DIARIO ANTÁRTICO 2019-2020


Este blog acoge el diario de la campaña polar antártica española 2019-2020 en la que su autora participó desde el  2 de febrero 2020 hasta 15 de marzo de 2020.

 

22 de Diciembre 2019 (Madrid)

Cursillo polar en el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades en octubre.

Desde que el 25 de Septiembre recibí un email en el que se me aprobaba mi participación en la XXXIII Campaña Antártica española, sentí que me tocaba una Lotería, pero de las que de verdad me importan,  de las que marcan una vida. Podría decirse que fue mi auténtico 22 de Diciembre. Bien es verdad que gracias a mi trabajo con el Trineo de Viento he sentido de cerca lo que es el mundo polar, pero una cosa es que te lo cuenten y otra tener en el horizonte formar parte del pequeño grupo humano que ha conocido ese lugar: la ANTÁRTIDA. Como los grandes exploradores de la historia… En estos tres meses, como ya contaba en #SomosAntártida, en El País, el blog donde iré resumiendo las noticias de esta aventura, he tenido que superar, como los otros 200 humanos que irán en esta campaña, unas pruebas médicas y un cursillo de formación bien completo. Sobre normativas, seguridad personal, mucho medio ambiente y hasta sobre violencia de género, algo novedoso en esta campaña, asunto que habrá que ir afinando para que sea más adaptado a la realidad polar.

Tardé tiempo en saber las fechas que me tocaban en este ‘rompecabezas’ que es cuadrar los viajes de los 200 participantes en esta campaña (de ellos, unos 100 científicos) y cuando, por fin me lo comunicaron, resulta que me ha tocado ir en la segunda fase (durante el mes de febrero de  2020) y, además, con estancia en las dos bases españolas, la Juan Carlos I y la Gabriel de Castilla. Si una es de estreno, vamos, que está ‘a la última’en comodidad, me cuentan que en la otra viviré la aventura de un modo mucho más ‘tradicional’, pero me entusiasma la idea de conocer ambos lugares. Además, iré y volveré, si nada cambia, en el Buque Oceanográfico Hespérides, otra idea que me entusiasma, aunque no se si me arrepentiré porque me mareo con cuatro curvas.

Estos tres meses, entre otras muchas obligaciones laborales, me he empapado del literatura polar (gracias Javier Cacho y Leopoldo García Sancho, dos imprescindibles). Además, el ministro de Ciencia Pedro Duque me ha dado algún consejillo («¡¡Ten cuidado al bajar del Hespérides a la zodiac!!, me dijo hace unos días, «sobre todo con la espalda»), he recopilado información sorprendente, como que en la Antártida hay ‘teletabis’ (aunque tengo con confirmar este dato…) y muchos datos del cambio climático que se acelera en el continente de hielo  (la cumbre del clima COP25 fue una gran oportunidad de conocer informes que auguran un futuro muy negro). En las últimas jornadas, ya he conseguido vuelos a Punta Arenas (Chile) a un precio aceptable. Y es que también está decidido que el Hespérides me recogerá en Usuahia (Argentina) y me dejará al regreso en esa ciudad magallánica chilena, así he decidido que es una oportunidad para recorrer  la Tierra de Fuego y así conocer a lo que encontró Charles Darwin en estas latitudes.

También ha habido noticias funestas del mundo polar: la peor, el accidente de un avión Hércules chileno que viajaba hacia una base Antártica cuando cruzaba el Mar de Hoces (otros, más anglosajones, lo llaman Paso del Drake, pero yo me quedo con el homenaje del marino español que en 1535 lo descubrió). En ese siniestro murieron 38 personas, entre ellas algunos científicos. Es un triste suceso que me hace tener muy presente que la Antártida no es un lugar cualquiera. Por ello, no es de extrañar que hasta hace 200 años nadie la haya pisado…y aún así son pocos los y las afortunadas.

23 de Diciembre 2019 (Madrid- conexión Hespérides)

El Hespérides haciendo ‘hipódromos’ en la caldera de Isla Decepción. En el cristal, la velocidad del viento. @ArmadaEspañola

Las bases antárticas españolas ya tienen vida. Tras su largo letargo invernal se desperezan como si surgieran de un soporífero y gélido sueño, mientras sus habitantes comienzan a hacerse con el lugar y a llenarlas de calor humano. Me lo cuentan varios de los participantes en la campaña polar española, vía satélite, desde el Buque de Investigación Oceanográfica Hespérides y desde las bases. Así he podido saber que ayer tocó la Lotería Nacional a un militar que está en la Antártida, pero también muchos detalles de la travesía hasta ese continente. Ya he iniciado mi ‘cuenta atrás’ particular. Gracias al capitán del Hespérides, José Emilio Regodón, que me tiene informada  vía WastApp, primero supe del encuentro fortuito en alta mar (en mitad del Atlántico) con el buque escuela Sebastián Elcano, luego de la llegada a Montevideo (Uruguay) y el paso de las angosturas del Canal de Magallanes hasta Punta Arenas (Chile), también he seguido el desembarco de ayuda solidaria que llevaba el buque para un colegio de huérfanos de esta ciudad (algo que, me cuenta, se repite los últimos años) y, por fin, del primer paso de esta campaña por el Mar de Hoces hasta la Antártida, con olas ‘pequeñas’, según Regodón, aunque imagino que a sus pasajeros igual no les parecieron tanto. «Pueden ser de hasta 12 metros, pero por ello intento siempre evitarlas», me tranquiliza el marino mientras comienzo a pensar en los kilos de Biodramina que necesitaré a bordo..

Fue en ese paso donde el BIO Hespérides  se unió a otros muchos buques para buscar restos del avión chileno siniestrado días antes, el mismo que otras ocasiones cogieron científicos españoles. Y los encontraron, aunque no pudieron recogerlos por las malas condiciones de «la mar». Eso si, los fotografiaron y geolocalizaron por si otros tenían más suerte.

Por fin, el día 19 de Diciembre me contaban, el buque entró en la bahía de Isla Livingston en cuya orilla está ubicada la reluciente base española, brillante en rojo con un sol radiante y el mar como una balsa. A la derecha, veo en la foto que me envían el glaciar Johnson, que tan bien conoce el equipo de Francisco Navarro, de la Universidad Politécnica de Madrid. Navarro lleva años estudiándolo para que sepamos de sus cambios al albur del clima polar. Pero ese primer día había otras prioridades: la descarga de materiales y del personal que se quedaba allí para abrir la base.

Con pocas hora de diferencia, unos nueve científicos españoles salieron volando de Punta Arenas hacia la isla antártica de Rey Jorge, que es la más cercana a nuestras bases con pista de aterrizaje. Los imagino con el hormigueo en el estómago al  repetir la ruta del Hércules accidentado, o quizás intentando pensar en mil y una cosas diferentes para neutralizarlo. Total, bastan dos horas para llegar volando al continente del Polo Sur. Miguel Angel de Pablo, científico experto en permafrost de la Universidad de Alcalá de Henares, me cuenta que dejaron atrás una ciudad con las huellas de las últimas protestas sociales en forma de escaparates rotos o edificios blindados con maderas y chapas. Un Punta Arenas muy distinto al de otros años. ¿Cómo estará cuando yo vaya?

Para cuando los nueve científicos llegaron desde el aeródromo de Rey Jorge al borde del mar, ya les esperaba el Hespérides (son ocho horas de navegación de Livingston a esta isla) y su tripulación cargaba materiales para el programa polar uruguayo, con el que también colabora España. Un grupo de 13 ecuatorianos que se habían quedado ‘colgados’ al no llegar su barco  (era uno de los que buscan restos del Hércules), también fueron recogidos como improvisados ‘pasajeros’, una situación que todos me aseguran que es normal en el mundo antártico. «Hoy por tí, mañana por mí» aseguran que es una de las frases estrella en esos lejanos lares.

Fue estar todos a bordo y el tiempo comenzó a cambiar y no precisamente a mejor. En el camino, el Hespérides paró en Isla Greenwich, donde está la base ecuatoriana, y siguió hacia Livingston. Era de madrugada cuando  casi todos los recién llegados vía aérea desembarcaron, iluminados por esa luz crepuscular y mortecina que no acaba de difuminarse en estos días de verano austral.

Los que se quedaron a bordo siguieron ruta hacia Isla Decepción, a la que llegaron el domingo muy temprano con vientos de hasta 140 kms/hora y un cielo cada vez más negro. Estaban ya en el llamado Puerto Foster, la caldera de un volcán que no siempre es amistoso. De hecho, es el único volcán activo del mundo por cuya interior se puede navegar, eso sí, tras superar los llamado ‘Fuelles de Neptuno’, el angosto paso que hay que atravesar para entrar en esta especie de ‘rosquilla’ en roca. Una vez allí, como manda el protocolo científico, hubo que esperar a que un ‘semáforo’ diera ‘luz verde’ al desembarco: es decir, a que los vulcanólogos a bordo tenían que comprobar que la montaña de fuego está tranquila.

El domingo por la tarde, a las 15.28 horas en el mundo polar español, por fin se vió el destello verde y comenzó la descarga de materiales, aprovechando unas horas de tranquilidad en la virulencia con las que les había recibido Eolo. En realidad, allí los españoles no estaban solos. Otro barco de apoyo, el Antarctic Warrior, contratado a una empresa chilena, llevaba días esperando a que se calmaran las aguas y los vientos para depositar su carga y marcharse.

Esta descarga iba a terminarse durante esta mañana del lunes previo al día de Nochebuena, pero una fuerte tormenta con nuevos y portentosos vientos (¡de hasta 125 kms/ hora y subiendo!) hizo que el fondeo del Hespérides perdiera su agarre en el fondo, así que hubo que suspender la  tarea. Es más, me contaban que se pusieron a hacer ‘hipódromos’, que es como llama la tripulación a navegar dando vueltas por el interior de la caldera, cual cabalgaduras en un picadero. Me cuentan que esta última noche sólo seis militares de Tierra han dormido sin el vaivén de las olas en la base Gabriel de Castilla. Los demás, harán ‘hipódromos’ hasta que esa extraña e inhóspita tierra quiera recibirles. Aún no saben si tomaran el turrón entre las olas o entre las cenizas de Isla Decepción.

(¿Isla Decepción?, pues si: pero es la traducción de ‘Deception’, nombre que le puso un marino y que en realidad quiere decir ‘sorpresa’ , al ver que se trataba de un volcán. Es imposible que tan hermoso lugar pueda decepcionar a nadie).

17 de Enero 2020 (Madrid)

Hace tres semanas que inicié este diario, pero es ahora, a medida que se acerca el día 3 de Febrero, cuando el ‘gusanillo’ antártico se hace fuerte en mi cerebro y me demanda más y más tiempo. Y es que preparar un viaje a la Antártida requiere su dedicación. Afortunadamente he pasado con una buena nota todas las pruebas médicas que tenía pendientes… que no eran pocas. Menos mal que he contado con apoyo de Sonia, del Comité Polar, quien me ha facilitado que pudiera hacérmelas en el Hospital Militar Gómez Ulla. Es lo que tiene ser ‘freelance’. Todo va a coste del bolsillo personal.

Pero luego está el máster en ropa de abrigo, que es fundamental. Aquí me he encontrado otra  ‘hada madrina polar’ llamada Ana Justel, matemática y premio este año Talent Woman Margarita Salas a la mejor trayectoria científica. Gracias a ella he conseguido buena parte del equipamiento. También ha colaborado el explorador polar Ramón Larramendi, que como podéis imaginar es un asesor de lujo en estas lides. Así, poco a poco, la montaña de cosas para ese mes y medio que durará la aventura antártica crece un poco cada día. El problema surgirá cuando tenga me meterlo en la bolsa de viaje. No se yo si Ernest Shackleton tuvo estos problemas….Claro que entonces no había límite de peso por pasajero en los aviones.

Para ir preparándome en un sentido menos material, también me estoy encontrando estos días con otros científicos que, como Justel, me aportan valiosa información sobre el trabajo de España a 14.000 kilómetros de distancia. Entre ellos, Jerónimo López, Andrés Barbosa, Antonio Quesada, Leopoldo García Sancho, Francisco Navarro… Mi agradecimiento a todos es infinito. Algunos, como Barbosa o Navarro, acaban de regresar hace pocos días del continente de hielo, así que no coincidiré con ellos en esta campaña, pero si lo haré con personas relacionadas con sus proyectos. Y son una mina de información. De todos, Leo es quien más lecturas me ha recomendado, todas apasionantes sobre la Patagonia, que atravesaré en mi ruta desde Punta Arenas a Ushuaia. Ya estoy deseando conocer su ‘jardín’ antártico de líquenes.

Y luego está el fluido contacto que sigo manteniendo con el BIO Hespérides a través de Regodón, me tiene informada puntualmente de todo lo que ocurre a bordo. Están trabajando sin descanso para el proyecto Powell 2020, de Carlota Escutia y Fernando Bohoyo, que además mantienen muy activa su cuenta de Twiter @Tasmandrake. Y, por supuesto, sigo las crónicas de mis colegas Santiago Barnuevo (RNE) y Xavi Fonseca (La Voz de Galicia), que han ido en la primera fase de la campaña y me ponen ‘los dientes largos’ cada mañana. Otras cuentas interesantes para saber qué está pasando en la Antártida son @Permafrost_UAH, @UTM_CSIC, @ORCA_UAH… Entre las últimas imágenes recibidas de Regodón, algunas las han hecho en las conferencias que organizan en el buque mientas navegan por un mar plagado de hielos…

De todo estoy mucho más, pero con un enfoque más científico, os iré contando en las crónicas que ya podéis leer en el blog polar de El País #SomosAntártida. Este diario pretende ser una bitácora más personal, un anecdotario de lo que vaya aconteciendo en el día a día.

Apenas quedan 15 días para que os empiece a contar en directo mis pasos por ese mundo de hielo que nadie había pisado hasta hace dos siglos y que hoy es un universo dedicado a la ciencia y exploración, sin fronteras. Eso si, me cuentan que también hasta allí está llegando ya un turismo de ‘selfie’ que, si bien tiene que cumplir estrictas normas según el Tratado Antártico, no deja de tener impacto. Esperemos que un día no se convierta en otro ‘Everest’ como el que vimos el pasado verano.

Y ahora, a buscar una bolsa estanca, que por lo visto es importante llevar para los equipos electrónicos (ordenador, cámaras, grabadora..) en los desembarcos. El viento gélido que sopla hoy en Madrid es tan sólo un aperitivo de lo que viene.

¡Para irme preparando!

23 de Enero 2020 (Madrid)

Las ideas y venidas que hace el buque oceanográfico Hespérides estos días por el Mar de Weddell son un galimatías, a tenor de la foto que me envían desde el puesto de mando. Son las líneas de exploración sísmica del proyecto Powell 2020 que llevan a bordo y en el esquema se ve claramente que a veces deben salirse de la línea porque se cruzan con un gigantesco iceberg. También se ve como, otras veces, hacen ‘nudos’, vueltas que llaman ‘hipódromos’ en el lenguaje marinero de a bordo, que son el reflejo de maniobras en ese mar hostil. Tienen que recoger equipos que producen una onda sísmica que penetra hasta 12 kilómetros bajo la superficie del fondo del mar y que, de cuando en cuando, hay que ajustar (lo que se hace con apoyo de técnicos de la Unidad de Tecnología Marina -UTM- del CSIC). Quien sabe si son tantas líneas como las que hizo el famoso marino británico James Weddell antes de llegar a esas mar, en 1823.

Por lo demás, se ha concretado hoy que en mi viaje lleve a las bases antárticas españolas y en el buque Hespérides el estandarte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y la Agenda 20/30. Es un compromiso que adquirí con la anterior responsable de la Oficina de los ODS, Cristina Gallach, y se lo ha traspasado a  la nueva responsable, la secretaria de Estado Ione Belarra. La idea es visibilizar que también allí están presentes muchos de los 17 ODS que deben ser nuestra meta como humanidad en la próxima década. Y lo están de muy diversos modos: haciendo ciencia que es fundamental para conocer el cambio climático (el objetivo 13), estudiando el impacto de la contaminación y el uso de renovables (7) y la defensa de la biodiversidad polar (15), sea terrestre o submarina (14); con la implicación de los responsables de estas infraestructuras españolas con la educación (hay infinidad de actividades con colegios desde allí, (4), con una sostenibilidad creciente de las instalaciones para generar el menor impacto posible, con el afán de mantener el agua limpia en el entorno de las bases, (el 6), con un consumo inexistente o muy medido (en la Antártida se promueve llevar lo mínimo y lo ecológico (el 12), fomentando la igualdad de género (se dan cursillos previos al viaje sobre este tema (el 5), con la existencia de instituciones científicas sólidas internacionales, como el comité SCAR que funcionan desde hace décadas (16) o con la capacidad de generar alianzas y colaborar entre países para hacer ciencia sin conflicto en un entorno sin fronteras (17). Creo que está más que justificado que la bandera de los ODS ondee en esos lugares… Y participar de ello, es realmente gratificante.

27 de Enero 2020 (Madrid)

Acaban de comunicarme que el semáforo que estaba ‘en verde’ en Isla Decepción se ha puesto ‘amarillo’. Eso significa que los expertos vulcanólogos que están trabajando en esta isla, donde se encuentra la base española Gabriel de Castilla, han detectado «anomalías» en los parámetros que cada día controlan, es decir, algún tipo de actividad, pero el Comité Polar Español explica, en un email, que no hay que desalojar, ni dejar de trabajar… Eso sí, tienen que informar a todos los organismos nacionales e internacionales implicados de que hay cambios y que se deben extremar la recogida de datos… Es lo que ocurre cuando se vive encima de un volcán activo. Sólo espero que no se ponga en rojo y tenga que suspender mi visita. Y es que cada día hay novedades que me llegan desde allí que dan idea de que no es un lugar exento de riesgo, aunque la tecnología permite hoy tener esos peligros más a la vista…

Otro ejemplo: este fin de semana, desde el BIO Hespérides, me contaban que estaban navegando a tan sólo unas 200 millas (320 kms) del iceberg A-68, un gigantesco bloque de hielo de 150 kms de largo por 45 de ancho. Para hacerse idea una comparación: es más grande que todas la islas Baleares juntas (tiene unos 5.800 km2). Por lo visto en su viaje a la deriva, ya ha llegado al borde de la barrera de hielo del Mar de Weddell por el que está el buque español  trabajando. «No creo que nos acerquemos», me decía el comandante Regodón. Aún así, sentirlo tan cerca, es para estar muy alerta- Ese iceberg se desprendió en 2017 de la plataforma de hielo Larsen C, una noticia que dio la vuelta al mundo por su gigantesco tamaño. Pero no ha sido el único en tiempos recientes: en octubre pasado se supo, gracias a los satélites del programa Copérnico, que otro inmenso bloque de hielo, tan grande ´éste como Menorca, llamado D28, se había desprendido, en este caso de la Barrera Amery. Muchos científicos descartan la relación directa de ambos casos con el cambio climático, pero lo cierto es que son millones de litros de agua dulce que acaban en el mar polar. Y, desde luego, son un grave riesgo para la navegación en la zona. O sea, que hielo y fuego se unen en las tierras del sur para que no olvidemos que el planeta está ‘vivo’ más allá de la vida que lo habita…

5 de Febrero 2020 (Punta Arenas)

Apenas 20 horas en Punta Arenas (Chile, muy al sur) y ya estoy inmersa en la cultura del país. Y eso que llegar ha costado lo suyo. Un total de 26 horas, con tres vuelo (en medio, uno perdido) y cuatro aeropuertos. El primero, de Madrid a Lima, salió a medianoche del domingo. Al entrar, los primero que me sorprendió fue ver a pasajeros con mascarillas a bordo. Fue un vuelo largo y acompañado de unas turbulencias que, a cada rato, convertían el avión en una batidora. No eran fuertes, pero si suficientes para despertar al pasaje, entre otros a una inocente bebé que no paraba de llorar. Tras el paso por Perú, que duró un suspiro, aterricé en Santiago de Chile, con apenas 75 minutos para enlazar con el vuelo a Punta Arenas… Tan escaso tiempo era evidente que lo iba a perder, sobre todo porque, contrariamente a lo informado previamente, me explicaron a la salida que recoger el equipaje y pasar la aduana. Solución oficial: comprar otro billete. Pero como no estaba dispuesta, tuve que ingeniármelas para conseguir hablar con el coordinador de vuelos y que me buscara hueco en el siguiente. A fin de cuentas no era responsabilidad mía. De ahí que finalmente se alargara tanto mi estancia en Santiago… y mi llegada al primer destino. Como es evidente, a medianoche no iba a encontrar cambio de moneda, así que el taxista que me llevó al hotel de Punta Arenas abusó de mi cansancio, monetariamente hablando, aunque en realidad hubiera pagado una fortuna por verme sobre una cama.

El hotel Ventisqueros donde me alojo es sencillo, pero tranquilo como la misma ciudad, que hoy ya me he ‘pateado’ de arriba a abajo. Mañana salgo para Ushuaia (Argentina) en un largo viaje, pero estas pocas horas las he aprovechado bien. Punta Arenas, con unos 124.000 habitantes, es la puerta polar chilena. De aquí partieron grandes exploradores y aquí está el Instituto Antártico Chileno, que dirige Marcelo Leppe. También es tierra de grandes ganaderos, de origen español, que hicieron estragos con los indígenas que habitaban estas tierras…

Por la mañana, recorrí el centro en un visto y no visto. Si que hay escaparates rotos y tiendas tapiadas de arriba a abajo, pero me parece un lugar apacible, al menos cuando no hay protestas. Lo primero, fui hasta el mural dedicado a una mujer indígena ona en lo más alto de la ciudad. Desde allí se ve todo el Estrecho de Magallanes. Más tarde, ya en la costa, me quedé absorta con los cientos de cormoranes imperiales que se pasean, navegan y reposan en el antiguo muelle de madera. Mientras iba por la orilla, fui testigo de cómo perros callejeros cazaban a los cormoranes más incautos que se acercaban a la pequeña playa. Una imagen muy impactante, lo reconozco. Les veía acercarse por el agua, llevados por pequeñas olas, y no percatarse de que les esperaban corriendo de un lado a otro tres canes, que en apenas 15 minutos destrozaron a tres cormoranes. Los mordían y los dejaban ahí abandonados, sin comérselos, agonizantes. ¡Qué raro me resultó ver a un animal matar por matar, como diversión, como los humanos!

En medio de la plaza principal de Punta Arenas, está la figura de Hernando de Magallanes. Dicen que hay que besar su pie para volver, pero hoy, creo que por el miedo al coronavirus chino, nadie lo hacía. Yo al menos si lo toqué, porque quiero volver. Creo que esto del coronavirus no es para tanto, la verdad. Estamos en el fin del mundo. No lejos del centro se encuentra el Museo Salesiano, que me recomendó visitar Leopoldo García Sancho. Dentro, me encontré una curiosa mezcla entre ciencia y religión. Tienen una buena colección de animales disecados, incluso hay un feto de ballena azul en formól de unos 20 centímetros. También hay alguna referencia a Darwin, pero es muy escasa y bastante crítica por algunos textos suyos muy poco ‘amables’ con los fueguinos. Le tachan de racista. Me llamó la atención un anemómetro del siglo XIX para tomar datos del viento, que he fotografiado para mostrárselo a Ana Justel y Antonio Quesada y que lo comparen con los que ahora utilizan en la Antártida. En la sala superior del museo, también hay vitrinas ‘polares’ con objetos tan variopintos como la gabardina de uno de los que fue a rescatar a la tripulación del  barco ‘Endurance’ de Ernest Shakleton a Isla Elefante en 1916, la escopeta con la que mataban focas para comer, un listado de naufragios en el Canal de Hoces (el último apuntado es de 2007) o curiosos documentos sobre la Isla Decepción, donde os recuerdo que España tiene una base científica. Leí en ellos que hubo una ‘guerra de banderas’ entre Chile y Argentina que me ha recordado mucho a la de la Isla Perejil.

También hay curiosidades religiosas, como el sillón de pieles de guanaco en el que se sentó Juan Pablo II.

A la salida me sorprendió ver una sala financiada por una compañía petrolera. Hoy creo que ninguna compañía se atrevería a montar una exposición así sobre las maravilllas que suponen el petróleo y el gas natural para el mundo. La explicación está en que hay yacimientos más al sur de Punta Arenas, explotados desde mediados del siglo XX, y que los canales magallánicos son la ruta que siguen los grandes petroleros, que por cierto ya han provocado algún desastre. Sin embargo, en los paneles sólo se habla del gran desarrollo económico que supone esta industria. Que ese homenaje esté en un lugar donde el cambio climático es tan evidente, no deja de ser cuando menos grotesco.

Como cerca del museo está el cementerio de Sara Braun, me acerqué a conocerlo. Por lo visto, era hija de un hojalatero de Letonia que hico fortuna como ganadero en Punta Arenas. Cuando enviudó, se convirtió en una poderosa empresaria en la región patagónica. Dicen que era filántropa, aunque por lo que he leído no dudó en masacrar a indios Shelknam para sustituirlos por vacas. En su cementerio, está la placa que recuerda al Almirante que puso la primera bandera chilena en la Antártida y también un gigantesco mausoleo de José Menéndez, el español conocido como ‘Rey de la Patagonia‘, que cazaba shelknam como si fueran guanacos. Hoy está manchado de tinta roja en recuerdo a su sangriento paso por este mundo.

Ya por la tarde, me acerqué hasta el Museo de Historia Natural de las afueras. No figura en información turística alguna, porque es nuevo y privado, pero me habló de su existencia mi compañera de asiento en el último vuelo de ayer, pues lo ha montado un amigo suyo en lo que históricamente fue un matadero de ovejas. Ahora, en la fábrica recogen algas para hacer espesante para los alimentos, pero Benjamín, hijo del gerente y biólgo, en una zona que no se utiliza, ha montado unas salas de exposiciones sorprendentes.

Cuando llegué, él y su eequipo andaban limpiando unas vértebras de ballena azul. Pertenece a un ejemplar de 20 metros que quedó varado en la costa en 2017 . Benjamín me contó que recogen restos de la fauna austral que queda varada o que muere (o se la llevan voluntarios, a los que no se paga para no promover su muerte) y la restauran. Su hermano, que es artista plástico, logra que los restos luzcan increíblemente bien. En una gran sala tienen una imnensa ballena sei de 15 metros de longitud que me dejó maravillada y también hay infinidad de cabezas de orcas, flamencos, cóndor, colibríes, leones marinos… Es curioso que casi nadie sepa de tan sorprendente lugar….

Este intenso primer día, en el lugar más al sur que he estado en mi vida en la Tierra, lo he rematado con una excelente merluza austral. ¡¡Ya estoy deseando llegar a Ushuaia y ver el Hespérides!!

6 de Febrero 2020 (Ushuaia)

Estamos en manga corta en Ushuaia. Quien iba a pensar que en la ‘puerta argentina’ de la Antártida, apenas a mil kilómetros del continente de hielo, se diera esta circunstancia, aunque sea su verano…

Ayer fue un día tan intenso que no hubo tiempo para escribir. El viaje desde Punta Arenas a esta ciudad del fin del mundo, atravesando más de 700 kms de la Patagonia, fue tan largo como inolvidable. Hay quien piensa que es monótono, pero yo encontré un paisaje lleno de vida, con colores cambiantes….y sin un árbol. Desde el mismo autobús pude ver en lagunas que salpicaban el paisaje cientos de flamencos rojos y otras aves que, pese a los prismáticos, no podía distinguir. También, en un parada, pasó sobre mi cabeza un gran ave que creo que era un cóndor. Y decenas de guanacos, ese camélido salvaje que me recuerda a un ciervo de cuello largo, se acercaban hasta el vehículo, a veces atravesando la carretera, otras mirando erguidos desde corta distancia. Toda la Patagonia está llena de vallas… Desde Punta Arenas a Ushuaia. Todo pertenece a grandes terratenientes que si son chilenos tienen ovejas y si son argentinos la ocupan con vacas.

El paso en transbordador del Estrecho de Magallanes fue más breve de lo que pensaba. Apenas 15 minutos de viaje en los que oteaba el horizonte en busca de alguna ballena y recibía a cambio el gélido viento mallagánico en el rostro. Y luego, la frontera, separada una y otra por unos 12 kilómetros de tierra que sigue siendo de alguien, como indican los maderos. En la última parte del recorrido cambió totalmente el panorama y la inmensa llanura se trastocó en altas montañas de picos nevados, el fin de la inmensa columna de los Andes. La ruta va por el Paso de Garibaldi, en honor al indígena selkman que abrió el camino con su huella para unir Ushuaia con el resto del continente por vía terrestre.

Un guanaco en la Patagonia.@Rosa Tristán

 

Ushuaia es una ciudad desparramada a las orillas del canal del Beagle. Y con cuestas infinitas. Antes de dejarme el autobús, ya pude divisar al Hespèrides, su rojo anaranjado en unos 80 metros de largo, su ‘chupete’ blanco en las alturas…

Pero aún no había terminado el día. Por la tarde, precisamente, tuvo lugar un evento científico-diplomático entre Argentina y España y un grupo formado por el comandante del Hesperides, José Emilio Regodón, el periodista Pere Estupinyá, el subcomandante y una representante de la municipalidad aún estaba junto, en un restaurante llamado Kurd, en honor a un cartero pionero de esta ciudad que cruzaba con trineo el paso Garibaldi. Su dueño quiere hacer la primera cerveza antártica con agua de un glaciar que le ha traído congelada el Hespérides y que, si nada lo impide, se llamará Hoces, en honor al primer navegante, español, que se atrevió con las turbulentas aguas que separan América de la Antártida: Francisco de Hoces. Y sin embargo para muchos lleva el nombre de un pirata: Francis Drake.

Al fondo, el Canal del Beagle y Ushuaia.

El día acabó en el mismo Hespérides, por cortesía del comandante, que nos invitó a tomar algo con ese mismo hielo lleno de burbujas de aire de hace milenios en las que está contenido el pasado de una atmósfera terrestre que ahora muchos científicos polares tratan de descubrir.

Hoy, día 6, el día fue mucho más activo. Quise acercarme al glaciar Martial, que está junto a Ushuaia y de donde sale su agua de beber, por consejo recibido en mi hostal Anonalik. Ya fue una sorpresa quien me llevó hasta allí: el nieto de un gitano sevillano que no se cómo llegó a estas tierras, pero que se convirtió en el primer peluquero de la ciudad con unas tijeras y acabó haciendo fortuna… Si no fuera porque el taxímetro seguía activo, habría continuado horas charlando con él.

La subida fue dura, unos 500 metros de desnivel sin respiro, pero la recompensa grande con unas vistas sobre el Canal y la ciudad poderosas. El hielo del Martial, poco. «De chico esquiaba allí, ahora es imposible. Se nos va con el cambio climático», me dijo después el dueño del Refugio de Montaña donde tomé un tentempié. Pero si subir costó, la empinada bajada al mar se hizo aún más dura, mientras pensaba en que ese maravilloso día soleado no era sino una desgracia para la zona. Y por lo visto el verano anterior fue peor: llegaron a los 30ºC y muchas empresas tuvieron que cerrar porque nada en Ushuaia está preparado para ese bochorno.

Ex presidio de Ushuaia. @Rosa Tristán

Otro lugar especial en la ciudad es el Penal. Como museo, no vale mucho pero sus muros están cargados de historias que, más mal que bien narradas en sus paneles, dan idea del sufrimiento humano que allí se vivió desde comienzos del siglo XX. Allí fueron confinados cientos de presos (tiene más de 500 celdas) hasta que cerró en 1947, si bien luego el dictador Perón la reabrió para confinar allí a políticos disidentes que quería lejos de Buenos Aires. Me sorprendió saber que el tanguista Carlos Gardel, pasó por esta dura prisión en la que hoy se le dedica una de sus pequeñas celdas. En otras, historias de asesinos sin piedad… y las hay que ocultan lo que llaman el Museo Antártico José María Sobral (el primer científico polar argentino que invernó en el continente). Son unos cuantos habitáculos en los que se recuerdan expediciones míticas como la del Fram de Amundsen; el Discovery de Scott; el Endurance de Shackleton; el Bélgica de De Gerlache o  el Pourquoi-Pas de Charcot. De todo, me sorprendió ver tallas con huesos de ballena o en dientes de orcas y un mapa que situaba los cientos de naufragios que ha habido en el paso de Hoces (que no del Drake, como bien me recuerdan los de la Armada española).

Que mejor que acabar el día que delante de otra merluza negra, delicatessen de los mares australes que, por lo visto, se destina totalmente a la exportación. Dicen que este pez llega a vivir 50 años y por su calidad y el precio que llega a alcanzar la llaman el ‘oro blanco de la Antártida’. Desde luego no es para prodigar su consumo, pero estaba exquisita.

8 de Febrero 2020 ( Mar de Hoces, Hespérides)

El comandante José Emilio Regodón da la bienvenida al buque Hespérides´

El día ha sido realmente tranquilo en alta mar. Ahora si que estoy rumbo a la Antártida, hacia donde partimos ayer a las 23 horas, dos horas después de embarcar en el buque oceanográfico Hespérides, un barco de Estado con 55 tripulantes de la Armada a bordo y 36 pasajeros más, todos científicos o técnicos de la Unidad de Tecnología Marina; también algunos estudiantes americanos, incluidos en el proyecto de vulcanología Bravoseis (acrónimo del área BRAndsfield VOcanology SEismology) y una periodista… Vamos, no queda ni una cama libre en una campaña antártica que cuenta este barco para logística y ciencia.

Y sigue el buen tiempo. O malo, según se mire. De hecho, ayer se batió récord absoluto de temperatura en la mismísima Antártida, con 18,3ºC. Para que luego se discuta si es exagerado o no hablar de calor en estos lares…

Mi intención, en la mañana de ayer, era recorrer la Laguna Esmeralda de Ushuaia, pero antes de las 12 de la mañana debía estar en el buque para ‘tomar posesión’ de mi camarote, así que tuve que dejar mi deseo para otra ocasión. El día transcurrió paseando por un humedal de Ushuaia, la visita al Museo del Fin del Mundo, donde se hace historia de los humanos fueguinos desde hace unos 8.500 años, que es la datación de las herramientas más antiguas encontradas. Teniendo en cuenta que los primeros humanos llegaron al continente por Alaska hace entre 15.000 y 20.000 años, parece que no tardaron mucho en llegar al extremo sur. Sin embargo, la historia del día inesperada fue la de una pareja argentina, que conocí por casualidad mientras tomaban el sol junto al paseo marítimo: «Es que días como hoy, con este calor, no son normales en Ushuaia», me comentaron. Son unas de las pocas familias que han invernando con sus hijos en la Antártida, que fueron escolarizados en Base Esperanza.

El momento cumbre de la jornada, no obstante, fue llegar al Hespérides. Lo primero fue conocer el barco por dentro, con la fortuna de que el responsable de la UTM, Miki Ojeda, se ofreciera a mostrarme por dentro los laboratorios y el comandante José Emilio Regodón me enseñara cada parte de su casco rojo/naranja por fuera. Ahora ya se para que sirven las extrañas planchas retorcidas que colgaban de las maromas que unían el buque a muelle: anti-ratas. Y lo tercero, y no menos importante, conocer a mi compañera de camarote, Margalida Roig, del proyecto Eremita, que estudia los musgos antárticos y que no estaba cuando me fue adjudicado el camarote número tres, litera superior.

A las 21.30, Regodón convocó la reunión de seguridad obligatoria para todos los que vamos en el buque. En ella, la tripulación se esmeró en recordarnos todo aquello que podemos y no podemos hacer para evitar riesgos propios y ajenos, así como un recuento de servicios como lavandería, horarios de comidas, servicio médico y consejos tan importantes como evitar tomar alcohol de alta graduación, limpiar los camarotes o evitar hablar de política para evitar confrontaciones que poco tienen que ver con la actividad científica. Sobre estos asuntos hubo que firmar un documento de consentimiento.

Después, subimos a cubierta para que ser conscientes de dónde están las barcas de rescate y, ya en la sala de oficiales, los recién llegados nos probamos los trajes de desembarque, llamados también ‘de teletabis’, que es lo que parecemos con ellos puestos. Acabo la jornada viendo cómo el Hespérides, en una noche de luna llena, cálida y transparente, se va alejando de las luces de Ushuaia, lentamente, sumergiéndose en la profunda oscuridad del Canal del Beagle para ir más allá del fin del mundo…

Hoy, día 8, el día ha transcurrido en total calma. Con un viento de 7 nudos, esto es, dicen, la mejor travesía del Mar de Hoces en mucho tiempo. Esta mañana, pudimos estar fuera, disfrutando de la vista, a lo lejos, de una ballena y su inmenso chorro. Después, Regodón nos hizo una visita completa, desde la última planta hasta la sala de máquinas de un buque que es único en España y que pese a su edad -ya van para 30 años desde que se construyó  y 25 en viajes polares- sigue luciendo primoroso.

He aprovechado la jornada para conocer a los muchos científicos con los que tengo la fortuna de compartir este mes. Cada uno es un mar de historias y de planes para las próximas semanas, ya sea de vulcanología, estudios de musgos que ‘resucitan’ cada año en la Antártida o buscadores de invisibles neutrinos espaciales… También viajan con nosotros un grupo de americanos y otro de alemanes, del proyecto Bravoseis, pero el idioma une mucho y al final cada cual ‘hace piña’ con su nacionalidad.

A las seis de la tarde, nueva reunión con los responsables de cada uno de los proyectos para explicarles que el programa es muy denso y el tiempo poco para tanta actividad prevista, pero que se intentará, siempre que las condiciones lo permitan… De momento, el mar ha sido una balsa y mi estómago está feliz a bordo. Crucemos los dedos. Aún tenemos muchas horas por delante…

10 Febrero 2020 (Isla Livingston, Antártida)

Son tantas las vivencias concentradas en dos días que resulta difícil por dónde empezar. Aún tengo en la retina la imagen de las ballenas que pasaron por delante del Hespérides según llegábamos a Isla Livingston, apenas hace dos horas desde que me pongo a escribir. Al fondo, inmensos glaciares nos recibían brillando al sol…

Pero comienzo por el principio. Ayer el día fue tan bueno como el anterior. Un domingo que comenzó ¡con churros! Por lo visto es tradición, como acabar el festivo con hamburguesa en el menú del Hespérides. En general, fue un tranquilo día de navegación que aproveché para algunas entrevistas, como la del médico del buque o algunos científicos del Bravoseis. De cuando en cuando, un paseo por la Torre de Gobierno para ver el mar calmo y disfrutar del sol ..y a las 18 horas, ¡BINGO! Si, los festivos se juegan dos cartones de juego como entretenimiento. Lo que no me imaginaba era que ganaría un estupendo reloj modelo Hespérides. Todo un regalo. También como el día anterior, Paco Carrión (de Bravoseis), puso una película como fin de jornada. La mejor novedad del día fue que el comandante me ha conseguido plaza para quedarme a bordo dos días más y así conocer la isla Rey Jorge y las bases que hay en ella, lo que no estaba en mi plan. Ello me permitirá también ver los proyectos a bordo en acción. Y, por último, me ha evitado hoy un desembarco complicado…

Y es que este lunes ha sido apasionante. A las 5 de la mañana ya estaba en pie para ver la entrada en las islas Shetland, pero la niebla lo impedía… A las 8, entrábamos por los Fuelles de Neptuno que se abren al volcán Decepción, por cuya caldera navegamos hasta las cercanía de la base española. Es un pórtico grandioso, que el viento comenzó a dejarnos ver al poco de llegar. Y así, lentamente, descubrimos la isla negra donde España tiene su base Gabriel de Castilla. Inmediatamente, comenzaron las operaciones de desembarco del material y de las personas. Ver bajar miles de kilos en frágiles zodiac, volando a gran altura con una grúa, da idea de la complejidad de la logística que la Armada realiza en la Antártida para la ciencia. Además, ya se sabía que a las 12 horas subía la intensidad del viento y había que coordinar todo de forma que para entonces lo más importante estuviera hecho. Y desde luego, ha sido un éxito: una hora antes de lo previsto ya salíamos de Decepción rumbo a Livingston. Entre medias, un tremendo trajín de idas y venidas a la costa, mientras yo no sabía si quedarme prendada de la imagen de esa isla extraña, en la que de cuando en cuando salían fumarolas, o en el intenso trabajo en la popa del Hespérides.

A mediodía, como estaba anunciado por Aemet, entraba un fuerte viento y las zodiac aumentaban el ritmo de su danza marinera sobre las olas, hasta que se acabaron las operaciones y a las 15 horas salíamos hacia Isla Livingston, en la que nos han recibido las ballenas. No tengo foto, porque no dio tiempo, pero las tengo pegadas a la retina desde entonces.

Nada más llegar a las cercanías de la base Juan Carlos I ha comenzado el desembarco de otras 16 personas, ya con un viento de los fuertes que movía las embarcaciones ligeras para todos los lados. Vamos, que me he alegrado muchísimo de quedarme a bordo, porque las zodiac parecían batidoras sobre las olas. Afortunadamente, todo ha salido como estaba previsto. Estas operaciones de logística debo reconocer que ‘enganchan’ porque el riesgo parece evidente, pero en realidad la seguridad es mucha, asegura la tripulación. Todos los ‘teletabis’ (que con el traje de desembarco es lo que se parece: un dibujo animado) han llegado perfectamente a tierra. Y al barco ha venido, entre los 20 que han subido, Hilo Moreno, amigo y expedicionario del Trineo de Viento, que es guía de montaña en la base científica de Juan Carlos I. También ha subido el escritor y científico Javier Cacho, al que conozco hace años. Sabía que andaba por aquí pero ni él ni yo pensamos que nos veríamos. En realidad, todos en el Hespérides acabaremos siendo una gran familia. Es lo que tiene la convivencia en un espacio limitado, situado sobre un mar gélido.

11 de Febrero 2020 (Estrecho de Bransfield. Océano Antártico)

Glaciares de las islas Shetland del Sur..desde el Hespérides @Rosa Tristán

Hoy el BIO Hespérides ha tenido un día más tranquilo que ayer. Estamos en el Estrecho Bransfield (o mar de la Flota), esa parte del océano Antártico que se encuentra entre las islas Shetland del Sur, al norte, y la península Antártica y el archipiélago de Joinville al sur. Sus 120 km de anchura media nos impiden ver las costas, pues vamos alejados de ellas, pero se intuyen. Esta mañana el espectáculo era inconmensurable, con la imagen de algunas de las islas de este archipiélago e el horizonte. Y esta mañana comenzó a hacerse ciencia polar con ese paisaje de fondo.

Como anécdota personal comentaros que mi nueva compañera de camarote, la sargento Nuria, y yo no coincidimos. Ayer a medianoche, ella tenía guardia mientras yo me disponía a dormir. Y esta mañana, viceversa. Lo cuento porque es lo que tiene estar en un buque que está en campaña: siempre hay personal de guardia porque no se para nunca. En su caso, tenía que hacer la revisión nocturna de todos los interiores del buque. Cuando yo me desperté, ella aún dormía.

Nada más desayunar, comenzó la intensa actividad científica para localizar los OBS (sensores sísmicos del fondo marino) del proyecto Bravoseis. Son ellos los que nos dirán qué está ocurriendo bajo las aguas, fenómenos que no vemos y que están transformando la corteza terrestre en esta zona del mundo. Casi pasé la mañana haciendo fotos y recabando información de este fascinante proyecto con Javier Almendros, que ya os contaré en #SomosAntártida de El País, donde envío las crónicas más científicas. Al menos cada punto requiere cuatro horas, entre encontrarlos y sacarlos.

Concierto antártico en el Hespérides de Theodosii Spassov @Rosa Tristán

Pero la sorpresa del día a bordo ha sido que el músico búlgaro Theodosii Spanov, que toca una flauta llamada kaval y es uno de los artistas más reconocidos en su país. Fue invitado por el programa polar búlgaro para ir a la Antártida e inspirarse con su belleza. Y ayer subió al Hespérides desde Isla Livingston. Allí, me cuenta, ha compuesto 10 canciones. Hoy, ya de regreso hacia isla Rey Jorge (adonde llegaremos mañana), y tras ofrecer un concierto en la base búlgara San Clemente y otro en la Base Juan Carlos I española, se ha prestado a dar el primer concierto de la historia sobre aguas del Antártico, en el castillo de proa del BIO HESPÉRIDES. Eso si, la temperatura en el exterior a las 12.30 del mediodía, era realmente fría y el guitarrista que le acompaña lo ha pasado mal con los dedos. Para el pasaje científico y tripulación escuchar esas notas volar junto a los glaciares ha sido una experiencia que difícilmente podrá repetirse. El jefe del programa polar búlgaro, Christo Pimpirev, me explicaba después, en un excelente castellano, cómo ha sido esta experiencia cultural polar e incluso he podido entrevistar a Spanov, que fue en embajador de la Unesco hace unos años y es una persona encantadora.

De cuando en cuando subo, a lo largo de cada día, me subo a la Torre de Gobernación a ver si alguna ballena se digna aparecer, pero hasta ahora no ha habido suerte. Los que manejan el buque me dicen, y ya ha ocurrido más de una vez, que justo antes de llegar yo ha pasado una junto al casco o cerca, así que empiezo a pensar que soy un poco gafe. «Tienes muchos días por delante», me consuelan. En realidad, lo que busco es esa foto que se me ha escapado y veo en cámaras ajenas..

En general, una de las cosas que me llama la atención es cómo pasamos del frío más gélido a una temperatura más que soportable en función de cómo sopla el viento, pero en general reconozco que estoy pasando menos frío de lo que esperaba (cruzo los dedos) y mi cuerpo ya se ha hecho al vaivén del buque. Eso si, me resulta difícil estarme quieta. De cuando en cuando me paso por el ‘facebook mural’ del ‘comandante’ del buque para ver las previsiones de las siguientes horas y también las del tiempo que envía Aemet Antártica, por cierto que parte del equipo viaja conmigo ahora. Ahí veo que en breve hay nueva actividad en cubierta. Para allá voy….

12 de Febrero 2020 (Isla Rey Jorge, Antártida)

En isla Rey Jorge con unos papúa.

Si algo tiene la Antártida es que no es lugar para planes. En teoría, hoy en Isla Rey Jorge se bajaban del buque más de 20 personas para coger un avión y llegaban otras 18. Pero la niebla es quien tiene aquí el poder y ha decidido que no, que los que se iban siguen en el Hespérides y los que llegan tendrán que pasar la noche esperando en Punta Arenas (Chile) hasta, al menos la madrugada. Respecto a mi caso, me afecta en tanto en cuanto hoy podría haber dormido ya en Isla Livingston, en la moderna base Juan Carlos I, pero por lo demás he hecho lo que realmente me parecía el plan perfecto: bajar en Rey Jorge con una zodiac, pisar (¡por fin!) tierra antártica y hacer las operaciones de bajada y subida del buque sin problemas, que era algo que me preocupaba visto cómo se mueve el mar en estas latitudes.

La noche pasada fue complicada a bordo: una racha de viento inesperada se llevó un instrumental científico en plena acción, pero aún así, hasta ahora, ya se han recogido seis sensores alemanes y dos americanos, tarea a la que ha dedicado el día el personal. Por mi parte, yo comencé este miércoles viendo unas ballenas jorobadas por estribor que me han reconciliado con la fauna antártica, esquiva hasta ahora a mis ojos. No es que estuvieran al lado, pero si me han dejado verlas.

Pero fue por la tarde el momento más emocionante de la jornada: el proyecto Bravoseis me ha permitido bajar a tierra en Rey Jorge para acompañarles en la recogida de uno de los sensores que tienen en tierra. Gracias Paco, Alfonso y Alejandro desde estas líneas..

Ponerse el traje de supervivencia ‘viking’ para bajar a una zódiac ya es un reto. Una se siente dentro como un pato, o más bien un pingüinos. Al principio es imposible moverse. Desde luego, por la pinta, el aspecto es para no hacerse fotos, pero no pude resistirme. Lo siguiente fue bajar por la escala del buque a la zodiac. Apenas 10 escalones que, con el aparatoso traje, parecen un mundo. De hecho, me pusieron una especie de arnés por si la novata daba un traspiés. Creo que lo hice con dignidad relativa..

Después, el corto trayecto sobre el mar. Según nos acercábamos a Rey Jorge la niebla densa me dejaba ver más y más edificios y hasta la torre de una iglesia (por lo visto, ortodoxa). Pero ¿estoy en la Antártida? La verdad es que me lo habían dicho: esta isla es ya un pueblo de bases científicas; pero hasta que no se ve en directo es difícil de creer. Menos mal que nos desviamos hacia una playa desierta que hay a la izquierda. Allí sólo nos esperaban unos pingüinos papúa para darnos la bienvenida. Subimos una ladera, en la que un musgo verde luminoso me pareció fuera de lugar. Desde allí se veía la base china Gran Muralla, enorme desde luego. En el camino me resultó penoso ver los restos de instalaciones científicas que han dejado allí su basura abandonada. Hay antenas tiradas, trozos de metal oxidados, maderas. ¿Quién limpia la Antártida? Me cuentan que muy de cuando en cuando pasa la Patrulla Antártica Compartida (conjunta Chile-Argentina) y hace una recogida. Pero ¿era necesario dejarlo?, me pregunto.

Enseguida llegamos al lugar donde estaba el dispositivo dejado por Bravoseis para detectar seísmos. Para sorpresa de mis cinco compañeros está aún funcionando, dos años después de su instalación. Lo recogen en un momento y dejan el lugar impoluto. «Haz una foto para que se vea que lo dejamos como estaba», me piden. Y dicho y hecho. Es lo que tiene tener conciencia ambiental, algo que por lo visto no todos lo tienen en este continente. De vuelta, no puedo por menos que entretenerme con los primeros pingüinos antárticos que me he cruzado. Tan simpáticos como todos imaginaréis. Con ese andar entre guasón y despistado que nos genera tanta empatía con ellos.

En nada de tiempo regresamos a la zodiac y, prácticamente sin mojarnos, regresamos al buque. La subida por la misma escala que a la ida me resulta mucho más sencilla.

Es entonces cuando nos enteramos de que tenemos otra noche de barco por delante. Debo decir que no me importa nada.. Lo mejor en esta aventura antártica he decidido que sea dejarme llevar por los acontecimientos que se crucen en el camino, aunque entiendo que quienes están esperando en el aeropuerto seguro que tienen otro punto de vista muy diferente… A tan compleja situación logística, provocada porque España sólo tiene un barco (para ciencia y logística) he dedicado mi último artículo en El País.

Postdata!: Ya había terminado este diario cuando inesperadamente, de nuevo, tenemos ¡fiesta a bordo! Es el cumpleaños de Christo Pimpirev, jefe y fundador del Programa Polar Búlgaro, que viaja con nosotros desde que le recogimos en Isla Livingston. A las nueve de la noche, traen una gran tarta (de las que lleva la cocina del buque para estos casos) y sacan dos botellas de  sidra El Gaitero para el brindis. El hombre no se lo esperaba. «Es mi primera celebración de cumpleaños a bordo del Hespérides. Qué sorpresa», dice emocionado. Y como colofón, Theodosii vuelve a sacar su flauta kaval y nos regala unos pedazos de su música… Afuera, una densa niebla nos impide ver la noche, pero dentro el calor humano tiene aún más intensidad en esta gran familia flotante…

14 de Febrero 2020 (Isla Livingston, Antártida) Base Juan Carlos I (CSIC)

De cuando en cuando se escucha un ruido que recuerda a un disparo, fuerte, profundo, desgarrador. Tardo un instante en percatarme de que no puede ser, porque aquí no hay caza, que se trata de los glaciares gigantescos que me rodean al otro lado de la bahía en la que me encuentro. Es estremecedor y atrayente al mismo tiempo. Toneladas de hielo caen al mar en un instante y se diluyen en mil pedazos que se ven flotando sobre las aguas. No veo como caen, pero el rugido se siente en las entrañas. Como un volcán. A los pingüinos que tengo cerca, apenas unos seis y siete, no les afecta. Les veo ahí, inmutables, en la pedregosa y gris playa de Isla Livingston en la que desde hace 33 años España tiene una base científica llamada Juan Carlos I. Desde luego aquí la actividad volcánica que dio origen al archipiélago de las Shetland del Sur otorgó una extraña forma a este pedazo de tierra. Es una especie de hacha mellada por mil partes. La base española está en una de estas magulladuras , que es la resguardada bahía en la Península de Hurd, nombre del glaciar que tiene justamente detrás.

Mapa isla Livingston

A este extraño lugar, que parece pertenecer a otro planeta, llegué ayer, hacia las diez de la noche, tras desembarcar del Hespérides. El mar era una balsa, pero aún así bajar del buque no puedo decir que fuera fácil con unas botas  del número 43, insertadas en un traje que va de la cabeza a los pies. Es la talla que me tocó del el traje ‘viking’ que tuve que enfundarme. Cinco más que la mía. Afortunadamente, de nuevo superé la prueba, aunque me contaros después que alguna en situación parecida cayó al agua.

La verdad es que la llegada a Livingston fue emocionante. Por cierto, el nombre viene de un foquero que anduvo por estos lares en el siglo XIX. En la playa nos esperaban (desembarqué con el fotógrafo Fernando Moleres, el cámara Pepe, el nuevo jefe de la base Jordi de Felipe y un técnico de la UTM) buena parte de los científicos con los que viajé desde Ushuaia y bajaron aquí hace dos días. También estaba el jefe de base (hasta el lunes) Joan Riba y más gente que no conocía, aún Enseguida nos llevaron a nuestros aposentos.
Es impresionante esta nueva base española. Ya me decían que era como un hotel, y lo confirmo. Roja por fuera y blanca por dentro, sorprenden sus grandes espacios, en los que si no quieres no te encuentras con nadie (aunque aquí la gente ‘gusta de’ juntarse). Me tocó la habitación 18. Con dos literas, pero para mi sola. Vamos, un lujo. Gracias, Joan.
No se veía nada en la profunda noche antártica, pero la emoción de estar aquí me mantuvo despierta hasta bien entrada la noche.
Esta mañana, con la luz del día, he sido plenamente consciente del lugar. Tras desayunar, a las ocho, como mandan las normas, Joan nos ha hecho a los nuevos un recorrido por toda la base. Sin saltarse ninguno de sus entresijos y contándonos mil y una historias sobre su construcción y su funcionamiento. Queda claro que nada aquí es sencillo de mantener y gestionar. Casi sin darnos cuenta, se ha pasado la mañana (Ya os contaré detalles de la base en un artículo..). Lo que más llama la atención es la cantidad de medidas de seguridad para caso de incendio, lo peor que aquí puede ocurrir. En la Antártida no hay servicio de bomberos, pero si ha habido fuegos en bases que las han destruido totalmente.
Enseguida nos han dado un walkie-talkie que debemos llevar siempre encima para estar localizados. Si salimos, hay que avisar al jefe de base. Si llegamos, también. Si algo ocurre, por supuesto.
A mediodía, un halo solar ha rodeado el sol. Es un fenómeno que ocurre en latitudes polares con relativa frecuencia, como ya me había contado Ramón Larramendi, pero verlo en directo es otra cosa. Parece algo irreal, como el Sol  estuviera echando un hechizo sobre el glaciar del horizonte . Conozco su explicación científica ( en la troposfera se forman nubes altas, como cirros, cargadas de pequeños cristales que refrectan la luz del Sol formando un círculo) pero eso no le quita un ápice de magia. No recuerdo haberlo visto nunca.
En la tarde, lo más laborioso ha sido arreglar el asunto de las comunicaciones informáticas para que pueda seguir escribiendo este blog y otras noticias. Gracias a Jordi, el informático de la base, se ha conseguido conectando mi ordenador vía Florida (EEUU), ni más ni menos. Un crack.
Ya tenía ganas de salir a patear un poco por los alrededores. A sentir ese gruñido de los glaciares que van a menos impulsados por nuestra acción humana. El otro día una base argentina registró 18ºC no lejos de aquí. Ayer, otra registró 20ºC. El domingo, en esta misma base se batió un récord no visto en mucho tiempo con 12,6º. Y hoy tuvimos 7,6ºC, según Aemet Antártida. Jordi Felipe me cuenta que las dos calvas del glaciar que veo justo enfrente del comedor no estaban la última vez que vino, o quizás no las recuerda… En todo caso, según los expertos, en los últimos años el deshielo aumenta. Son datos para reflexionar seriamente de lo que supondría que estos hielos antárticos comenzaran a desaparecer como los del Ártico…
Salgo a caminar sola, porque quiero sentir este lugar dentro. En la playa, un pingüino papúa que estaba tras una roca, me mira con sorpresa un rato y se larga deprisa. Me dice ‘el jefe’ del CSIC  que me lo tome con tranquilidad y me haga a este lugar poco a poco… Veo que hay demasiado que aprender pero en este lugar el tiempo corre a otro ritmo y , desde luego, el espacio, con sus luces cambiantes, su viento que ahora comienza a soplar hasta llevarse los pensamientos, y su hielo, comprendo que hay que saborearlo como los viejos vinos, lentamente.

Posdata: Por cierto, el día 13 no pude escribir, porque no tenía acceso a internet, pero ese último día en el Hespérides fue no menos intenso que los previos. Con Pepe y Fernando, estuve haciendo varias entrevistas de científicos como Javier Benayas o Rosa Acevedo, que se subieron en Rey Jorge… Lo más triste: la despedida, de momento, del Hespérides, su tripulación y los científicos de Bravoseis que quedan a bordo.. pero ¡volveremos a encontrarnos!

15 de Febrero. Sábado (Isla Livingston, Antártida) Base Juan Carlos I (CSIC)

Hoy sábado visité la base búlgara San Clemente de Ohrid. Los vecinos. Se encuentran en la misma bahía que la base Juan Carlos I, pero para ir hasta allí hay que hacer un pequeño trayecto en zodiac y pasar delante del frente del glaciar Johnson. Fue una bonita excursión a un lugar que es tan diferente a la Juan Carlos I como una base espacial a un refugio de montaña, pero dentro se siente la historia científica polar. Allí nos esperaba Stephan y la médica de la base. Después del ritual de quitarnos los ‘vikings’ (y en mi caso con los pies empapados…), nos ofrecen un refrigerio en su espacio principal, una casa recubierta de madera por dentro en la que hay una mesa para poco más de una docena de personas y una sencilla cocina. Todo está lleno de recuerdos y aún cuelga del techo un cartel que pone: «Feliz cumpleaños» en castellano. Tiene mucho encanto. Fuimos hasta allí porque algunos guías querían practicar con las motos de nieve, y resulta que en la zona de la BAE (Base Antártida Española) este año es imposible por falta precisamente de nieve.

En la BAE aún se ven los restos de algunas instalaciones (una caseta, un contenedor..) de cuando el glaciar que tienen detrás amenazó con acabar con  ‘Bulgaria’ (como coloquialmente llaman los españoles a este lugar) debido al desplazamiento que ejercía sobre la base. Jordi Felipe recordaba el muro de más de tres metros de nieve que había la última vez que vino, hace 10 años, junto a la misma playa donde ahora sólo vemos piedras. De hecho, tan solo vemos en las cercanías de las pequeñas edificaciones los restos del fin del glaciar que se va alejando de la costa a la que llegaba. «Ya no hay nieve», nos dice Stephan con tono de nostalgia.

En el tour por la Bulgaria, además de su gastronomía, nos muestran la ‘Casa de España’, una de las dos pequeñas edificaciones con techos estilo alpino donde se encuentran los dormitorios y los pequeños laboratorios, a su vez llenos de trastos (seguro que todos útiles). «Hasta 22 personas pueden venir aquí. Pero es agobiante tanta gente. Ahora estamos sólo 11», nos cuentan. En uno de los laboratorios está el científico Lyubomir Kenderoz y veo entre sus manos unos crustáceos pequeños anfipodos que me recuerdan a los trilobites del Ordovícico que me ha enseñado tantas veces Juan Carlos Gutiérrez Marcos (UCM-IGME), pero en diminuto. Después, nos llevan a su iglesia ortodoxa, pintada a mano por una artista que durante cuatro años vino hasta aquí para esta tarea. Desde luego, no deja indiferente. También tienen un monumento a su alfabeto, no lejos de donde están levantando una nueva instalación para poder acoger a más gente. Bulgaria crece poco a poco y como me contó Christo Pimpirev llevan en el lugar 33 años, de hecho tan sólo dos meses menos que los españoles que, por cierto, se adelantaron y, según me asegura, les quitaron el sitio.

La visita es un viaje en el tiempo, pero el nuestro se acaba y volvemos a la BAE justo para la hora de la comida, que es ‘sagrada’. De regreso vemos un buque fondeado frente a nuestra base: es el buque oceanográfico peruano ‘Carrasco’ que viene de visita. Perú también tiene una base llamada Machu Picchu en Rey Jorge desde 1989.

Apenas terminamos el banquete (el cocinero Daniel y su ayudante, que prefiere ser anónimo, son dos artistas de la gastronomía), cuando ya avisan del  desembarco andino en la playa. Entre ellos vienen varias científicas españolas enviadas por el IGME (María Asensio y Cristina de Ignacio)  invitadas al buque por el programa peruano, y un panameño llamado Albín Bello que me cuenta que es el primero de su país que pisa estas tierras. Está entusiasmado y se hace fotos con su bandera en todos los lados. El grupo de los peruanos recorre la base de punta a puntal. Luego tiene lugar  uno de los rituales antárticos que más llaman la atención: el sellado de pasaportes. Yo también lo hice en el Hespérides, pero es que aquí es común hacer este trámite, voluntario, en cuantas bases o instalaciones se visitan. También es habitual el intercambio o compra de ‘parches’ para la ropa o pegatinas, aunque en la BAE no tienen este año y se nota la decepción de los recién llegados… Es el recuerdo más típico en este continente.

Apenas se va el ‘Carrasco’ de la bahía, observo que hay un grupo de papúas cerca de la base. Pareciera que están patrullando la costa. En el agua, sobresale la cabeza de un león o lobo marino. Con tantos atractivos ahí mismo, no puedo resistirme a dar un paseo hasta el final de la playa. La temperatura es cálida, más de 8ºC como me dirá luego Jaime Fernández de la Aemet. ¿Esto es la Antártida?, vuelvo a preguntarme un día más. El paseo me lo interrumpe el río que sale del glaciar. Trae tanta agua de deshielo que ha sobrepasado el pequeño puente que había para cruzarlo. ¿Otra señal?. De nuevo regresa el mismo pensamiento sobre lo que estamos haciendo con la vida en este planeta.  Me doy la vuelta para reresar pero los pingüinos se me acercan más y más. O me voy al mar o sobrepaso el límite de 10 metros que debo guardar de distancia. Como ellos no tienen intención de moverse, me entretengo ‘pigüineando‘ con mi cámara. Reconozco que es un imán verles moverse, pasar el tiempo intentando descifrar cómo interactúan entre las parejas, disfrutarles tumbados al sol o paseándose frente a la base, como auténticos ‘guardas’ del lugar. No puedo resistirme y voy al módulo de laboratorios a que Ricardo Rodriguez me cuente cómo es posible que haya tanto agua en ese río glaciar. Y me dice que él tampoco nunca lo vio así y lleva desde 2007. Junto con Francisco Navarro, que ya se fue, es uno de los grandes expertos en temas glaciares de este lugar y a ellos dedica cada jornada, ahora acompañado del joven cordobés José Manuel Muñoz.

Aunque es sábado por la tarde, aquí casi todo el mundo está trabajando. Y todos tenemos obligaciones. A las cuatro y media, la médica, Idurre, nos da un cursillo de recuperación cardiopulmonar (RPC) a todos los nuevos. Es algo que me llevo de la Antártida porque, como nos recuerda, nunca se sabe quién ni dónde puede sufrirse un infarto o un ictus… y cuanto antes de actúe mejor. Sobre todo en un lugar a miles de kilómetro de un hospital y sin medio de transporte a mano para salir corriendo.

Con tanta actividad, ya es de madrugada cuando cada día me pongo a escribir. Lo siguiente será sobre lo que opinan aquí de este extraño ‘verano’ antártico en el que ni el Drake fue lo que era, ni hay nieve (igual mañana cae algo, nos dijo ayer Jaime, pero no está claro… y añade que no duraría) ni, de momento, he utilizado lo más gordo de la ropa polar que hace que mi bolsa de viaje pese como un muerto. Pero, aunque no es tan blanco como lo pintaba en mi imaginación, tengo claro es que no cambiaría uno de los minutos pasados aquí hasta ahora por ningún otro.

 

16 de Febrero. Domingo (Isla Livingston, Antártida) Base Juan Carlos I (CSIC)

Si hay un protagonista de este domingo, desde luego es este lobo marino (o león marino). Estaba cómodamente tumbado en Caleta Argentina, un enclave en la costa de Isla Livingston, justo al pie de uno de las lenguas de glaciar Hurd, que por cierto ya no llega al mar debido a su retroceso. Era un animal enorme, comparado con las focas que ví en el pasado, que es lo más parecido a este mamífero pinnípedo que he visto en mi vida. Y, sin embargo, me ha despertado una gran  ternura su mirada, su gesto, esa sensación de vulnerabilidad que transmitía. Desde luego, no esperaba visita porque al poco de llegar, molesto con nuestra presencia, se ha levantado y, tomándose su tiempo, es decir, parando a mirarnos varias veces en su camino, ha entrado  en el agua y ha desaparecido… Después he leído sobre las amenazas que sufre debido al cambio climático (Nature, 2014) debido a las alteraciones en su comida: el krill (como las balllenas) y he recordado que  son presa fácil de los escualos, algo que sabía porque fui testigo hace años del momento en el que un tiburón blanco se zampó a un león marino en aguas de Sudáfrica.

Mucho menos esquivos han sido los pingüinos papúa que le acompañaban; eso si, mantenían cierta distancia de un pariente barbijo y solitario que parecía haberse perdido. Está claro que no les gusta mezclarse unos con otros. Casi todos eran muy jóvenes. Algunos andaban aún quitándose la pelusa con la que salieron del huevo, pero ya independientes de padre y madre, quienes hace algún tiempo les dejaron el hogar para ellos solos. Por lo visto, aquí hay una pingüinera pequeña que dos meses atrás debía estar en plena efervescencia ponedora. Ya me avisó el biólogo Andrés Barbosa de que llegaría tarde para verlo.

Además de seres vivos, también los he encontrado muertos. El mayor, de una ballena varada hace años. Aún puede verse su columna vertebral, algunas costillas y vértebras que ya están recubiertas de verdín..  Y no lejos, la triste imagen de lo que queda de una cría de pingüino papúa que no pudo sobrevivir y los restos de huesos y plumas de un ave, que podría ser un paíño.

En la  BAE Juan Carlos I, hacer alguna salida es lo habitual en el domingo antártico y en esta ocasión en la excursión participamos más de las mitad de los 31 que estamos estos días. El éxito de la convocatoria no es de extrañar: hay muchos novatos antárticos, como yo, pero, además, muchos se pasan el día encerrados en los laboratorios haciendo experimentos y controlando equipamientos, así que era una ocasión estupenda de conocer y ‘estirar las piernas’. El gélido viento que se nos metía por todos los resquicios del cuerpo, no ha echado para atrás a nadie. Si acaso, para arriba, así que hemos subido la ladera, hemos cruzado (no sin dificultad) un desagradable nevero, hemos trepado entre las piedras y restos sueltos de la morrena -lo que tiene su riesgo- y hemos bajado a la costa para disfrutar de la fauna en un paisaje en el que el agua de deshielo ha dibujado de mil y un arroyuelos y empapado el musgo. Era como caminar sobre una cubierta de esponjas.

La excursión ha sido mañanera, así que a mediodía estábamos de vuelta, con tiempo para la comida, una película (‘Campeones’) y, en mi caso, una visita a Alicia, que vive en ‘el país de los musgos‘, es decir, en el laboratorio del proyecto Eremita que ella lidera en esta campaña antártica.

Así, sin darme cuenta, se me ha ido el tiempo, hasta el punto de que he llegado tarde a la reunión con nuestro ‘hombre del tiempo’, Jaime. Por poco me pierdo la noticia de que mañana nos deja tranquilos el viento polar que hoy me impedía salir a disfrutar de los glaciares al aire libre.

Pingüino barbijo.

Por cierto, me traje como regalo a la biblioteca de la base mi libro con Eudald Carbonell, ‘Atapuerca: 40 años inmersos en el pasado’, y me ha hecho hoy mucha ilusión verle ahí, en la estantería polar. Sólo pude traer un ejemplar, pero procuraré que llegue uno a las otras instalaciones, incluido el Hespérides. Este es el continente que más tarde pisó nuestra especie, hace apenas 200 años, pero si bien no hubo forma de llegar antes hasta aquí, sus hielos están muy ligados a nuestro pasado y de ellos depende nuestro futuro. ¿Qué hubiera sido de nosotros sin glaciaciones? ¿Qué será de nosotros si estos glaciares siguen retrocediendo, aquí y en todo el continente como lo hacen en el resto de nuestra Tierra?

 

17 de Febrero  (Isla Livingston, Antártida) Base Juan Carlos I (CSIC)

Hoy ha sido el día del hielo. Y de algunos de sus habitantes, como la foca leopardo. Se estima que las  montañas de hielo de este continente contienen un volumen capaz de elevar el nivel de los océanos en 57 metros. Así lo estimó un estudio en 2013. Pero está en retroceso, sobre todo en la Península antártica donde estoy, que es una de las regiones que se calienta más rápido, casi 3° C en los últimos 50 años, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Es tres veces más rápido que el promedio mundial… Si aquí (en la Antártida) desapareciera, el desastre para la Humanidad sería incalculable: subiría el nivel del mar global hasta seis metros. De momento, aunque poco a poco, y sobre todo en los últimos tres años, va a menos, aún es posible estar en lugares tan impresionantes como es el frente del glaciar Johnson. No es grande, como se aprecia en la imagen, pero si espectacular. Los fragmentos de hielo que me rodean son parte de lo que va vertiendo al mar, día a día, sin pausa.

Foca leopardo en glaciar Johnson. @Rosa Tristán

Fue la visita de primera hora del día, antes de desayunar para poder pasar a esa parte de la costa antes de que la marea alta nos cortara el paso. Es una gozada que los responsables de la base estén pendientes siempre de mostrarnos algo nuevo que puede ser de interés. Ver allí a una ‘leopardo’ ha sido un regalo inesperado. Este animal agresivo y solitario, ‘comedor de pingüinos’, con esa mandíbula, me recordó a los animales prehistóricos, casi un pariente de los dinosaurios, aunque no tiene nada que ver con ellos. En un momento levantó la cabeza y debo reconocer que simpatía no despertaba. Afortunadamente, estaba fuera de su medio natural, el agua, donde alcanza hasta los 37 km/hora.

Luego, nos subimos el Monte Sofía, que está detrás de la Juan Carlos I acompañando a Carlos y Jaime, las dos personas de Aemet que iban a ‘recolocar’ un anemómetro con el que miden el viento y comprobar si en su estación meteorológica estaba todo correcto. Fueron  275 metros de desnivel que, con la tierra suelta, se hicieron notar. Arriba, antenas y dispositivos de un buen número de proyectos que utilizan esta ‘atalaya’ de vistas impresionantes sobre la base para registrar los datos más variopintos. Para llegar al anemómetro, a unos 20 metros de altura, el guía Josito se puso un arnés y trepó cual chimpancé hasta el dispositivo. Aquí los guías son ‘todoterreno’, siempre dispuestos a acompañar, cargar, trepar, rescatar (de momento no ha sido preciso) o practicar los más variopintos simulacros de desastres para estar preparados. Me cuentan que esta campaña, uno de ellos se metió en la grieta de un glaciar bastante profunda para en uno de estos ‘ensayos’ para ‘por si acaso’.

Desde allá arriba, podía ver a los glaciólogos (Ricardo y José Manuel) colocando estacas en mitad del Johnson en una zona lisa, pero no lejos de profundas grietas que otros años encontraban cubiertas. También dos lagos glaciares de aguas turquesa y, más allá, en el horizonte, el lugar del Campamento Bayers, donde ahora está el grupo de científicos del proyecto Propolar portugués tomando muestras, y la Isla Decepción, al otro lado. Grandioso, pero también gélido. Estábamos a una décima bajo cero y con viento, vamos unos -10ºC, según me dijeron al regreso.

El resto del día ha sido tranquilo, haciendo fotos y vídeos de esas aves en blanco y negro, de andar torpón, a las que no puedo por menos de visitar cada día. Hoy me ofrecieron el espectáculo de su baño, y también algunas de sus ‘discusiones’, como podéis imaginar divertidísimas. Los científicos, cada uno a lo suyo: muchas tardes las utilizan para procesar y transmitir los datos que van consiguiendo. Para ‘desentumecerse’ también algún rato pasan por el pequeño gimnasio de la base, de momento con pocos aparatos, pero todo llegará…

Mañana (miércoles) a las 21 horas, por cierto, estaré en directo en el programa ‘Reserva Natural’ de Radio 5 (RNE), con una científica (¡que hay que visibilizar  a las mujeres polares!) y el jefe de la base desde hoy, que hemos cambiado: Joan Riba ha dado el relevo a Jordi Felipe. 

¡¡No os lo perdáis!!

18 de Febrero (Isla Livingston, Antártida)

Sinceramente, no se si vienen de allende los mares o los miles de turistas en cruceros que se pasean por estas aguas antárticas este verano o de algunas bases científicas con personal poco respetuoso con el entorno (aunque me cuesta imaginar que sea este último su origen). El hecho es que ahí estaban y forman parte de los ocho millones de toneladas que cada año acaban en los mares. Joan Riba, del CSIC, me contaría después que, además, no es el lugar de Livingston donde hay más, porque en la zona norte de la isla se acumulación muchísimo debido a las corrientes, así que se ha traído un cartel que pone «TAKE ACTION» para un trabajo educativo sobre el tema y no he dudado en sumarme con una foto. En el trayecto en zodiac a la base, esos plásticos podridos que he recogido, se han desmigajado en la mochila, pero los guardo porque quiero mostrárselos a Jose Pablo Lozoya, el científico de Uruguay que viaja en el Hespérides precisamente con un proyecto sobre microplásticos.

Y, en contraste, con esta basura, la maravillosa biodiversidad antártica. Ha sido hermoso ver a estos portentosos animales marinos que llegan a pesar 4.000 kilos y viajan decenas de miles de kilómetros cada año. Todas eran hembras, con sus cachorros, allí bien juntos todos, como para darse calor. De cuando en cuando, se escuchaban unos pedos de órdago. Y una especie de gruñido. Los lobos marinos, muy cerca, andaban a la gresca, o jugueteando, que no conozco su lenguaje visual. Y, por último, los traviesos y jovenzuelos pingüinos, algunos aun despeluchando, yendo de un lado a otro. Podría haber estado horas allí, mientras un equipo de la base científica subía por un glaciar a controlar los sistemas de estacas con lo que trabajan los científicos de la Politécnica de Madrid.

Además de vida y proyectos de vida -como atestigua un nido de skúas con cientos de conchas de almejas acumuladas, con la que seguramente alimentaron a sus crías-, Sally Rock es un lugar de muerte. Así lo confirma la infinidad de huesos ‘mondos y lirondos’ que hay de pequeños pingüinos (los que no sobrevivieron después de nacer, igual atacados por las mismas skúas), de focas, de ballenas varadas… Vida, muerte natural y amenazas humanas en apenas 400 metros de costa antártica.

Por la tarde, para cambiar de tercio, me he ido a conocer la ‘caja negra’ de la BAE, desde donde Alejandro, un joven buscador de exoplanetas -en realidad, estoy segura de que ahí fuera hay muchos planetas con grandes similitudes con estos hielos y esta tierra negra -, está detectando explosiones de supernovas y rastros de materia oscura en forma de rayos cósmicos. Es un ‘zulo’ cósmico. Desde luego, no para estar horas ahí dentro trabajando.

Y mientras yo andaba en estas lides, me han llegado noticias de que el BIO Hespérides no pudo acercarse hoy a la BAE como estaba previsto para recoger a dos personas porque hubo una emergencia a bordo, resulta en menos de 24 horas: una de las alumnas americanas del proyecto Bravoseis ha tenido que ser evacuada de urgencia por un asunto médico. Se tomó la decisión después de haberse realizado una consulta mediante telemedicina con el Hospital Gómez Ulla en Madrid. El Comité Polar Español y la UTM han coordinado que pudiera salir de la Antártida en un avión con asistencia médica a Chile lo antes posible. Así que no pudo ser que regresaran los del campamento Bayers a esta base, pero ha quedado claro que, en este en el fin del mundo, las cosas funcionan.

Recuerdo que mañana a las 21 horas estaré con Josefina Maestre en RNE Radio 5 (Reserva Natural) y entrevistaremos al jefe de la base, Jordi Felipe, y a la investigadora Alicia Perea. También estaré en la Televisión de Castilla-La Mancha, en el programa EL TIEMPO, a quienes he enviado un vídeo.

19 de Febrero (Isla Livingston, Antártida)

Hoy me tocó ‘chinita’. El nombre parece que viene de una película, pero significa que participé en los turnos de limpieza de comedor, que son rotatorios. Todo el mundo tiene que participar, el día que le corresponde en colocar y recoger el comedor después de las tres comidas. Así se funciona en las bases antárticas españolas, en ambas, según me cuentan. Si a alguien le surge algo importante, siempre otra persona el cubre el turno, pero hay que intentar estar y trabajar. Además, cada uno se encarga de su habitación. Es justo. Aquí sólo hay una persona dedicada a la limpieza, Víctor, para toda la base, que no es pequeña. Del mismo modo, hay un turno ‘de lavadora’. Es decir, un día en el que te toca hacer tu colada para no colapsar las máquinas. Ayer fue el mío.

Al visitar esta ‘lavandería’, me sorprendió ver un cubo lleno de pelusas. Son las microfibras que se recogen de los filtros y que nuestras ropas, aquí y en todos los lados, sueltan continuamente, en general al medio ambiente. De sus peligros os escribí hace algún tiempo en Laboratorio para Sapiens porque no es un grave problema ambiental. Aquí son exhaustivos con este tema y ,visto el cubo lleno, no me extraña. Son microfibras que proceden, como nuestra ropa polar sintética, del mismo material que el plástico. Un forro polar libera  hasta 1.900 partículas de fibra. Multiplica por cientos de lavados.

La sorpresa del día fue encontrarme en la base, después de desembarcar de madrugada, con los cuatro amigos de Bravoseis (Paco, Rafa, Alfonso y Benjamín), que venían a quitar una estación sismométrica, de las que registran seísmos. Ahora estaba demasiado cerca de la base nueva como para ser fiable. Con ellos, me fui a ver de nuevo el frente del glaciar Johnson, el hogar de la foca leopardo. Hoy la exposición de hielos de mil formas era aún mayor. Pero la foca no esperaba visita. Y no le sentó bien. Estaba dentro del agua y en cuanto nos vio… vino como una flecha hacia donde estábamos, con no buenas intenciones. Todos recuerdan a la buceadora que mató uno de estos ejemplares y Santi, el piloto, contaba hoy que a unos buceadores, el año pasado, les empujaba hacia el fondo cuando intentaban salir a flote… Además, avanzan rápido tanto en el agua como en tierra.

La tarde ha sido de luz. El sol, de repente, nos ha descubierto el monte Friesland, de 1.700 metros de altitud, por detrás de los glaciares. Ha sido durante una visita en zodiac a una zona de la bahía que llaman ‘La Cubitera’ porque de su glaciar, sin nombre oficial, salen los hielos que llegan hasta la base española, justo al otro lado. Esa luz transparente y única que ha llenado los ojos de azules y blancos con mil y un matices mientras escuchaba el entrechocar del hielo, el burbujeo típico de los cubitos en un vaso, pero a lo grande, no grandioso. Y ahí, en mitad de ese escenario, esa foca, dicen que una cría, sobre un iceberg. Descansando. Mirándonos con la misma curiosidad con la que nosotros la mirábamos a ella, captando su mirada sosegada, hasta que lentamente ha vuelto al agua y se ha perdido en sus profundidades. Ojalá se pudiera una asomar ahí abajo un rato y ver lo que hay, pero sin tener que soportar los casi 0º que tiene el agua. Por cierto, algunos insensatos hablaban de meterse hoy al agua.

Una novedad interesante es que hoy han vuelto todos los que estaban desplazados al campamento Byers, en una punta de la isla, un lugar protegido al que sólo pueden ir científicos y que consiste en unos iglús y tiendas de campaña. Una de las investigadoras, Paula, portuguesa, comparte ya conmigo habitación. Lleva desde el 1 de enero fuera de casa y ha pasado ya por cuatro sitios diferentes, incluyendo una base rusa. Son los científicos ‘nómadas’ , como los llamo, porque van de un lado a otro en busca de sus muestras y sus datos.. Otra persona de la que aprender en este mundo de hielos.

20-21 de Febrero (Isla Livingston, Antártida)

@Rosa M. Tristán

Los hielos de los 200.000 glaciares que hay en este planeta desaparecen a ‘ojos vista’. Sobre todo en el Ártico y en la altas cimas, pero también en la Antártida hay lugares, como lsla Livingston, en donde desde hace décadas se detecta el retroceso de esa masa que en su capa inferior tiene millones de años de historia acumulados. Ayer, por fin, pude pisar uno de esos glaciares antárticos. Pequeño, si se compara con cualquier otro de la Antártida continental, pero el mayor que vi en mi vida. Es el glaciar Johnson, que avanza a unos 50 metros/año y que aún llega al mar. Por abajo, es visible la gran cueva que el agua del océano, en choque continuo contra el hielo, ha generado en su interior y, de cuando en cuando, ver cómo se desprende a trozos de la pared en azules y caen en la bahía Johnson Dock. Por arriba, todo blanco, aunque este año no hay nieve suficiente ni para usar las motos (de nieve) de otros años.

Por ello se va andando, siempre acompañados de los guías de montaña y encordados, que las grietas son traicioneras. Así salimos de los dos refugios donde se guardan los materiales.  Algunos caminando con raquetas (primera vez en mi vida que me pongo unas) y otros sobre esquís. Llevaban un buen número de estacas con las que controlan cómo avanza el glaciar año a año y cuánta nieve acumula, o pierde… Encontrar muchas tiradas, cuando se meten a dos metros de profundidad, significa que ha nevado poco, y es lo ocurrido este año. Es difícil no pensar en el cambio climático, aún cuando se que son necesarios años y años de medidas para ver la tendencia. Pero si ‘coincide’ que voy a Senegal y veo sequía, si voy a Haití y encuentro las secuelas de grandes huracanes, si en Groenlandia visito pueblos donde ya cultivan patadas, si veo cómo grandes tormentas arrasan la costa del Levante español… y luego vengo a la Antártida (el lugar más frío) y no hay nieve donde estoy y antes la había, que no me digan que TODO es casualidad.

Cartel de Despeñaperros en Isla Livingston. @Rosa Tristán

En estos asuntos pensaba cuando, sin perder el ritmo para que el encordado no fallara, caminaba por el Johnson, hasta el otro lado de la Isla Livingston, donde está Bahía Falsa. Subimos un pico y ¡sorpresa!. En lo alto una placa donde puede leerse: ‘DESPEÑAPERROS’ . No hay duda de que por aquí hay muchos españoles… Lo mejor desde allí: las vistas, con la isla a mis pies, sus bahías, sus glaciares y sus picos rocosos. No toda, pero casi. Isla o islas, porque podría ser que estuvieran unidas únicamente por el hielo que pisamos.

La bajada fue un suspiro, como así se me pasó la tarde, conociendo a los recién llegados, que vienen con un dron capaz de fotografiarnos hasta las pestañas, pero que usan para tener imágenes de la vegetación antártica. Son de Portugal. Otro ejemplo más de la cooperación internacional que reina en estas tierras, ya que Portugal no tiene base en el continente y sus investigadores sólo pueden venir y otros programas les invitan. Paula, mi compañera de habitación, ya ha pasado por una base rusa, una checa y esta española.

Foca Wedell, herida. @Rosa M. Tristán

Hoy el tiempo no ha permitido planificar actividades en la montaña ni en el mar. Demasiada lluvia y mar de fondo. Así que esta mañana volví al Johnson, pero por abajo, donde ví grandes bloques de hielo cayendo de su pared, agua corriendo, el deshielo gota a gota de su frente glaciar y miles y miles de pedazos de hielo que navegarán hasta que se conviertan en agua.

También encontramos una foca Weddell moribunda, o eso parecía dadas las heridas de mordidas (¿la foca leopardo? ¿orcas?) que tenía en el cuerpo. Como podía levantaba la cabeza y nos miraba. Parecía pedir ayuda, pero aquí toda intervención humana es ilegal en estos casos. La naturaleza es cruel y hermosa al mismo tiempo…

22 de Febrero (Isla Livingston, Antártida)

El hielo glaciar regala esculturas de animales. @Rosa M. Tristán

Esperamos la primera nevada, según nos predice Jaime de Aemet, así que por si acaso cae y lo cubre todo, ayer a Joan Riba, a última hora de la tarde, que me enseñara los ‘jardines’ antárticos que rodean la base Juan Carlos I. Son pequeños cercados en los que el biólogo Leopoldo García Sancho va monitorizando cómo crecen los líquenes, de los que me cuentan que hay aquí más de 340 especies. Los más espectaculares no están junto al mar, donde hay más musgos, sino en unas terrazas rocosas por las que aún no había pasado. En estos momentos, hay tres grupos diferentes de investigadoras e investigadores (son más ellas) dedicadas a estudiar la vegetación antártica, que después de ver los bosques africanos puede parecer insignificante, pero que cuando profundizas en ella fascina con su capacidad de resistencia a un lugar tan hostil a la vida. Cada plantita o cada hongo o cada líquen es un tesoro.

Como hoy sábado el tiempo no se auguraba bueno, hubo poca actividad científica fuera de la base. Tras hablar largo y tendido con Jordi Felipe sobre mucha historia antártica, me escapé de nuevo al glaciar Johnson. Quería saber si seguía allí, tirada en una zona de playa, la foca Weddell en la que se distinguían claramente las dentelladas que tenía por el cuerpo, en las aletas y en la cola.

Pero ya no estaba, así que tenían razón quienes me dijeron que esa foca no tenía tan mala pinta como parecía porque su piel es muy gruesa y las heridas estaban cicatrizando. En su lugar encontré otros dos ejemplares, dormitando. Una cría de pingüino papúa ‘despeluchando’  se paseaba por los alrededores y la bahía parecía una cubitera de hielos.  Tengo claro que nunca puede haber una intervención humana en estos casos, pero las weddell tienen una mirada que conquista. En todo caso, aquí la vida salvaje se vive a cada momento: durante el desayuno ya vimos desde el comedor del desayuno cómo en el mar una foca leopardo se comía a un pingüino. Igual era uno de los que el día antes vi intentando ‘escalar’ por las piedras.

En estos paseos por el frente glaciar también he visto cómo el hielo gotea con estas temperaturas sobre cero, que de momento continúan, y cómo las paredes caen en grandes bloques, si bien no he conseguido captarlo con la cámara, y cómo los lobos marinos protegen su territorio de los intrusos.

Las rocas también tienen formas extrañas: aquí una mano @Rosa M. Tristán

Nada más comer, teníamos un cursillo más de nuestra médica, pero el viento había bajado y dos investigadores portugueses aprovecharon para volar un dron por la lengua glaciar BAE desde un pico al que aún no había subido, así que me fui con ellos. No se si lo he comentado ya, pero no es fácil subir y bajar por esta tierra volcánica que se desmenuza con cada pisada, aunque siempre las vistas merece la pena. Arriba, era curioso ver cómo las skúas reaccionaban ante ese ‘ejemplar’ que emitía un zumbido extraño en estas tierras.

Y es que aquí él único insecto antártico es una mosca, aunque se ha detectado un mosquito invasor recientemente. Unas casetas blancas que parecen colmenas en la lejanía y que se ven desde la BAE, en realidad son instalaciones del Observatorio del Ebro en las que se estudia el magnetismo en la Tierra y la ionosfera que nos rodea. El físico Miquel Torta me explicaba hoy con detalle todo lo que allí hace. Y, la verdad, no es fácil ‘pillarle’ porque no para de ir y venir de una a otra para recoger datos o mejorar las instalaciones, que ya tienen 25 años. En realidad, los técnicos que hacen mantenimiento no paran un momento en esta base de la Antártida. Siempre hay algo que arreglar en alguno de los muchos lugares donde hay aparatos de medición.

Por cierto, hoy publiqué en El Asombrario una historia sobre el concierto del Hespérides de hace unos días, que os comparto por si queréis saber más de cómo fue.

Por la tarde-noche, después de la cena, a las 20.30 horas, la base se vistió de fiesta de carnaval. Este es un buen sitio para ver cómo se agudiza el ingenio para encontrar el disfraz adecuado. Alguno, con experiencia de otros años, venía preparado, pero en general todo fue improvisación, y con resultados sorprendentes, como puede verse en la foto, que la pongo porque ha sido compartida en las redes sociales de la UTM.

Ahora sólo queda esperar a que mañana la nieve lo cubra todo de blanco…. ¿Lo verán mis ojos?

23 y 24 de Febrero (Isla Livingston, Antártida)

El domingo no hubo nieve, pero si un frío de esos que se sienten como un cuchillo por culpa del viento del sur que nos llegó, barriendo las nubes, pero también trayendo mala mar y mal tiempo. Fue el primer día sin actividad en la base. En mi caso, un intento que hice de salir ‘a estirar las piernas’ acabó en menos de 10 minutos. El ambiente era helador. Todos los habitantes de esta extraña comunidad descansaban. En una base tan grande como es ahora la BAE, es posible incluso no verse si cada cual está en su habitación. Imagino que en la base histórica esto hubiera sido impensable, pero aquí a veces una se pregunta dónde se mete la gente..

Este día de impass, lo pasé escribiendo y organizando la viodeoconferencia vía Skype que tengo el miércoles con APIA desde la Antártida (Centro Internacional de Prensa, 19 horas, por si os animáis a ir) aún no se si será desde aquí, desde Gabriel de Castilla o desde el Hespérides porque nada está claro en estos lares.

Por cierto, os cuento detalles de esta base. La BAE tiene 1.700 metros cuadrados distribuidos en los tres brazos de su parte principal y varias edificaciones independientes. En el principal, dos de los brazos (o alas) dedican la planta superior para habitaciones y baños (con 50 personas estaría completa, ahora estamos 37), la parte central es sala común de reuniones y de estar, y el tercer brazo es el comedor, la cocina y el despacho del jefe de base. Abajo, hay gimnasio (que aún no he pisado), lavandería, servicio informático, enfermería… y la sala donde al entrar y salir hay que descalzarse. Otro de los edificios más grandes contiene los laboratorios (otros 220 metros cuadrados), pero luego hay otras edificaciones para almacenes, náutica (ahí nos ponemos los trajes de tortura ‘viking’ para navegar), materiales de montaña… En uno de los almacenes, de cuando en cuando, se instala una mesa de ping-pong, donde ya he visto algunos campeonatos de primera.

El domingo, no fui más allá de los laboratorios en mi intento de paseo. Las rachas de viento me llevaban…

Hoy lunes, el día despertó mucho más agradable, aunque llegaron a caer unos misérrimos copos que no quedaron en nada. No pude acercarme al glaciar Johnson, como pretendía (es un lugar que no me cansa) porque hay una normativa que impide a una persona sola alejarse más allá de donde se ve la base. Es comprensible, porque no conviene olvidar que este lugar no es nuestra cómoda Europa y el riesgo siempre está latente, pero tiene el problema de que si está sola, como era mi caso, no es posible moverse. Y hoy todo el mundo andaba muy liado. Tras una mañana de trabajo periodístico y algún breve paseo por donde andaban tres focas que nos visitaron inesperadamente, por la tarde surgió la posibilidad de subir de nuevo al Monte Sofía. El sol brillaba. Ni gota de viento. Sin nubes. Un día de verano antártico total pese a estar ya casi en otoño, lo que no deja de ser sorprendente. En la cima, los investigadores Esther Azcúe (Instituto Geográfico Nacional) y Wenceslao, que es militar, están instalando una estación de recepción de señales de satélite que les está dando mucho trabajo y allí los encontré peleándose con una tuerca. Claro que el paisaje es tan impresionante (y más en días con la luz que había hoy) que ambos reconocen que no les importa subir cada día la cuesta que hay que superar. Aseguran que ya la suben en 35 minutos. A mí me lleva 50. De ahí no bajo.

Todos juntos bajamos a última hora de la tarde pensando que aquellas vistas con aquella luz del atardecer era el regalo del día. Pero la Antártida nos esperaba esta noche con otra sorpresa: por primera vez desde que estoy aquí no había nubes nocturnas y he podido ver la Cruz del Sur entre un mar de estrellas. A lo lejos, de cuando en cuando, siempre el estruendo tormentoso de un pedazo de hielo cayendo de un glaciar. Es la auténtica música de este continente.

25 de Febrero (Isla Livingston, Antártida)

Pensé que no llegaría, pero es curioso como el tiempo se dilata y se acorta en un mismo día o en un puñado de ellos. Diría que me he adaptado totalmente a la vida en la BAE Juan Carlos I en estas dos semanas que ahora me parecen un suspiro. Y mañana, bien temprano, el BIO Hespérides me recogerá para cambiar de isla mientras aquí se desperezan los pobladores de este extraño lugar.

El colofón de mi estancia tuvo una aventura final que no imaginaba. Jordi Felipe, jefe de la BAE, me dijo que me había organizado una visita al frente glaciar del Johnson para ver grietas. Lo que no imaginaba es que tendría que sortearlas en una subida por un terreno que parecía un lugar de otro mundo. Para empezar, cuando llegamos la marea ya subía y tuve que hacer una ‘mini-escalada’ por una piedra que ya me pareció arriesgada y que resultó ser el preludio de algo mucho más intenso que disparó mi adrenalina a 100. Fue ponerme los crampones y comenzar a subir por el puro hielo, bien sujeta de los dos montañeros que me acompañaban -Alvaro y Alberto- sin cuya ayuda hubiera sido absolutamente imposible. Era hielo negro, porque está cubierto de cenizas volcánicas, y puntiagudo, porque así lo ha modelado el viento polar. Entre los extraños pináculos, corría el agua en un día de sol y calor antártico de los que te hacen pensar que algo malo está pasando en el planeta. Tanta agua cayendo del hielo… ¿será recuperada con futuras nieves en el mismo nivel o seguirá el Johnson encogiéndose cómo ahora lo veo bajo mis pies mientras ‘suda’ creando riachuelos que van al mar? Ese pensamiento me pasó por la cabeza al verlo, pero un instante, porque enseguida me di cuenta de que debía concentrarme en poner los pies para no resbalar, pese a los crampones, por esa masa helada en la que no era fácil encontrar cómo poner los pies.

A medida que avanzamos, los pináculos de hielo negro se fueron haciendo más grandes,  y su aspecto amenazante fue ‘in crescendo’ mientras yo intentaba no caer por sus heladas paredes casi verticales, siempre, eso si, bien encordada a mis acompañantes.

Seguimos avanzando, lenta pero sin pausa, hasta dejar estas formaciones que, por lo visto, con su negritud protegen el duro y resbaladizo hielo interior, para dar paso a un terreno que se abría bajo los pies en grietas capaces de engullir una casa. Si te asomabas, no se veía el fondo. Sólo hielo.

Entre una grieta y otra, que se sucedían, tuve que pasar más de una vez por un filo de hielo sin atreverme a mirar ni a un lado ni a otro, no fuera a surgir un vértigo que nunca tuve. Ya no había marcha atrás. Alberto iba delante buscando el mejor sitio para superar estos boquetes glaciares que se generan por las tensiones que el hielo encuentra en su bajada al mar. Nosotros íbamos en dirección contraria a la que ese hielo ha seguido durante miles y miles de años: hacia arriba. Los momentos en los que, inevitablemente, tenía que saltar de un lado a otro me veía allá al fondo, atada, arrastrando a Alvaro conmigo hasta las inmensidades de ese enterramiento gélido en el que, si por fin me asomaba, veía canales y formas indescriptibles.

He sentido una mezcla de temor y fascinación al mismo tiempo. A mi alrededor, un lugar de otro mundo, como tantos en este continente casi inexplorado. Así fui superando una tras otra esas heridas glaciares en las que sin duda han sido las dos horas más largas de mi vida, por momentos extasiada y por momentos insegura y, por tanto, con tensión. Sin embargo, cuando finalmente llegamos a los refugios que hay en la parte superior del glaciar, inexplicablemente pensé que hubiera seguido más tiempo subiendo y bajando, saltando y agarrándome como una garrapata al terreno, con pies y manos  si era necesario. Y quise imaginarme una Tierra en la que esos hielos sigan ahí para siempre, alimentando nuestra vida y haciéndonos sentir insignificantes frente a su poderío. Pero, no es real. Desaparecen. De momento a pasos agigantados en el Ártico y con pasitos más pequeños y titubeantes en ese lugar del sur.

Al regreso a la BAE, agotada pero contenta, hubo ‘foto de familia’ de los 37 que hemos compartido estos días de aventura, ciencia y camaradería. Luego, Fernando y Pepe, el fotógrafo y el cámara, nos hicieron un pase de fotos maravillosas que ha hecho estos días y que espero acompañen mi reportaje final.

No tengo palabras para describir todo lo que he aprendido en sólo dos semanas. Hasta me he encontrado un ‘invernalero’ (palabra clave para algunos potenciales lectores).

Pero mañana inicio nuevo rumbo…. y estoy segura de que no me dejará indiferente!

Posdata: Y no olvidéis que a las 19 horas estaré con APIA en conexión en el Centro Internacional de Prensa de Madrid

26 de Febrero (Isla Decepción, Antártida)

Base Gabriel de Castilla. @Rosa M. Tristán

Primer día en la base Gabriel de Castilla. Estoy sobre un volcán activo. En algunas zonas, a 40 centímetros la tierra está a 80º. Y, sin embargo, hace un frío terrible, traído por ese viento polar que viene del Sur. Tan cercana y tan distinta a Isla Livingston. También la base lo es. En Gabriel de Castilla se respira el aire de los sitios que acumulan historia e historias en sus paredes. También ese pasado se respira en las cosas que envejecen con el tiempo, aquí más de la cuenta debido a sus condiciones extremas. Estoy con 13 militares de la dotación (incluido médico, cocineros, etcétera), 7 ingenieros del Ejército y unos 10 científicos y científicas, si las cuentas no me fallan.

En general, ha sido un día de tránsito extraño. Un madrugón para estar a las siete preparada y embarcar en el Hespérides, que sigue haciendo logística y ciencia por estos lares, siempre al albur del tiempo. De nuevo, el ‘trago’ de subir (y luego lo repetiría al bajar) del buque por la escala, con una bota del número 45. Parecía un monstruito infantil, como inmortalizó el científico Javier Benayas con su cámara. Durante mi corta estancia en el buque, apenas tuve tiempo de saludar a todos los conocidos y de que Benayas me mostrara los ‘bichitos’ (colémbolos) que ha recolectado por varios puntos de la Antártida mientras estuve en la Juan Carlos I. Estos ‘colémbolos’ son los seres vivos más abundantes en la Tierra aunque no los vemos y degradan la materia orgánica regulando la calidad de los suelos. El caso es que algunos ‘aliens colémbolos’ (es decir, especies que no habitaban en la Antártida) han llegado ya hasta aquí y se sabe poco de cómo se están expandiendo. Luego, ya en Gabriel de Casilla, los he podido ver vivos por el microscopio.

El paso por los Fuelles de Neptuno que dan entrada a Isla Decepción, por segunda vez en esta aventura, ha sido infinitamente mejor que el neblinoso de hace un par de semanas. Esas montañas negras tizón con retazos aún de la nevada de hace unos días que parecen dibujos abstractos sobre las cenizas… hipnotiza. Nada más entrar, un crucero de turistas y unos kayak de colores me recordaban que éste es de los lugares más visitados del continente por su belleza, porque el nombre (Decepción) no tiene que ver con el ‘chasco’ de alguien, sino con la sorpresa (es su acepción anglosajona) que se siente al entrar en esta caldera volcánica, como me recordaba Benayas.

Tras el desembarco, periodo de adaptación a un nuevo ecosistema ambiental y humano. Tan sólo un conocido (el científico de Zaragoza Jorge Cáceres, que estudia contaminantes en el aire antártico) del viaje por el Mar de Hoces. Enseguida, la subcomandante Julia me asignó una habitación, que son de cuatro literas, pero había operaciones de carga y descarga del buque y aplazó hasta la tarde la visita a la base, que me permitiría situarme en el espacio. Además, tenía videoconferencia con APIA, que desde hace algunos días me preocupaba porque no sabía exactamente a qué hora llegaría a la isla y no quería dar ‘plantón’ a la audiencia. Al final, incluso lié al científico Luis Pertierra y a la delegada de medio ambiente de la base, Marina Sánchez, para que participaran. Lo único que falló, finalmente, fue el público de APIA y por ello se lo agradezco doblemente a los que se acercaron al Centro Internacional de Prensa.

En la Gabriel de Castilla hay un edificio para residencia, con habitaciones, baños y un gran comedor que es a la vez sala de estar con televisión… ¡y futbolín!; otro edificio grande es el taller, para el que se construye ahora una nueva instalación; está el ‘supermercado’, es decir, el almacén de comida y otros enseres, que por lo que veo es enorme y está bien surtido; y un módulo de laboratorio, que es pequeño y en el que han tenido que hacer dos habitaciones más porque se quedaba pequeña la base.

En total, 34 plazas de las que están ocupadas 30. Se me olvidaba: hay también un ‘iglú’ amarillo en el que también se investiga con especies invasoras (de los susodichos colémbolos).

Andaba recorriendo estas instalaciones cuando me hablaron de una subida al ‘Cerro Caliente’. Un nombre muy sugerente, así que, pese a las agujetas de la aventura glaciar de ayer, me animé. No sabía la subida que me esperaba por ese ‘desierto’ de lava y cenizas, ni del viento helador que lograba meterse por cada resquicio del tejido, ni del ritmo que tenían mis acompañantes… Menos mal que hasta el pie de cerro fuimos en un vehículo. Iban a ver cómo andaba de temperatura un sensor que tienen en el cerro donde y a reorientar un dispositivo para captar bien los datos desde la base. Las vistas desde allá arriba no tienen nada que ver con visto en ningún lugar del mundo. Para volar, la mente y literalmente el cuerpo del vendaval que hacía. La mente, por es mezcla de negros y azules, espolvoreados con nieve como un pastel de chocolate.

Al final, se nos ha hecho tarde y cuando quisimos regresar en el vehículo a la base, la marea había subido. Por un momento pensé que navegaba sobre cuatro ruedas pese a la pericia de Ricardo, el militar que nos acompañaba. Hubo que aparcar el 4×4 junto a una base argentina llamada Decepción, que está cerrada, y regresar andando a la nuestra a unos 2 kms. Por cierto que los de esta base han dejado residuos en la costa que son bastante impresentables para ser una estación científica.

Mientras escribo ya de madrugada,  ruge el viento. Me asomo y nieva. El suelo negro se está tiñendo de blanco. Igual mañana la Antártida, por fin, se viste de nieve.

28 de Febrero (Isla Decepción, Antártida)

 

Nieve en la base Gabriel de Castilla, hoy @RosaMTristán

Ayer fue un día de baja actividad provocada por el mal tiempo. Uno de los pocos días bajo mínimos que he tenido en esta aventura polar, pero el viento gélido no acompañaba y el mar andaba demasiado revuelto como para conocer la isla. Así que me dediqué a conocer a los habitantes de este lugar. O al menos intentarlo. Además, tuve una videoconferencia con el Colegio Teresa de Berganza, al que va mi sobrino, y verle entre sus compañeros a tanta distancia, me emocionó. Fue lo más bonito del día. Y verles a todos los niños ahí pendientes de la pantalla, las preguntas que nos hicieron, sentir que estás haciendo algo por la educación ambiental de los ‘peques’, aunque sea poco, es…. GRATIFICANTE. Para la ocasión, junté al Jefe de la Base, Joaquín Núñez Regodón, con el biólogo gaditano Pablo Escribano, del proyecto Anteco, que estudia los ‘aliens’ invasores en la Antártida, especies que han llegado hasta aquí por el ‘factor humano’. Se nota que tienen ‘tablas’ en eventos educativos como éste, de los que cada día hay unos cuantos en Gabriel de Castilla. «La divulgación es una prioridad para nosotros», me cuenta Regodón (que, por cierto, no tiene nada que ver con el comandante del Hespérides).

El día fue frío. Muy frío. Por la mañana, amaneció blanco, pero el suelo caliente de esta isla hace que al poco rato desaparezca la capa de nieve. El problema era la fuerza de Eolo. Con su colaboración, tuve una inmersión en el edifcio de los laboratorios, donde aprendí todo y más sobre sismología en la isla, sobre deformaciones del terreno en este volcán, sobre especies invasoras y sobre contaminación del aire por plomo de barcos que navegan a miles de kilómetros. Es increíble la capacidad de conocimiento que se acumula en apenas 70 metros cuadrados, entre artefactos, ordenadores y cajas donde se guardarán las muestras que servirán para que siga aumentando nuestro saber de este extraño lugar de fuego y hielo.

León marino junto a las ruinas de la instalación ballenera. ‘¿Y quién ha puesto esto aquí?’, parece preguntarse… @Rosa M. Tristán

Hoy, como ayer, volvió a nevar, pero el dios del viento decidió darnos una tregua, así que me propusieron salir en zodiac a conocer algo de esta isla misteriosa, aprovechando que Luis Pertierra y Pablo iban  a la ‘caza’ de sus colémbolos hasta un lugar llamado Punta Entrada. Por cierto, que Luis me insiste en que reivindique públicamente la importancia de estos ‘bichitos invisibles’ (al ojo humano) como biomarcadores de la ‘distribución de especies’ a nivel global. Dicho queda. A Julia, compañera de habitación y comandante (la primera mujer en una campaña polar que ocupa este puesto de responsabilidad en la base, bien por ello y que se siga avanzando), nos han dejado en Bahía Balleneros, quizás el lugar más turístico de la Antártida. Allí se encuentran las ruinas de una base inglesa que fue destruida por una erupción a finales de los 60, pero también, y sobre todo, los restos de una antigua estación de cazadores de ballenas, de principios de siglo XX, que hicieron una auténtica masacre de fauna en esta zona antártica. Cuentan las crónicas que de allí salían miles de toneladas de grasa de ballena, en líquido, para nutrir los candiles de medio mundo. Ahora, entre tierra volcánica y nieve, entre leones marinos y skúas, resulta diacrónico ver una cocina de carbón como la que recuerdo de la casa de mi abuela o un rodillo oxidado… Desde luego, lo más espectacular son los cuatro tanques en los que aquellos balleneros mataban cetáceos hasta teñir la caldera de Decepción de sangre, pero esos detalles cotidianos, las casas de madera medio derruidas, maderos que igual fueron mesas tirados por los alrededores, son los que me daban la dimensión humana de una época que debiera estar superada. Pero no lo está: no en la Antártida, pero aún hay mares que se tiñen de rojo por el asesinato de esos hermosos y gigantescos mamíferos que ‘cantan’ bajo las aguas.

¡Medusas antárticas! Se llaman salpas y a mi me parecían trozos de hielo.. @ROSA M. TRISTÁN

Un poco más allá de la antigua factoría y de la base británica desaparecida, una gran colonia de leones antárticos nos bufaban al pasar, mientras la nieve comenzaba a caer de nuevo, sin ruido, pero sin pausa, calando poco a poco mis manos, que se resisten a no salir de su refugio en los guantes para retratar tanta maravilla.

El viaje de vuelta sería mentir decir que no ha sido duro, con la nieve cayendo sobre nosotros mientras la zodiac cabalgaba dando brincos por el centro de este volcán que nos acoge, pero que en cualquier momento puede echarnos sin contemplaciones. Pero hemos llegado y -¡sorpresa!- en mitad de este preludio de otoño antártico nos esperaba una celebración especial: la del Día de Andalucía, con su salmorejo, su ‘pescaíto’ frito y sus patatas machacadas. El grupo andaluz de esta base es grande y, además, muy activo. Aún nos quedan días por delante y aún no quiero pensar en el final, que se acerca inexorablemente…

1 de Marzo (Isla Decepción, Antártida)

Me levanto con un pensamiento persistente: es mi último día en Isla Decepción, el inicio de mi camino de vuelta a una vida que, tras esta experiencia, no volverá a ser la misma. Ya no me levantaré y veré por la ventana a los pingüinos saltando en el agua de la caldera de un volcán mientras tomo un café. Hoy es domingo y ningún otro domingo podré sentir con la intensidad que se tiene en la Antártida que algo ocurrirá que no podía ni imaginar.

Ayer sábado, en un día gris pero sin viento, Joaquín, el jefe de la base, organizó todo para que pudiera ir a ver la pingüinera de Punta Descubierta, al otro lado de la isla, por fuera de esta ‘herradura’ que es Decepción. Así que dejé la base pronto para iniciar una ruta que me llevó primero por la playa de arenas negras y luego, entre formaciones rocosas creadas por el volcán, y espolvoreadas de nieve, iniciamos una subida en la que los pies se hundían en el piroclasto, para bajar y después subir y después volver a bajar por la nieve hasta llegar a esa Punta en la que los barbijo han hecho su hogar. «Ya quedarán pocos», me auguraban en la base. Pero no, aún estaban allí miles y miles de crías de este pequeño pingüino que parece tener dibujada una sonrisa permamente. Una comunidad inmensa, que se perdía en el horizonte, que aún espera su ‘salto’ al mar y que iban y venían, trepaban y se deslizaban, con un torpeza ágil que me dejó pasmada. Hay que verles cuando de repente, al sentirse amenazados, se enfadan con el ‘vecino’ y comienzan a gritarles; o cuando se le quedan mirando fijamente como diciendo: ‘Este trozo de terreno es mío, a ver qué haces’; o cuando aletean para llamar la atención.

Con su medio metro o poco más de altura, muchos aún desprendiéndose de su plumaje de pollos, me hubiera quedado horas y horas observándoles. Ahí, a mis pies inevitablemente, pues los hay por todos los lados y se acercan, quieras o no, y te miran con sus ojos rojos intensamente. Estando allí recordaba al científico Andrés Barbosa, del Museo Nacional de Ciencias Naturales, que tantas cosas sabe y me ha contado de esta colonia, que llega a reunir 20.000 pingüinos, un 40% menos que hace pocas décadas. Y, entre otras, que cada vez tienen menos krill, ese pequeño crustáceo que es su comida, porque éste crece gracias a algas que proliferan bajo el hielo helado del mar (banquisa) y porque el krill se pone de moda como ‘superalimento’ y grandes buques vienen a ‘robárselo’, según denuncia Greenpeace. A ellos y a las ballenas.

Gracias a las y los cinco militares que me acompañaron en esta visita, por facilitarme el camino. Especialmente a Marcos Díaz, que en la gran bajada nevada hasta la costa, con sus grandes pisadas, impidió que llegara rodando hasta la abrupta costa exterior en la que un mar enfurecido no asustada ni un pelo, o pluma, a los pingüinos que se lanzaban a sus aguas turbulentas. Me cuentan que esta es una de las rutas de evacuación en caso de erupción volcánica. Espero que nunca se tenga que utilizar porque salir en zodiac por ahí  me parece una operación de alto riesgo.

La vuelta no fue fácil. Primero, por las pocas ganas de regresar y luego porque aquí el terreno se desmenuza bajo los pies y el hielo no facilita, precisamente, bajar y subir empinadas cuestas. Para entonces, además, se había metido la niebla, haciendo aún más irreal el escenario.

Al llegar a la base, aún estaban trabajando con ahínco los siete ingenieros que con objeto de contener la continua transformación de la isla por el viento y el mar, están levantando un muro de 125 metros entre la Gabriel de Castilla y la caldera. En los últimos años, el cambio en esta zona de la isla ponía en riesgo el futuro a medio plazo de la instalación, cada vez más cerca del agua. Es una obra, que no puede ser permanente, y que ha sido el gran proyecto militar de la campaña polar.

Otro de los lugares que he podido visitar fue Cráteres 1970. Fuimos en zodiac hasta el lugar en el que ese año el volcán destruyó totalmente una base chilena en la cercana Caleta Péndulo, llamada así porque por lo visto allí hubo un péndulo científico en el pasado. Subimos a los dos cráteres, que imagino similares a los que veo como sombras en la Luna. Con mis tres acompañantes, todas mujeres (Mirenchu, Valme y Julia) vestidas con el ‘viking’ parecíamos astronautas en misión espacial.

De ahí, navegamos a Caleta Péndulo, donde la Universidad  de Cádiz tiene una de sus estaciones de posicionamiento con las que controlan cómo la isla ‘se mueve’ sin fin bajo nuestros pies. De la base chilena, tan sólo algunas maderas, otra cocina como la de Balleneros y un enjambre de hierros retorcidos recuerdan el paso humano por el lugar. Pero lo que nos hipnotizó fue el atardecer hermoso que nos regaló la Antártida, ese cielo rojo reflejado en el hielo y en el mar. La vida dentro de una pintura…

2 de Marzo (Isla Rey Jorge, Antártida)

Estoy en Isla Rey Jorge. A bordo del BIO Hespérides. Ayer por la tarde pisé por última vez la tierra antártica, aunque aún la tengo aquí, a la vista. Como despedida, por la mañana, tras los churros (creo que es una tradición ¡tomar churros los domingos en la Antártida!), fui a conocer con Julia y Tomás (cocinero de la base) el lago Zapatilla, que proporciona agua durante la campaña sin necesidad de potabilizarse de lo pura que es, y las instalaciones que Miguel Angel de Pablo (de la Universidad de Alcalá de Henares) tiene en lo alto de un cerro impresionante: allí hace el control del suelo helado (permafrost) que hay en zonas de esta isla de fuego. A lo lejos, el lago Lake (un tanto reiterativo su nombre, por cierto) y más allá los Fuelles de Neptuno. De cuando en cuando, zonas con musgos que, por lo visto, tienen que ver con los lugares donde skúas tienen o tuvieron nidos, fertilizando con sus excrementos una tierra en la que escasean los nutrientes.

La despedida de la base, pese a mi corta estancia, fue realmente emotiva. Conmigo se han venido los científicos de Anteco (especies invasoras) y alguno más del equipo de sísmica. Pero el grueso se quedó allí: unos para terminar el muro que están haciendo en la costa para impedir que el mar acabe por llegar a la Gabriel de Castilla. Es una lucha contra la naturaleza a base de adoquines de hormigón y un entramado metálico, todo desmontable, como impone el Tratado Antártico. Otros, para seguir controlando una isla que ‘late’ y ‘habla’ desde las profundidades y que un día puede dar un susto como el que tuvieron los chilenos. Esperemos que no.

Me despedí con tristeza de no haber tenido más tiempo para conocerles y convivir en esa otra ‘familia’ antártica, la tercera en un mes de aventura polar.

Afortunadamente, la bahía Foster estaba tranquila. El BIO Hespérides llegó antes de lo previsto y a media tarde ya estaba de nuevo vestida de ‘astronauta’ para embarcar y, sobre todo, subir a bordo del buque. Por última vez, lo único que me alegra y que no echaré de menos de la Antártida.

En la proa, con una botella de champán, fuimos muchos los que nos juntamos al atardecer para decir adiós a Isla Decepción justo cuando pasábamos por los Fuelles de Neptuno. Inolvidable ver cómo ese pequeño pedazo de la tierra negra se perdía en el horizonte, entre las sombras de la noche. Dicen que hay que brindar por el regreso. Yo lo hice, aunque se que no será fácil.

Esta mañana, al poco de despertarme, entrábamos en la bahía de la base Juan Carlos I a recoger a todos los científicos que dejé allí hace apenas cinco días. Ahora ya sólo quedan allí los técnicos de la UTM, los montañeros y los dos miembros de Aemet que seguirán ofreciendo a ambas bases las predicciones hasta que ambas bases se cierren en unos 20 días. Si algo se ha repetido en este viaje, son la separaciones y los reencuentros… Una y otra vez. En cada ida y cada venida.

Ahora navegamos cerca de la isla Rey Jorge, con un vaivén que enrrevesa el estómago, mientras debatimos sobre ciencia polar, sobre medio ambiente, sobre geología… Estar rodeada de tanta gente que sabe tanto de lo suyo es un master gratuito y gratificante, así que me centro en pensar en los días que me quedan por delante hasta llegar a Punta Arenas, con un comandante que hará lo posible por evitarnos tempestades en el Mar de Hoces (o Drake). Me impongo seguir en esta burbuja polar absorbiendo en cada célula -que adsorbiendo  (palabra que hoy he aprendido, gracias a un futuro catedrático llamado Alfonso Ontiveros) – conocimiento ajeno que transmitir.

5 de Marzo (Ventisqueros, Chile)

Tres días de Mar de Hoces. Dos días en un buque Hespérides que por momentos parecía un buque de ‘fantasmas’ que aparecían y desaparecían al albur de los vaivenes de un paso entre océanos que no fue tan benévolo como a la ida, aunque dice la marinería que ‘fue bueno’. De hecho, el comandante José Emilio Regodón eligió las fechas más propicias entre tormentas que nos hubieran hecho saltar como peonzas de  babor a estribir. Aún así, han sido jornadas en las que no he podido acercarme a una pantalla pero que he pasado de película en película en la pantalla de la sala de ‘científicos’ del barco, mucho menos  concurrida de lo habitual.

Fue el día 3, al intentar escribir este diario, cuando comprendí que el paso del Drake no era el mismo de comienzos de febrero. Olas de más de cuatro metros que se sentían como baches, me alejaron de la Antártida en una especie de duermevela causada por las pastillas ‘anti-mareo’ que Pepe, el médico, dejaba en cuencos a disposición de los más pachuchos. Ayer, la tónica siguió igual.

Por la tarde, la científica Rosa Acevedo, de Colombia, nos reanimó un poco hablándonos de los tardígrados, unos extraños seres microscópicos que ha venido a buscar en la Antártida, aunque existen por todo el mundo, y que son capaces de vivir en condiciones extremas, hasta con una radiación que supera en 700 veces a la que aguantan las cucarachas. Recogiendo muestras de tierra y vegetación, aquí y allá, por toda las islas Shethland, ha logrado encontrar una nueva especie. Rosa nos contó la infinidad de posibilidades que estos minúsculos tardígrados tienen para la biotecnología, especialmente en casos de contaminación o para misiones especiales. Ya os contaré más… que da para mucho. De estos días, como en una nebulosa, recuerdo las conversaciones entre los ‘veteranos polares’ recordando los episodios más rocambolescos o arriesgados de esta y otras campañas, los debates científicos sobre el cambio climático, los pases de maravillosas fotografías tomadas en la tierra que hemos dejado atrás…

Esta mañana, por fin, me desperté y la litera no se movía como una batidora. Abrí los ojos con la luz del amanecer y al asomarme por la escotilla: ¡tierra! y ahí al lado. Como un resorte salté de la cama para subir a la torre de mando y comprobar que estábamos ya en el paso  MacKinley, del canal Beagle, lugar donde habitaron los indígenas patagónicos yamara y por donde hace unos 200 años, navegaba el capitán Robert Fitz Roy con un científico a bordo llamado Charles Darwin. El mismo paso que en su día se disputaban argentinos y chilenos por considerarse un punto estratégico para los navegantes. En todo el recorrido, apenas un par de casas, controles chilenos, nos recuerdan que este lugar también sabe de fronteras. Y árboles, por primera vez en un mes, vemos árboles, de las especies lenga y ñirre, según me comentan los que saben, que son muchos a mi alrededor.

Y es que el Hespérides, de nuevo, hoy está lleno de vida. Eso si, algunos, bastante más pálidos que cuando nos subimos. El entusiasmo ha sido general al llegar a los Ventisqueros, las formaciones glaciares encajonadas entre las montañas de la Patagonia que, en algunos casos, se ‘derraman’ sobre el canal y en otras ya lo miran desde las alturas, porque también aquí los glaciares disminuyen, como tantos decenas de miles en toda la Tierra. De cuando en cuando, muy a menudo, un albatros busca pesca a la popa del buque con una danza que le lleva de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, subiendo y bajando. Otras, un lobo marino asoma la cabeza entre las aguas, como despidiendo a los viajeros. Las gaviotas antárticas, que se me asemejan a pequeñas golondrinas blancas con sus revoloteos, cruzan el cielo de lado a lado. Nada hay más embriagador que dejar la mirada en tierras salvajes, apenas holladas por unos pocos seres humanos, aún vírgenes a nuestro paso. Aún ajenas a nuestra existencia.

Para que nadie se perdiera esta maravilla, se ha anunciado por los altavoces.

A bordo, entre foto y foto, todos estamos haciendo ya planes para la llegada. Los hay que se irán al glaciar Perito Moreno, otros a Puerto Natales, los más a la ‘archiconocida’ Torre del Paine. A todos nos sobran días hasta que salgan nuestros vuelos internacionales -era la franja de seguridad por si la Antártida nos quería conservar a su lado- y queremos exprimir hasta el último momento la estancia en estas tierras del sur. Sabemos que el ambiente en Chile vuelve a estar ‘caliente’ de movilizaciones tras el periodo vacacional en el país, que ha sido durante el mes de febrero, pero eso no impedirá el desarrollo de algunas excursiones que se están planificando. En mi caso, el 8-M no quiero perderme el Día de la Mujer en el lugar donde surgió la performance que ha dado la vuelta al mundo.

Vuelvo a la cubierta… ¡el espectáculo continúa! Y no es la Antártida, pero es grandioso.

7 de Marzo (Punta Arenas, Chile)

Punta Arenas nos recibe inestable. Llueve y al rato sale el sol. La ciudad parece un balneario y al rato hay movilizaciones que acaban con cristales rotos, hogueras, lacrimógenos… De momento, de estas protestas sólo he visto su huella en las calles, pero están latentes. Llegamos ayer después de una noche por el Canal Magdalena, hasta llegar a Punta Arenas. El comandante, dado que llegábamos el día 6, en lugar del día 7, nos permitió pasar una noche más en el Hespérides, ya en puerto y casi todos optamos por quedarnos. Nos cuesta desprendernos los unos de los otros en esta comunidad que se ha creado en torno a la campaña antártica. Se hace ciencia, pero tras un mes, que hoy se cumple, desde que salí del puerto de Ushuaia, puedo confirmar que, además, se crean redes que perduran a lo largo de años y que son tan importantes como las muestras recogidas en este tiempo, ahora a buen recaudo en las bodegas del buque, congeladas en el espacio y el tiempo hasta su futuro desembarco en España, en unos meses.

Entre científicos, documentalistas, escritores… y muy cerca de Charles Darwin, aunque no se le ve. @Rosa M. Tristán

Esa sensación de no querer deshacer ‘el nudo’ se compagina, inexplicablemente, con la necesidad imperiosa de andar más delos  50 metros, como mucho, que he recorrido de popa a proa, de la torre de mando a los laboratorios. Poco a poco, como un goteo, fuimos saliendo para en grupos para recorrer Punta Arenas, de donde salí justo hace un mes.

Aproveché para ir a presentarme al director del Instituto Antártico Chileno (Inach), Marcelo Leppe, y concertar una cita. Fue una sorpresa el mensaje de la gran científica y mejor persona que es Josabel Belliure, además de vecina y gran experta en comportamiento animal. Estaba (hasta hace pocas horas) en Punta Arenas con un proyecto con el escritor Alejandro Palomas, Premio Nadal 2018, con su novela ‘Un amor’ y con un equipo de documentalistas. Todos andan inmersos en un proyecto sobre pingüinos del que estoy deseando ver los resultados. Encontrar aquí a Josabel fue inesperado y los recuerdos de campañas polares pasadas entre  unos y otros fluyeron como una corriente sin fin. Fue ella quien, entre infinidad de historias sobre la vida de los pingüinos y otros animales, nos dio la pista de un concierto de música patagónica que había por la noche en un local llamado ‘La perla del Estrecho’ (evidentemente, del Estrecho de Magallanes que tenemos siempre a la vista en esta ciudad de ganaderos ovejeros). Y, evidentemente, también, al final acabamos allí medio barco ayer noche, dando rienda suelta a un afán compartido de disfrutar de la despedida. En un momento dado, por las ventanas sentí como nos entraban restos de los gases lacrimógenos que no tan lejos debían estar soltando las fuerzas de seguridad chilenas en otro viernes más de protestas. No era recomendable andar por la calle… hasta volver, por última vez, a la pequeña litera del camarote en la que pasé las últimas noches.

Hoy sábado, fue por fin el primer día de tierra firme americana. En la casa palacio de Sara Braun, que no conocí a la ida, hay un bar que inauguró en 2005 la nieta del explorador polar Ernest Shakleton, lugar que me ha enseñado Javier Benayas. Es un veterano en estas tierras con tantas campañas polares a sus espaldas. En las paredes de este bar, dentro de un hotel, se pueden ver unas maravillosas acuarelas que recuerdan aquella odisea de Shakleton en la Antártida a bordo del ‘Endurance’, que acabó con parte de su tripulación invernando en la Isla Elefante. En un intento por planificar su rescate, el irlandés visitó la ciudad en 1916 y desde allí salió finalmente para conseguirlo con apoyo de la sociedad británica pero también de la ciudad. Espero ver antes de irme la recreación de la ‘barquichuela’ en la que salió este inquieto personaje en busca de ayuda cuando vio que su gente no tenía otra opción para intentar salvarse.

Una curiosidad: el Chalet Milward, que lo alojó entonces, es hoy la sede del diario El Pingüino, del que me llevo de recuerdo un ejemplar.

Otro lugar interesante es el Museo Regional de Magallanes. Ahí es posible seguir el rastro desde los primeros pobladores de la zona hasta la fundación de la pequeña ciudad. Claro que algunos datos son sospechosos: hablan de humanos poblando la Patagonia hace 22.000 años cuando los estudios más recientes señalan que los más antiguos entraron por el norte del continente desde Asia hace unos 17.000 años. ¡Imposible que estuvieran antes en el sur! Luego, cuentan la historia de Magallanes, que descubrió hace 500 años este canal que enlaza el Atlántico y el Pacífico, de los primeros colonizadores y de los ganaderos. Horas después, tras una conferencia en la Sociedad Española de Punta Arenas del comandante del Hespérides, he conocido al gallego Arsenio, de 92 años, vendedor de pieles e historia viva de un gran pedazo de ese pasado.  «Y aún conduzco», nos contaba.

Por cierto que en la conferencia me enteré de que ya hace cinco siglos  había ‘periodistas freelance’ en las expediciones, que por lo visto es lo que era el cronista Antonio Pigafetta, al servicio del que le pagaba, en la nao de Magallanes.

Como colofón, mi mensaje de apoyo total al 8M, Día Mundial de la Mujer, si bien aquí en Chile lo celebran el día 10 (¿?). Os adelanto que unas chilenas ya han invitado a un acto que no pienso perderme..

8 de Marzo (Punta Arenas, Chile)

La Reserva Nacional Magallanes está ubicada en la Región de Magallanes y Antártica Chilena, en la Península de Brunswick, a unos 8 kms de Punta Arenas. Desde 1932 es un espacio protegido y hacia allí hemos encaminado nuestros pasos esta mañana el biólogo Javier Benayas y yo, ante la necesidad de dar una larga caminata después de tantos días sin caminar en el BIO Hespérides. Debo reconocer que ir con un experto, es un plus porque aquí todos los árboles son distintos a los que conozco: lengas, ñirres, coigüe… y se acompañan de una diversidad de musgos y arbustos fascinante. Fue una buena caminata, cuesta arriba, hasta llegar al Mirador de la Patagonia, un gran nombre para un lugar que nos mostró en pleno esplendor el Canal de Magallanes, que como es sabido debe su nombre a un portugués que hace ahora 500 años navegaba rumbo al sur en busca de un paso por el extremo sur del continente… y lo encontró. En realidad, el bosque de ñirres y lengas es extraño. Desde arriba, frondoso. Caminando por sus senderos, parece sufrir algún mal, pues estos árboles conservan sus hojas superiores pero pierden las de abajo, dejando una imagen en la que aúnan la desolación que genera verlos ‘secos’ con un aspecto fantasmagórico de troncos retorcidos. Pareciera el escenario de una historia de miedo.

Por la tarde, he querido acercarme a conocer una cooperativa de mujeres de Punta Arenas, pues ayer me invitaron a conocer su taller textil, una iniciativa social de apoyo a la reinserción de presos que da para más que unas líneas en este blog. Es impresionante la cantidad de mujeres emprendedoras y valiosas que me encuentro por el mundo. Seres anónimos que emprenden proyectos contra viento y marea y salen adelante.

Al timón del HMS Beagle en Punta Arenas.

Como aquí el tiempo se alarga, aún he tenido ocasión de visitar el museo al aire libre de réplicas de barcos emblemáticos que ha puesto en marcha a las afuera de la ciudad Juan Luis Matassi, un ‘artesano’ de la madera que, además de construir pesqueros, un día decidió hacer una copia exacta de la nao ‘Victoria’ de Magallanes, y luego otra del HMS Beagle en el que el capitan Fitz Roy y Charles Darwin se adentraron navegando por estos mundos del sur, viaje que dio origen a una teoría sobre nuestra propia evolución humana. Después fue muy fácil para él hacer la pequeña barca en la que el explorador polar Ernest Shakleton salió de la Antártida para buscar ayuda después de que su gran velero, el ‘Endurance‘, fuera presa y víctima de los hielos… Nos contaba Matassi que ya de niño le gustaba hacer maquetas de barcos y ahora los visitantes nos podemos subir a cada uno de ellos e intuir las duras condiciones en las que se desarrollaron aquellos viajes míticos e inhumanos.

No nos ha sido fácil regresar a la ciudad, pues aquí la información sobre distancia y tiempos contiene más relatividad que la teoría de Einstein, pero al final he llegado a tiempo para participar en la manifestación del 8M en esta ciudad del sur del mundo.

8M en Punta Arenas. @Rosa M. Tristán

Han sido miles de mujeres y dos hombres. Aquí está claro que aún el feminismo no ha calado en ‘toda’ la sociedad… Y, si bien algunos mensajes eran similares a los que poco antes se gritaban en las calles de Madrid (‘NO es No, que parte no entiendes la N o la O’) otros me situaban al instante en Chile, con referencias a Pinochet, a Piñeira y a una ley del aborto muy restrictiva. Aquí sólo se permite en caso de violación, peligro de muerte materna o malformación, pero es que en toda la ciudad sólo un médico no es objetor a esos tres supuestos, por lo que está claro que no se cumple ni siquiera esta ley que no permite decidir sobre su cuerpo a las mujeres. Salvo una pequeña fogata, la movilización ha transcurrido en paz, nada que ver con las imágenes de otras protestas que dejan locales destrozados, cristales rotos, heridos y muertos. Si algo me ha quedado claro es que aquí también hay una revolución feminista en marcha. Y que es pacífica pero que no se rinde.

10 de Marzo (Torres del Paine, Chile)

Hay que madrugar para ir y volver de Torres del Paine en un día, pero estar aquí y no visitar una de las maravilla del mundo sería un delito. Estas montañas que parecen tener tonalidad azul pero que en realidad son de granito cristalizado.. y cuyos tonos varían entre la mañana y la tarde, entre unas torres y otras fuera la inyección de magma que las originó hace casi 13 millones de años. Y luego están los glaciares, y más concretamente el glaciar Grey, que es uno de los más grandes de América, pero también uno de los que más hielos están perdiendo: 19 kilómetros cuadrados de los 244 kms2 que tiene en tan solo 30 años. Hoy, ciertamente, cuesta ver la lengua glaciar desde la morrena que hay en el lago glaciar por la que paseamos, lo que sorprende a quienes estuvieron allí hace unos años.

 

Secuelas incendio en Torres del Paine (Chile) . @Rosa M. Tristán

Para llegar hasta allí hubo que levantarse a las 5 de la mañana. La excursión fue organizada por la capitana Yolanda, del Hespérides. Merecía la pena la paliza. Durante horas, avanzamos por una estrecha carretera que atravesaba haciendas ovejeras de miles de hectáreas. Se calcula que cada oveja requiere una hectárea de terreno y cada vaca diez en una Patagonia con pastos poco nutritivos. Una ruta que estuvo llena de ovejas entre guanacos, de espectaculares águilas mora (en blanco y negro), del vuelo de algún cóndor que se acercó a conocernos. El guía nos hizo un soporífero resumen de la historia universal hasta que llegamos al parque nacional. No éramos los únicos: a lo largo del recorrido nos encontramos con otros muchos turistas, pues todos los visitantes siguen el mismo camino y se paran en idénticos miradores. Aún así, esos picos o torres y esos cuernos, que iban cambiando de color según decidían las nubes, son un monumento natural irrepetible.

Triste fue ver casi todos los árboles quemados, fruto del incendio de unos jóvenes turistas israelíes que prendieron una fogata donde estaba prohibido y arramblaron con 17.000 hectáreas de vegetación. Los esqueletos negros de los árboles aún recuerdan ese desastre ambiental ocurrido en 2011. Me cuentan que lo están restaurando lentamente, pero de momento los troncos quemados siguen ahí. Pasamos por el Mirador sobre el lago Nordenskjöld, dedicado a Otto Nordenskjöld, explordor sueco que lo descubrió a principios del siglo XX.  También por la pequeña cascada que llaman ‘Salgo Grande’, en otra más de tantas incoherencias etimológicas, como la Laguna Amarga, que resulta ser salada… Má tarde caminamos por una morrena en medio de un lago glaciar y fue ahí donde comprobamos que también aquí el hielo desaparece, que las fotos en las que se ve mucho más blanco son pasado, que glaciares que apenas hace unos años fueron escalados por primera vez hoy no existen (esto me lo ha confirmado hoy Matías, un joven escalador chileno que he conocido).  Lo que si es azul es la Laguna Azul…

Cueva del Milodón. @Rosa M. Tristán

Poco interés visual tiene la Cueva del Milodón (Mylodon darwini). Sin embargo, tiene un gran interés científico porque ahí se encontraron, hace más de un siglo, los restos de un ser prehistórico que resultó ser una oso perezoso gigante, bautizado como milodón, que habitaba en la caverna. Los primeros fósiles de estos seres ya los había encontrado Charles Darwin en su segundo viaje en el Beagle por estas tierras pero fue en 1895 cuando en esta gran caverna hallaron un esqueleto muy completo y hasta un metro cuadrado de su piel en perfecto estado de conservación. Por los alrededores, también habitaban tigres dientes de sable y un guanaco 10 veces más grandes de los que ahora he visto. Se cree que el Milodón se extinguió a finales del Pleistoceno, acuciado por el cambio climático o la caza humana o una erupción volcánica… o las tres cosas a la vez. Ahora, en su cueva sólo queda una recreación exagerada (mide 3,5 metros cuando el auténtico no sobrepasaba los 2,5) en la que retratarse.

Del regreso, ese inconmensurable cielo patagónico del atardecer sin fin de estas tierras sureñas. Si en  el centro de África el Sol ‘se cae’ en el horizonte, aquí mantiene una lucha contra las sombras de la noche, resistiéndose a abandonarnos a la oscuridad mientras nos ofrece un cuadro de mil pinceladas de ocres, azules, grises y rojizos rayos de luz.

Sueño con esas imágenes de montañas azules y ocasos infinitos hasta que amanece en Punta Arenas. Es el día de mi visita a la Instituto Antártico Chileno (INACH), donde su director, el paleo-antártico científico Marcelo Leppe, a la vez director del INACH, me recibe para contarme con pelos y señales todo el trabajo de esta institución, para mostrarme, junto a la científica brasileña Cristine Trevisan, todos los fósiles de flora recogidos en las últimas campañas, para hablarme de los ‘incuestionables’ datos que apuntan a un cambio climático evidente en las tierras antárticas que acabo de conocer.

Por la tarde, gracias a un amigo, contacto con Matías Álvarez, un alpinista y aventurero de Punta Arenas que lleva años recorriendo la Patagonia argentina y chilena. De estos viajes en kayak, subiendo y bajando grandes cimas, me muestras imágenes hermosas y desoladoras. Lugares maravillosos en los que nuestra basura humana ya deja huellas, ríos únicos que están destrozando hidroeléctricas, plásticos a miles de kilómetros de la nada que navegan ríos. Y lo peor, me cuenta, es que ese descontrol no importa a nadie, ni se conoce ni se evita. Así que, con un grupo de amigos, van llenando sus kayaks de esos desperdicios que la naturaleza no quiere y tomando imágenes que atestigüen lo que ven sus ojos allá por donde nadie, o casi nadie, pasa en esta región sin límites del fin de un inmenso continente.

Al final del día, los ‘restos’ de la expedición antártica española que vamos quedando, en función de las salidas de los vuelos, nos reunimos para compartir una preocupación que ha saltado de repente: la crisis del coronavirus en España está cancelando vuelos. En medio de esta ‘histeria’ colectiva por lo que es una ‘gripe’ más fuerte de la habitual, Chile prohibe vuelos de Iberia, dejando tirados en Punta Arenas a unos cuantos científicos que quieren volar de vuelta. Los teléfonos de Iberia no responden. Sus redes sociales, tampoco informan. Cunde la preocupación. ¿Y si se alarga la crisis? ¿Quien pagará los costes de hoteles y comidas de estos días? ¿Compensarán nuevos billetes? ¿Podremos regresar?.. En mi caso, no vuelo con Iberia sino con Latam, pero la incertidumbre es la misma… Esperemos que esta ‘paranoia’ colectiva que se está alentando se calme pronto…

12 de Marzo (Punta Arenas, Chile)

Incertidumbre. Esta es la palabra que mejor define estas dos últimas jornadas en Punta Arenas. Incertidumbre pero también la extraña sensación de querer regresar y a la vez saber que lo que hay al otro lado del océano, en estos momentos, sería para salir corriendo. Fuerzas contrapuestas mientras pasan las horas, ocupándolas escribiendo o entrevistando a gentes tan interesantes como el director del Instituto Antártico Chileno, Marcelo Leppe, o al coordinador de territorios de la fundación Cequa, Carlos Olave, institución que se encarga de que el turismo que llega a esta zona sea lo más sostenible posible. Son humanos dedicados a la ciencia y a la investigación que me han ayudado a conocer mejor cómo gestionar esta vasta región patagónica, hogar pasado de dinosaurios y hoy lugar de paso…

Y, sin embargo, las noticias que ahora hacen temblar al mundo aquí no salen en las portadas. Aquí lo que cuentan son las protestas y movilizaciones que día si y día también veo por las calles. Ayer, unos pocos universitarios. Hoy, cientos de estudiantes de Secundaria, algunas criaturas de no más de 12 0 13 años, que gritaban por una educación de calidad. La respuesta de los antidisturbios ha sido brutal contra ellos. Gases, agua a presión, golpes… Y lo que he podido ver es que, una vez dispersados, han tomado el relevo personajes más violentos. También había un par de trabajadores del Instituto Nacional de Derechos Humanos. «Estamos aquí para ver si se vulneran derechos de estos menores», me dijeron. Y para mi que se vulneraron en un día más de cristales rotos.

La realidad es que Punta Arenas da pena. Hay edificios quemados. Hay infinidad de tiendas tapiadas que no se sabe si están o no abiertas. Hay pintadas contra Piñeira en cada muro, o contra el poder, o contra la religión, o contra los policías, o contra todo y todos al mismo tiempo. Hay pocas luces en la noche y mucha indignación contenida que acaba por explotar sin orden ni concierto. O eso parece. Hoy lo ví desde la calle y, luego, refugiada desde el hotel Finis Terrae, situado en la esquina más conflictiva de la ciudad. Y ví que los coches pasaban y apoyaban con su claxon a los jóvenes. Y que algunos viandantes se les sumaban. El hartazgo social es aquí muy grande con su clase política. Eso es visible y evidente.

La otra cuestión es el retorno. Desde primera hora, tanto el Comité Polar español como desde la Armada, en concreto desde el Hespérides, que ya debe estar llegando a la Antártida de nuevo para cerrar las bases, me conminaron a adelantar el regreso a España, ante el temor de que se suspendan vuelos. Dos científicos que viajaban con Iberia tuvieron que adquirir nuevos billetes para salir hoy del país, uno vía Buenos Aires. Otros dos, visto que Iberia les deja colgados, se han sacado vuelos vía Brasil. Pero yo viajaré con Latam y allí me aseguran que no hay cambios en mi pasaje, así que tras perder varias horas con el tema, he decido esperar. También lo recomienda así el embajador en este país, que ha hablado con una de las investigadoras que aún están por aquí.

El caso es que la crisis del coronavirus está generando un caos global que tardará en olvidarse. Nunca antes hubo tanta alarma porque nunca antes tanta gente se movió tanto de un lado a otro. Aquí leía hoy que han dos casos ‘sospechosos’ porque venían de Europa. Ahora sólo confío en que mañana pase rápido y el sábado pueda iniciar el retorno sin complicaciones.

Observadores del Instituto de Derechos Humanos, de amaraillo.

Eso si, sigo soñando con la Antártida y escribiendo de ella. El último, este artículo hoy en EL PAIS, en que el os hablo de un proyecto necesario: el que estudia la contaminación atmosférica en ese continente que queremos imaginar impoluto, pero que ya sufre los impactos. En este caso, en forma de plomo.

 

 

 

 

 

 

15 de Marzo (Madrid, fin de viaje)

Santiago de Chile desde el aire.

Desde el sofá de casa, recién aterrizada, comienzo el ‘enclaustramiento’ al que por responsabilidad y solidaridad debemos someternos todos, si no por nosotros, por nuestros mayores. Traigo mi mente llena de imágenes que no podría olvidar aunque me lo propusiera, traigo mi corazón lleno de nuevas amistades que espero perduren, pese a la distancia, y traigo la cartera llena de historias para seguir contando del otro lado del mundo. Pero ahora, apenas abierta la casa, tal como la dejé, no puedo por menos de echar la vista atrás y, entre la alegría de lo vivido, se me dibuja la congoja de lo que estamos perdiendo. Y es que, si, ese mundo maravilloso de hielos azules, fauna que no nos teme, extraños musgos supervivientes o volcanes submarinos o no que ‘laten’ como corazones de la Tierra, está ya cambiando, muy lentamente, pero sin pausa.

Ayer fue un día de viaje. Desde Punta Arenas a Santiago, en paralelo a los Andes a través de miles de kilómetros, no podía dejar de mirar esas montañas portentosas que me imaginaba blancas como las imágenes de los catálogos de turismo. Mis compañeros de asiento, que los han recorrido, sintieron la misma sensación de pérdida pateando sus caminos. Es allí el fin del verano, cierto, pero ¿dónde quedaron las ‘nieves perpetuas’? Y volvía a recordar el glaciar que chorreaba agua en la Antártida, los ‘picos’ de temperatura durante mi estancia, la escasez de comida para los pingüinos que casi se me enredaban entre las piernas, cuando aparecían tras una roca, las especies invasoras que quieren llegar para quedarse porque el clima cada día les gusta más…

Los Andes chilenos, desde el avión.

Al llegar a Madrid, muchas horas después, veo que por fin la gente se ha disciplinado, que las calles están desiertas… Cuando queremos somos responsables y solidarios, al menos hoy me reciben las calles vacías, así que igual un día comprendemos también que necesitamos el planeta Tierra tal y como lo conocemos, con sus hielo polares, que son nuestra reserva de agua dulce y en el caso de la Antártida y tomamos medidas drásticas y contundentes para que la Antártida siga regalando la belleza maravillosa que he disfrutado durante un largo mes.

Agradezco al Comité Polar Español la oportunidad que me ha brindado de conocer a tanta gente valiosa. En todo este tiempo, en la dos bases y en el buque Hespérides, sólo he recibido apoyo a mi trabajo, ayuda y comprensión con las comunicaciones, no siempre fáciles desde ese ya lejano continente. Agradezco al personal de las bases Juan Carlos I y Gabriel de Castilla, a la tripulación del barco que ya sentía como mi casa. Y, sobre todo, a todos los científicos que abrieron sus laboratorios polares y me dejaron acompañarles acá y allá como una más.

Aunque no lo sepamos todos SOMOS ANTÁRTIDA porque todos dependemos de que siga ahí como yo la he conocido para seguir vivos.