ROSA M. TRISTÁN
Que la Amazonía fue colonizada por el ser humano hace miles de años, no es nada nuevo. Pero que hubiera en algunas zonas hoy cubiertas de masa forestal un entramado de asentamientos humanos, con rectos caminos que los unían, da idea de una civilización, previa a la llegada de los hispanos, que no sólo existía en Centroamérica sino que había sido capaz de desarrollarse en un extenso territorio de esa selva tropical mucho mayor que lo que se pensaba. Así se ha descubierto en Ecuador, en concreto en el valle del río Upano, al sur del país, ya en zona de la alta Amazonía, donde desde hace más de 20 años un grupo de investigadores de varios países han estado trabajando en desentrañar los misterios de las estructuras que parecían adivinarse bajo el bosque de arrayanes.
Los resultados de ese intenso trabajo nos descubren que hace 2.500 años, unos dos milenios antes de que la llegada de los españoles a América, en esa zona en torno al Upano habitaban poblaciones agrarias no muy distintas de las mayas que hubo más al norte, en Guatemala o México. Bajo la dirección del arqueólogo francés Stéphen Rostain, que ha dedicado media vida a la Amazonía para desmontar los mitos sobre un pasado de poblamientos dispersos y sin organización alguna, el trabajo publicado en Science revela más de 6.000 plataformas de tierra rectangulares que solo pueden haber sido hechas por humanos, pero también estructuras que son plazas conectadas con senderos y caminos, las zonas agrícolas en las que tendrían sus cultivos y canales y drenajes en ríos cuyas aguas utilizarían. No se sabe si fueron decenas de miles o unos miles, pero nada que ver con la imagen de selva virgen que se imaginaba.
Bajo la cobertura forestal, gracias a la tecnología láser del sistema LIDAR (un dispositivo que permite determinar la distancia desde un emisor láser a un objeto o superficie), científicos franceses y ecuatorianos, pudieron mapear más de 600 kilómetros cuadrados y solo en 300 kms2 encontraron que hubo 15 lugares de asentamiento diferentes, conectados entre sí por una compleja red de vías, además de calles interiores. Fueron ocupados entre el año 500 a.C. y el siglo VI de nuestra era. En todo ese tiempo, Rostain y su equipo señalan que hubo dos culturas distintas, la Kilamope y la Upano, siendo los de esta última la más grande jamás encontrados en la región. “Tal descubrimiento es otro claro ejemplo de la subestimación del doble patrimonio de la Amazonia: está el ambiental pero también cultural y, por lo tanto, indígena”, señala Rostain. “Creemos que es crucial revisar a fondo nuestras ideas preconcebidas sobre el mundo amazónico y, al hacerlo, reinterpretar los contextos y conceptos a la luz de una ciencia más inclusiva y participativa”, añaden, en un claro mensaje sobre la imperiosa necesidad de proteger un territorio, compartido entre ocho países, que no sólo contiene una riqueza en biodiversidad sin también un pasado en el que durante un milenio pueblos amerindios habitaron allí sin dejar prácticamente huella ambiental de su paso.
En realidad, recuerdan, ya el explorador extremeño Francisco de Orellana dijo que a las orillas del Amazonas, no lejos de los Andes, había visto grandes ciudades en su primer viaje, pero entonces se le tachó de fabulador y la cuestión no se consideró hasta que en la década de 1980 empezaron a encontrarse estructuras en Bolivia o Venezuela que tenían poco que ver con la lógica de la naturaleza. En Ecuador, el primer asentamiento que se localizó en la zona investigada fue Sangay, a finales de los años 70, pero no sería hasta 1990 que se organizó un proyecto de investigación de entidad.
Hoy, los arqueólogos nos muestran mapas y gráficos donde se observan plataformas situadas en terrazas a alturas de entre 70 y 100 metros del río, además de lugares de residencia, con agujeros para poner postes, escondites, fosas, hogares, tinajas grandes ozonas de molienda de grano y semillas quemadas. Para su construcción, cortaban la pendiente natural y hacían una base sobre la que levantaban la plataforma. Cuando las dos culturas que hubo -la kilamope y la upano- desaparecieron, otras posteriores ocuparon esos lugares, al menos hasta el siglo XIII. Eran pueblos agrícolas, sedentarios y que encontraron en su suelo volcánico un lugar fértil (aún tienen tres cosechas al año) donde establecerse. Se sabe que cultivaban maíz, fríjol, mandioca, batatas… Incluso hay rastro de que producían algo parecido a la cerveza. También tenían una cerámica propia, que también se ha encontrado más al norte, cerca de la ciudad ecuatoriana de Cuenca, lo que indica que había comercio entre las zonas.
Fue en 2015 cuando se hizo el estudio con láser desde el alto Upano al río Pastaza, con 300 kms2 analizados con una resolución de un metro. En años anteriores, ya habían recabado información sobre los asentamientos, así que se centraron en lo que había entre ellos, descubriendo una sorprendente red de carreteras entre ellos. También descubrieron las más de 6.000 plataformas de 20 por 10 metros, casi todas residenciales, en grupos de tres a seis unidades en torno a plazas en cuyo centro hay otra más grande, que podría ser en unos casos para vivirt y en otros dedicada a eventos rituales. En la zona de Sangay hay más de 125 plataformas por km2, situadas en lo alto de un acantilado desde el que se domina el valle. Es la zona de más densidad. Pero hay asentamientos más pequeños como los llamados Junguna y Kunguints (también para vivir) o Kilamope y Copueno (destinados a grandes actos cívico-ceremoniales). Todos tienen zanjas, caminos obstruidos o construcciones que indican que sufrían amenazas externas, quizás guerras, y se protegían. Muchas están en colinas cuyas cumbres fueron aplanadas por aquellos pueblos para asentarse.
Respecto a los caminos, rectilíneos pese a las dificultades del terreno, eran excavados con una anchura de entre dos y cinco metros de espacio transitable. Uno de ellos tiene 25 kilómetros de longitud, aunque podrían ser más. También se encontró una red de canales de drenaje del agua que se acumulaba en las tierras, que a menudo se confunden con los caminos. Es una técnica que aún utilizan los karinya del Orinoco para el cultivo y está relacionada con el cultivo en suelos aterrazados en los barrancos, lo que aún es tan habitual en esta zona del continente americano.
Todo ello indica que aquel valle del norte amazónico estaba densamente poblado al inicio de nuestra era, cuando se desarrolló un “urbanismo verde” en el que había un estrecho vínculo entre las zonas residenciales y agrícolas, facilitando así su suministro de alimentos. Pero también había intercambio comercial entre lugares que debieron ser contemporáneos gracias a sus carreteras, además de un entramado de canales en torno a esas vías que apuntan a la existencia de zonas de cultivo. En definitiva, una Amazonía en la que no todo era un bosque primario y sin intervención humana.
Los investigadores no creen que hubiera detrás un poder autoritario como encargado de organizar la mano de obra de forma más o menos coercitiva. Más bien apuntan que las relaciones de filiación entre los grupos y la solidaridad reforzada por intercambios ceremoniales pudieron ser suficientes para asegurar la cohesión y la coordinación precisa para lograr una organización estructurada. Destacan también que los yacimientos del valle ecuatoriano de Upano son muy diferentes a otros de la Amazonia, todos más recientes, mucho menos densos y, hasta que se demuestre lo contrario, sin una red de comunicación tan vasta. De momento, no hay pistas de la influencia de estas culturas en zonas andinas, aunque señalan que no hay razones para pensar que fuera un desarrollo endógeno. Tampoco se ha encontrado nada parecido aún en zonas como el Alto Xingú, en Brasil, pero Rostain y sus colegas están convencidos de que la Amazonía, bajo esa masa forestal, oculta más sorpresas como la de este valle, en tamaño como el Yucatán de México, que pudo estar tan poblado o más que como hoy. Y puestos a hacer comparaciones, indican que fue similar en extensión a la cultura de Teotihuacán en México o de la meseta egipcia de Giza.
Artículo completo en Science.