente “ y destacaba que ya se han perdido
valiosos años. Me recordaba Alduce que antes de la transición energética “el
informe deja claro que antes de la transición energética hay que cambiar los
patrones de consumo, que son muy elevados, y eso pasa por cambiar los valores”.
“Yo creo que falta información, que si todos superan lo que tenemos enfrente
habría más conciencia y más acciones”, añade. Pero es la roca. Ese no querer ver
detrás de ella porque lo que hay igual me cambia la vida, esa que basamos en el
PIB. Parece difícil, aunque poder se puede, que las comunidades contaminantes, como
las que se mencionan, hoy dependientes de exterior para gran parte de los
suministros, vayan quitarse de los hombros el peso de un cambio de un sistema
económico que está muy a gusto haciendo ‘caja’ . También lo parece que se vaya a
conservar incólume a corto plazo entre el 30 % y el 50 % del planeta que se
propone (pensemos que ha costado 20 años un Tratado Global del Océano)
mientras en países como muchos africanos, Indonesia o Brasil, donde habita gran
parte de la biodiversidad global a proteger, sigue imperando la pobreza. Y, además,
sufren los impactos de un ‘efecto invernadero’ que ha hecho posible el bienestar en
el hemisferio norte.

Ahora, en Senegal, en Congo, en Mozambique o Mauritania
descubren que tienen “oro negro” líquido o gaseoso que exprimir y que hay bancos europeos y americanos que se lo financian y empresas dispuestas a
explotarlos cuyas sedes están en países tan respetables como Canadá, Reino Unido
o Alemania. A fin de cuentas, ni los fondos para mitigar los daños climáticos, ni los
destinados a adaptación, ni los que debieran compensar las pérdidas que ya son
reales están funcionando, otra de las reclamaciones del IPCC.

Por otro lado, en una humanidad cada vez más urbanizada, los científicos
climáticos indican que “las zonas urbanas ofrecen una oportunidad a escala global
para fomentar una acción climática ambiciosa que contribuya al desarrollo
sostenible”. Y hablan de paneles verdes en las ciudades, esos focos de emisiones a
compensar. Sin embargo, habito en una gran urbe, Madrid, en la que las plazas se
convierten en sartenes de hormigón, granito y asfalto y están a la orden del día las
talas de árboledas grandes y maduras para colocar palitroques que no nunca
podrán absorber tanto C02 como esos “cadáveres” de lo que parece una guerra
contra la naturaleza viva. Decisiones tomadas por políticos que son elegidos por
ciudadanos cegados por esa ‘roca’ a la que no hace mella la realidad.

Lo que no se comprende es que dada la urgencia ante el desaguisado planetario, la
ONU no haya cambiado los planes para que estos informes que, por lo menos,
sirven para dar un ‘virtual sopapo’ a los mandamases, sigan haciéndose o
ampliándose anualmente. Siguiendo la agenda prevista, hasta 2028 no habrá un
nuevo compendio que retrate la evolución de la situación climática global, ya a las
puertas de la década peligrosa, o mejor, aún más peligrosa. Nos quedan las
cumbres del clima –la próxima en un país petrolero, Emiratos Árabes Unidos- pero
que hace años que ya no llegan a acuerdos eficaces a la vista está, y seguimos
esperando a ver si el de hace ya siete años se cumple. De hecho, sólo la UE parecía
estar avanzando hasta que se cruzó la guerra de Ucrania.

La “roca” no es fácil de quitar, aunque se puede. La forman cientos de miles de
decisiones absurdas, como son invertir millones en un negocio para el esquí en una
cordillera del sur de Europa, talar árboles en ciudades con crecientes olas de calor,
desecar acuíferos en humedales por unas fresas, llevar melones a tierras
meloneras desde el otro lado del mundo, cambiar el curso de los ríos que se
quedan sin agua para regar en un desierto o construir campos de golf en islas
volcánicas (La Palma). Son solo unos pocos ejemplos de un país que se dice en la
senda de la sostenibilidad. El escritor Julio Llamazares me decía el otro día en una
entrevista que hoy “todo lo que no es productivo económicamente no se considera
que tenga valor”, sean árboles, valles pirenaico o ancianos. Al final, la roca
arramblará con todos. Pensemos que estamos a tiempo de moverla. ¡PERO YA!