ROSA M. TRISTÁN
En la última Feria del Libro Antiguo en la que estuve compré un libro esclarecedor.
Se llama “Las Riquezas de la Tierra “y lo escribió en 1936 el historiador y escritor
ruso, además de colaborador del Tercer Reich, Juri Semjonow. Todo un análisis de
los recursos naturales de este planeta, cuando aún África era una “provincia
económica de Europa” cargada de recursos a exportar y el “comercio universal” un
sueño en el epílogo del autor. Hoy, ese expolio continúa, pero el sueño de
Semjonow es realidad. Es la cara más amarga de la ‘globalización’ , que ha llevado
aparejada un exacerbado consumo y, con él, una emergencia climática planetaria
de origen humano que no tiene precedentes. No han pasado ni cien años pero
aquella África de ricas tierras ignotas, para Occidente, se seca, se ahoga y adelgaza
por hambre mientras de ella se sigue ‘succionando’ su naturaleza para alimentar la
maquinaria del norte.
Las últimas noticias que llegan del continente vecino no solo nos hablan de
modelos científicos y de previsiones de futuro. Nos cuenta que hoy, mientras
celebramos el Día de África, millones de personas desde Somalia a Senegal están
padeciendo sequías que, en plena guerra entre los proveedores de cereales y
fertilizantes, Ucrania y Rusia, acabarán en una terrible hambruna. Lo alertan ya
desde la FAO, el Programa Mundial de Alimentos y hasta el Banco Mundial. Y lo
recogen informes como el elaborado por Alianza por la Solidaridad-ActionAid
sobre lo ocurrido en amplias zonas del continente estas últimas semanas: los
combustibles han aumentado un 253% su precio, los fertilizantes un 196% y 163%
una hogaza de pan. “Ni podemos acceder al agua, porque necesitamos pone en
marcha las bombas de combustible para extraerla de pozos cada vez más
profundos”, señala Maryan Muhumed Hudhun, una campesina de Somalilandia, en
declaraciones a un equipo de ActionAid.
La última gran amenaza que se cierne sobre el continente es la desaparición de la
ganadería. No la intensiva, que es el modelo imperante en España, sino la que
permite salir adelante a casi 800 millones de pequeños agricultores y ganaderos
africanos para quienes los animales son su única cuenta bancaria. Dos estudios
cintíficos recientes ponían este riesgo sobre la mesa: el cambio climático
arramblará con 370 millones de cabeza de ganado en el mundo en menos de tres
décadas, casi todas en los países tropicales, muchos africanos, donde los pastos
desaparecen al mismo ritmo que aumentan las emisiones contaminantes globales.
“Mi familia –aseguraba hace unos días Sagal, otra mujer y madre en una
comunidad del Cuerno de África- poseía 100 animales y gracias a su leche
teníamos una vida próspera. Pero todo el ganado ha desaparecido. Cada mañana
fuimos viendo cómo morían entre cinco y 10 animales, hasta que no quedó
ninguno”. A su alrededor, en el testimonio recogido, sólo se ve tierra reseca.
A la vez, desde el sur de África, las novedades son muy distintas: países como
Sudáfrica, Madagascar o Malaui han sufrido inundaciones desde que comenzó el
año por tres ciclones y dos grandes tormentas tropicales que han desplazado ya a
un millón de personas y causado al menos 400 muertes, según datos oficiales. Las
pérdidas en medios de vida aún se están calculando, pero ya hay investigaciones
de la Universidad de Ciudad del Cabo que nos explican que la virulencia de estas
tormentas tiene que mucho que ver con el cambio climático de origen humano.
Diríase que ante tamaña crisis humanitaria en el horizonte africano, el mundo se
está movilizando con tanta rapidez como si de una invasión se tratara… Pero no.
De momento, hay pocos visos en el horizonte de que algo se mueva. Estos días, en
Davos, el Fondo Económico Mundial, que reúne a los 2.500 políticos y empresarios
más poderosos del planeta -salvo este año a Vladimir Putin y demás oligarcas
rusos-, se busca justamente “salvar la globalización” , que se considera amenazada
Tras la pandemia del COVID19 y la guerra. Apuntan que hay que evitar la llamada
“fragmentación geoeconómica” porque sólo la cooperación hará posible el
crecimiento. Y también mencionan el cambio climático, que parece ya una ‘coletilla’
en estos eventos en los que se promueve justo lo contrario que ‘recetan’ los
científicos: decrecimiento, consumo local y soluciones basadas en la naturaleza. La
crisis en África, no estaba entre las prioridades de la agenda.
Por otro lado, no deja de ser irónico que entre las riquezas más demandadas en la
actualidad del continente que nos ocupan estén precisamente los combustibles
fósiles que cavan sus tumbas. No me refiero ya al más codiciado en activo, el gas de
Argelia, sino a los otros proyectos que están ya en marcha, o a punto de iniciarse,
de lo que enumero unos cuantos: el proyecto para extraer ingentes cantidades de
gas de la costa frente a Senegal y Mauritania, que España ya piensa importar vía
Canarias; el petróleo bajo las dunas del Sáhara en este último país; nuevos
yacimientos encontrados en el sobreexplotado Delta del Níger; la exploración
petrolífera en las proximidades del Delta del Okavango; las grandes bolsas de gas
en la costa de Mozambique, de momento paradas por los ataques islamistas; y la
que hay la costa de Tanzania… Las inversiones para ponerlos en marcha,
multimillonarias, siempre tienen detrás una gran compañía internacional.
África se seca, se ahoga y adelgaza hasta que morirse de hambre. De la visión que
nos daba aquel libro de 1936 en el que se consideraba una gigantesca provincia a
nuestra disposición cargada de riquezas, no ha cambiado casi nada.
(Artículo publicado en PÚBLICO.ES en mayo de 2022 y desaparecido de su web tras el pirateo)